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Escrito por

Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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Fontaine entrevistado

Arturo Fontaine Arturo Fontaine publicó hace poco La vida doble en la editorial Tusquets, luego de 12 años de silencio. Una novela política cuya investigación ha sido, al parecer, casi tan ardua como la escritura. Una novela donde asume realidades distintas a las suyas (a las del autor, digo) con absoluto derecho. Entrevistado en La Tercera, sin embargo, el autor de la nota anticipa una probable crítica por internarse en territorios que ?no son suyos? ¿Por qué? ¿Por qué un autor solo puede contar sobre lo que sabe o sobre lo que es? Toda obra de arte es una ficción y, como tal, una invención. Se juzga la verosimilitud y la realidad a partir de la lectura, no del mundo ?real?, que está en un plano distinto al de la realidad-real, lo que sea que eso signifique. Se inventan mundos extraterrestres, se inventan ciudades conocidas, personajes, sucesos. El mundo transfigurado en la escritura, pese a quien le pese, da lo mismo si uno cuenta su vida o la vida de un ser absolutamente ajeno a uno mismo.  La entrevista a Fontaine aparece en La Tercera pero no está en internet. Por eso, les dejo aquí algunas respuestas interesantes, mientras espero tener el libro y leer el regreso del gran Arturo a la ficción:

¿Cuál fue el punto de partida de la novela? Pensé escribir un reportaje sobre el carpintero Juan Alegría, uno de los casos más terribles: se mata a un inocen- te para inculparlo de un crimen que no cometió. Pero los datos que recopilé nunca me dejaron contento. Y me la ganó la ficción. Pero yo creo en la ficción que, de algún modo, alumbra la realidad. ¿Fue mucha la investigación? Sabía demasiado poco? Poco de armas, de formas de lucha, de procedimientos de inteligencia? Necesitaba meterme en la cabeza de esta gente, averiguar cómo eran sus métodos, su vida íntima, sus deseos. ¿Siempre pensó que la novela debía ser narrada en primera persona? No, eso fue parte de la búsqueda. Jugué con la idea de tener varios narradores que se entrecruzaran. Me gustaba que no calzaran mucho los puntos de vista. Pero perdía tensión. Escribí mucho que tuve que botar. Publicar es sacrificar, decía Donoso. Al final, me convencí de que el enigma de la novela era Lorena misma. El paso de una forma de vida a otra, la manera en que ella se da vuelta entera, tal como un guante, cómo quema todo lo que amó? son temas y motivos que me fueron atrapando. La novela es el relato que ella hace de sí misma, de su vida. Es también mi intento por comprenderla y su resistencia a ser comprendida. Para ella, toda comprensión es reduccionista y por eso duda de que su historia tenga sentido. Lo que ella quiere no es ser comprendida, es ser amada. Hay una cierta complicidad con la protagonista. Sí, no obstante que ya no puede estar más despedazada. Su yo ha sido apenas recompuesto, sin que las piezas calcen. Y aceptando que habla desde este descalce, yo quise al final arriesgar una apertura, un suspiro de esperanza. ¿Qué haces con tu vida cuando has dejado una embarrada de ese tamaño? Ella se arrepiente, hace actos de reparación, y no basta. Se siente víctima y lo es. Pero nada soluciona el problema. Nada lava sus culpas. No bas- ta el arrepentimiento. En la tragedia clásica ni siquiera basta la inocencia (Edipo era inocente, pero igual se ciega; aquí, por cierto, no hay tal inocencia?). Pero Lorena de alguna manera termina aceptándose a sí misma. Acepta su vida tal cual fue y tal cual será. Sólo entonces -cuando ya le queda muy poco- siente estar preparada para vivir y para querer, quizás. La novela plantea un tema de límites: hasta dónde podemos llegar sin disociarnos, sin dejar de ser... Exacto. Lorena tiene dos planos. En el plano público, tiene un compromiso racional y emocional con la vía armada. Pero, por otro lado, está el subterráneo mundo de sus genes de mamá, que brota con una fuerza que nunca calculó. Vive una contradicción interna que es lo que explica en parte su transformación. Pero sólo en parte, sólo en parte? Porque ella pudo escapar. ¿Por qué empezó a odiar con tantas ganas a sus hermanos revolucionarios? En una zona, Lorena está sometida al destino, pero en otra también escoge con sus actos. La novela es una exploración de la condición humana cuando es sometida a presiones extremas. Hay un momento en la novela, políticamente muy incorrecto, en que ella reivindica la acción armada y un comportamiento ajustado no a una lógica de víctimas, sino a una lógica de combatientes de una revolución que fracasó. En el MIR y en el FPMR hay quienes reivindican esa lógica. Pudieron haber matado a Pinochet, pudieron haber- se distribuido las armas de Carrizal, pudo haber habido una revolución de veras? A Lorena le molesta que la épica revolucionaria ahora devenga en un lamento. Con su transformación en víctima, el combatiente pierde su proyecto de vida. Es una conversión que le quita pólvora y justificación histórica; pierden sentido las chapas, las armas, los años de entrena- miento militar y, sobre todo, el sacrificio. Por eso, Lorena reivindica las protestas, que habrían sido exitosas gracias a las milicias, como una fase preliminar a otra posterior (la insurrección). Es lo que ella cree que nuestra transición abortó y traicionó.

Por otra parte, Arturo Fontaine menciona también lo que ocurre actualmente en la narrativa chilena y se atreve a dar una opinión favorable al Premio Nacional de Literatura dado a Isabel Allende. Dice:

Se van a cumplir casi 20 años desde la aparición de la Nueva Narrativa, de la cual usted fue parte. ¿Qué queda de eso, fue un verdadero movimiento? Algo queda. No fue, claro, un movimiento articulado en torno a un manifiesto. Pero en un momento en que predominaba el realismo mágico, de segunda o tercera mano, o el relato de gueto académico, aparecieron una serie de autores que reivindicaron (yo creo que de manera casual, o quizás a raíz de ciertas lecturas que habíamos hecho) la fuerza de la trama, de los per- sonajes, y la voluntad de tocar a un público ojalá amplio con novelas de factura literaria. Eso penetró y estas cosas yo creo que se han conservado. En esos parámetros se mueven con libertad y cada cual a su manera, no sé, un Zambra, una Andrea Maturana, una Andrea Jeftanovic, un Roberto Brodsky, un Missana, un Gumucio, un Bisama o una Alejandra Kúsulas? Discuto que haya sido un fenómeno de marketing, porque tengo la impresión contraria. Fue todo espontáneo. Es más: a diferencia de todos los grandes fenómenos editoriales chilenos que se hicieron afuera, lo novedoso de este es que fue hecho aquí. Es inevitable: su opinión del nuevo Premio Nacional de Literatura. Esto no les va a gustar a mis amigos escritores: creo que es un buen premio. Por supuesto Jorge Guzmán, Germán Marín y desde luego Antonio Skármeta eran excelentes candidatos y no me cabe duda que obtendrán el premio más adelante. Pero este era el año de Isabel Allende. Donoso dijo que le encantaba de ella su ?alegría narrativa?. Creo que esa es la clave. Los Cuentos de Eva Luna, Paula y, por supuesto, La casa de los espíritus son obras muy intensas, de una narradora innata, cuyas historias viajan muy bien a cualquier idioma. Por otro lado, este es también un premio a los lectores.

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8 de septiembre de 2010
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Más sobre lo último de Auster

un barrio pobre en nueva novela de Auster En la Revista Ñ dan algunos alcances más sobre la nueva novela de Paul Auster, Sunset Park, que aparecerá en noviembre por Anagrama:

Alegría para los amantes de los libros de Paul Auster: en noviembre, Anagrama publicará una nueva novela: Sunset Park, que, según se adelantó, está en la línea Auster de historias de gente normal a la que le pasan cosas tragicómicas que, como dice el dicho, si no los matan, los fortalecerán. La novela, que toma su título de un barrio pobre de Brooklyn, cerca de donde vive Auster, toma el clima de crisis económica, conjugados con el mundo del arte y elementos eróticos. ¿Por qué tomar un barrio degradado?  ?Cuando la economía empezó a colapsar, allá por el verano de 2008 dijo Auster al diario español La Vanguardia  no cesaba de encontrar en las noticias historias de gente que perdía su hogar. Decidí que quería escribir sobre alguien que es expulsado de su casa, tratar del tema de la desposesión.? No fue sólo imaginación: ?Una amiga que vive en Sunset Park me estaba dando un tour por el barrio cuando encontramos una casa abandonada, enorme, que me llamó la atención y de la que tomé muchas fotos. Y en esa casa, que al poco tiempo demolieron, metí a mis okupas?. 

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8 de septiembre de 2010
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Entusiasmo por Pynchon

La novela de Pynchon recibe elogios en blog Así como en España ya se adelantaron escogiendo el Libro del año, en el blog de la librería Eterca Cadencia a Guillermo Belcore no le hace falta terminar de leer Contraluz de Thomas Pynchon para considerarla, desde ya, La Novela del Año. Su entusiasmo es obvio. Y eso que va por la mitad.  Vamos a ver si nos contagia algo de sus ganas. Dice la reseña:

Afirman en India que cinco misterios guardan el secreto de lo oculto: el acto sexual, el nacimiento de un niño, la voz humana cantando, la presencia de la muerte (o una gran catástrofe) y la contemplación del arte. Hay, en efecto, algo misterioso y conmovedor en la súbita aparición de una de esas novelas sublimes, con las que la Gran Literatura confirma su aptitud para suavizar nuestras arduas rutinas con una pizca de felicidad. Estoy leyendo -absolutamente embrujado- Contraluz de Thomas Pynchon, uno de los pocos escritores a quien juzgo imprescindible. No puedo hablar de otra cosa. Mil trescientas treinta y siete páginas ocupa la novela. Estoy cerca de la mitad y hasta ahora, el tedio nunca asomó su horrible cara. Todo lo contrario: es desopilante, erudita y profunda. Data de 2006 (recién este invierno, Tusquets la publica en español) y la crítica anglosajona -siempre a un ápice de lo inmisericorde- no la ha tratado bien, aunque emplea argumentos que cualquiera puede desbaratar. ?Un Pynchon a la enésima potencia, más de lo mismo?, se escribió en un periódico. Sí, ¿y qué? ¿No es eso motivo de regocijo? Un artista de originalísimo estilo exprimió su talento hasta el fondo, para deslumbrarnos con su potencia estética y con una inteligencia afilada y certera como el bisturí. (?) Estoy a un paso del final y no he hablado ni una palabra sobre la trama, que transcurre entre fines del siglo XIX y la Primera Guerra Mundial. Quizás porque los mecanismos narrativos predominan sobre la anécdota. El eje de la novela, no obstante, parecen ser las andanzas de Los Chicos del Azar, una cofradía de aeronautas infantiloides que fatiga el planeta (y lo atraviesa de norte a sur por un agujero que comunica ambos polos) a bordo de un dirigible alimentado con hidrógeno. Personajes memorables surcan los cien afluentes caudalosos: la guerra de clases entre el anarquismo dinamitero y la plutocracia, el Salvaje Oeste, una misión al Ártico que concluye en catástrofe nacional, los afanes de una masonería inglesa, la alocada Nueva York, etc. En menos de una semana, le dediqué dos ditirambos a Contraluz. Sepa disculparse tanto entusiasmo de quien cree que la mejor crítica literaria es aquella que sabe transmitir una gozosa experiencia de lectura. He tropezado, sin duda alguna, con la Novela del Año, con una obra que es el culmen de una magnífica carrera literaria. Pynchon lo hizo de nuevo.

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7 de septiembre de 2010
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Enemigos públicos

carátula del libro Y ya que hablamos de Houellebecq, salió hace unos meses el libro Enemigos públicos (Anagrama) que contiene el diálogo por email entre Michel Houellebecq y Bernard?Henri Lévy. Christopher Domínguez Michael lo leyó ?sin otro propósito que corroborar, con cierto morbo, la decadencia francesa de la cual el par de escritores son, o deberían ser, protagonistas.? La conclusión es que, en realidad, estos enemigos no lo son tanto. Así lo expone en su blog en Letras Libres:

Estamos ante el duelo, para decirlo de una vez y a la ligera, entre un conservador y un liberal. El primero (Houellebecq) fue absuelto del supuesto delito de blasfemia una vez que se expresó crudamente del islam, religión que considera del todo incompatible con las sociedades democráticas, juicio que BHL considera exagerado y errático. Uno es un conservador ateo y positivista ?Houellebecq? que no vive en Francia porque no quiere pagar impuestos, mientras que el otro ?BHL? dice pagarlos puntualmente y es un liberal criado por el movimiento estudiantil de 1968, polígrafo obstinado en hacer sanar a la izquierda del totalitarismo (véase, entre lo último, Ce grand cadavre à la renverse, 2007) y devolverla, íntegra, a la modernidad que ella (la izquierda) de alguna manera inventó. A Houellebecq le gusta Sarkozy; BHL hizo campaña como gurú de Ségolène Royal. Si BHL, judío nacido en la Argelia francesa, admira a los judíos solares y casi griegos que retrató Albert Cohen, Houellebecq desconfía de quienes ?como su interlocutor en Enemigos públicos? predican una religión sin Dios. Filósofo público, BHL ha vuelto, en el agnosticismo, a la reivindicación de lo judeocristiano como el verdadero soplo de nuestra civilización: entre Atenas y Jerusalén, Jerusalén. Ante ello, el poeta Houellebecq, lector de Lucrecio, no se muestra muy convencido. Pero acaba siendo Houellebecq quien le da clases de filosofía al discípulo de Althusser y de Derrida, un BHL que acepta con humildad la manera en que su interlocutor lo instruye. A mí me ha sorprendido ?en este libro? Houellebecq, algunas de cuyas novelas me parecieron jeremiadas, en las que la antañona náusea existencialista reaparecía creyéndose quinceañera, novísima y fresca en el arte de execrar. Menos sorprendente me resulta BHL, a quien conozco más y a quien respeto por la manera desenfadada en que ha puesto su vanidad mediática al servicio de causas que encuentro justas (frente a la antigua URSS, en Bosnia, en Paquistán). Es notable la página donde Houellebecq le pregunta a BHL por qué es y por qué sigue siendo un ?intelectual comprometido?, cuestión que acaba ?agradable paradoja en esta clase de discusiones, digamos, dialécticas? por revelarnos la caracterología del propio Houellebecq que, como tantos de los misántropos es, en realidad, un solidario incomprendido. Y la pregunta obliga a BHL a ofrecer una buena lección sobre por qué aquella frase de Goethe ??Prefiero la injusticia al desorden?? es moralmente inaceptable y públicamente perniciosa.  Uno de los temas expuestos en el libro es el de la fama literaria. Al respecto, Domínguez Michael también es muy claro:

También es Enemigos públicos un libro sobre la fama literaria. En cierta desvergüenza, como le dicta la confesión pública dizque privada tan propia de la literatura francesa, Houellebecq y BHL comparten sus cuitas como reos de la popularidad que eligieron. No poca importancia se concede en un libro hecho del ir y venir del correo electrónico, al uso de la red, a su villanía y a su nobleza. ¿Debemos o no debemos, se preguntan el uno al otro, rastrear en Google a nuestros enemigos y atender a nuestros admiradores? Al final Houellebecq y BHL acaban por declararse entusiastas de la red. Para el primero, la violencia internáutica nos devuelve a la sana brutalidad de las fiestas de pueblo; para el segundo, es, sabiéndola dominar, una mina de oro del conocimiento. Asiduos de los juzgados y clientes de buenos abogados, uno y otro le saben al efecto del chantaje, a la mancha del libelo, a la mentira contada mil veces, carne como son de la calumnia periodística y de campañas de linchamiento que los justifican a ambos en su pretensión ?un tanto circense? de hacer reencarnar a estas alturas al escritor que, a la Baudelaire, actúa como la víctima propiciatoria de la jauría burguesa. Ambos tienen, afirman, los mismos enemigos (no solo entre los fascistas islámicos y en la ultra izquierda que los absuelve) y en este libro firmaron un pacto de sangre que va más allá de la política y se inscribe en el temperamento. Como vecinos, Houellebecq y BHL, deben ser insoportables. Pero leídos, enEnemigos públicos, a mis ojos quedan justificados no solo por la resurrección del espíritu epistolar que aparejan al correo electrónico, sino por su maníaco interés en discutir la verdad filosófica y literaria. 

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7 de septiembre de 2010
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¿Literatura para machos?

Jonathan Franzen En el diario ?El Mundo? han hecho un resumen de la polémica, que comenté ayer enMoleskine Literario, sobre la cobertura extraordinaria a la novela Freedom de Jonathan Franzen.    Dice la nota de Laura Fernández:

Todo el mundo habla de Jonathan Frazen y de su nueva novela, ?Freedom?. ?Time?, ?The New York Times?, ?The Economist?? Y también, un puñado de mujeres escritoras (con Jodi Picault y Jennifer Weiner a la cabeza) que se llevan las manos a la cabeza con semejante atención.¿Es que hay que ser hombre, blanco y amable para salir en todas las portadas? ¿Qué pasa? ¿Que no hay mujeres novelistas que se merezcan elogios superlativos? (?) Hipótesis número uno: sus historias no son lo suficientemente grandes. Es decir, no pretenden dibujar un círculo en el que quepa toda América, o, como mínimo, la parte de América en la que les ha tocado vivir. Eso es lo que hace, por ejemplo, Jonathan Franzen, el nuevo ?gran novelista americano oficial?. Recordemos: ?Las correcciones?, la última novela de Jonathan Franzen publicada en España, toma a una familia (padre enfermo terminal, madre adicta a los antidepresivos, tres hermanos, uno atrapado en un matrimonio infernal, otro demasiado ?fan? del sexo con jovencitas, la tercera, una cocinera que no sabe lo que quiere) y la acompaña durante sus últimas Navidades juntos, mientrastoma el pulso a todo lo que inquieta a la sociedad norteamericanade finales del siglo XX. Pero, ¿acaso no hace algo así Joyce Carol Oates en casi todas sus novelas? ¿No lo hace en ?Puro fuego? con la Norteamérica de los 70? Su ambición en ese caso en concreto no llega a los límites a los que Franzen lleva a los Lambert. Pero sí se acerca mucho, por ejemplo, en ?¿Qué fue de los Mulvaney??, la historia de una familia destrozada por una violación. He aquí la diferencia, no es tanto el tema (la violencia contra las mujeres) como el hecho de que en la novela de Oates pasa algo, es decir, la trama no se limita a la contemplación, al fresco, sino que utiliza la situación de sus personajes (su entorno, la época en la que les ha tocado vivir, su país) para amplificar un sentimiento (¿la vulnerabilidad?). Y aquí pierde su oportunidad de convertirse en la Gran Novela Americana. Hipótesis número dos: uno puede quererlo todo sólo cuando tiene algo. Es decir: relegada históricamente a un segundo plano, la mujer ha imitado su rol social en lo literario y así, ha dejado paso a los tipos rudos (vaqueros con alma de sheriff) y se ha limitado a ocuparse de lo que le quedaba más cerca o de lo que realmente le interesaba, no tanto la conquista de territorios como el cobijo al alma torturada. Como colectivo oprimido, el femenino se ha centrado en exorcizar demonios propios y ajenos. Y aquí los ejemplos se cuentan por centenares, empezando por Toni Morrison que, pese a haber conseguido el Nobel de Literatura (sus historias hablan de mujeres doblemente oprimidas, por su condición de mujer y por su color), nunca ha figurado entre los candidatos a responsable de la ?Gran Novela Americana?. Pero esa es otra historia:¿Acaso algún autor negro ha merecido ese honor? Hipótesis número tres: Es demasiado pronto. Como apuntaba la hipótesis anterior, hasta bien entrado el siglo XX, la mujer no consiguió (ni en América ni en el resto del mundo) ocupar posiciones de poder en la sociedad y no formaba parte del gran tablero en el que los hombres llevan intercambiando fichas desde tiempos inmemoriales. Una vez alcanzado el poder, quizá quieran más y se planteen utilizar la literatura como algo más que una herramienta de desahogo existencial. Cuando sus problemas sean los mismos que los del hombre (y en la sociedad contemporánea lo son cada vez más), su literatura se parecerá un poco más. El caso de A.M. Homes es paradigmático. Homes ha escrito sobre chicos que descubren que su padre es gay (?Jack?), chicas adoptadas (como ella, en ?La hija de la amante?) y pedófilos que leen a Nabokov (?El fin de Alice?). Pero también ha intentado (y ha puesto la trama en función de su intención) retratar la Norteamérica adicta al ejercicio y las barritas de cereales (en ?Este libro te salvará la vida?) y no lo ha hecho nada mal. Bien, no tiene la ambición de David Foster Wallace, pero algo así, de momento, parece impensable para una chica. El día en que un artefacto literario del tamaño y la profundidad y la locura de ?La broma infinita? lo firme una mujer, el mundo será, definitivamente, casi perfecto.

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7 de septiembre de 2010
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La novela de un cantante

Leonardo Cohen El famoso cantante crooner canadiense, Leonard Cohen, fue poeta antes que músico. Y también narrador. En los años 60 publicó dos novelas:  El juego favorito (1963) y Hermosos perdedores (1966). Y luego se dedicó a la música y a la poesía.  Hermosos perdedores acaba de ser recuperado por Edhasa y en ADN Cultura, del diario La Nación, recuerdan esta novela y se preguntan por qué Cohen no siguió escribiendo ficciones:

(?) ¿por qué no escribió, realmente, más novelas? Es posible que haya encontrado su síntesis en la poesía, y también que su mejor forma surja cuando las palabras cabalgan sobre acordes (sin embargo: ?No te vistas con esos harapos por mí./ Sé que no eres pobre./ Y no me ames con tanta fuerza ahora/ cuando sabes que no estás segura./ Es tu turno para amar, mi bienamada,/ Es tu carne que yo llevo como vestido?). Es posible pensar, tal vez, sus dos ficciones como el epicentro del propio período iniciático. En verdad, aunque se las suele considerar antitéticas, es indudable que se complementan, y no habría que pasar por alto el orden en que fueron escritas y luego publicadas. El juego favorito es una novela de aprendizaje, un relato sobre la adolescencia de alguien que está convirtiéndose en escritor, y que luego de ese recorrido difuso, o mejor, inconcluso, termina por dejar en el lector un sabor bastante amargo, en particular por la soledad en la que se hunde el protagonista. Hermosos perdedores , en cambio, a pesar del calvario que transitan sus dos mujeres -Edith y la joven india- y de la tristeza que desborda la historia, es un texto luminoso, como si se tratara del fin, justamente, de un aprendizaje, el lugar al que el modesto héroe llega no indemne, pero sí más fuerte, más sabio, y sobre todo en paz consigo mismo. A diferencia de lo que sucede en su anterior novela, en este caso Cohen elige narrar desde una primera persona, y eso tampoco parece fruto del azar. El narrador protagonista de Hermosos perdedores es mucho más simpático, más querible, que aquel otro de apellido Breavman, en buena medida un cínico precoz (aunque lo más justo sería identificarse con su compinche Krantz, o en última instancia discutir con ambos y a través de ellos vislumbrar el sitio en el que Cohen deseaba establecerse). Aquí es, de todos modos, otra cosa: mirándose en el espejo de su amigo F., a pesar de él y gracias a él, el narrador está todo a mitad de camino permanentemente, un paso adelante y otro atrás, algo que, además de perturbar encantadoramente al lector, produce una empatía irresistible. Quiérase o no, Hermosos perdedores significó el epílogo de la corta pero significativa carrera de Leonard Cohen como escritor de ficciones. Si observamos con cuidado el relato de su propia vida, tendremos que admitir que jamás la abandonó completamente, sino que descubrió el mejor modo de contar sus historias, allí donde se sentía a sus anchas. El relato de su vida también contiene un capítulo, primordial, dedicado a la espiritualidad, cuando hace más de quince años su inclinación por el budismo zen lo llevó a ordenarse en un monasterio. El nombre que allí recibió fue, paradójicamente, el ?silencioso?. Como es obvio, alguien que está en silencio es alguien que busca. ¿Habrá encontrado Leonard Cohen aquello que buscaba en Grecia casi medio siglo atrás? En última instancia, ¿lo encontrará antes de que sea demasiado tarde?

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6 de septiembre de 2010
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¿Franzen o Franzenfraude?

  Franzen en una mesa con Tokio Blues La aparición de la novela Freedom de Jonhatan Franzen es, sin duda, el acontecimiento literario del año en EEUU. Ya algunas revistas se quejan de la atención que la prensa le da al acontecimiento, calificándolo de ?Franzenfreude? y hasta sospechan que el comentario de libros en NYT es un Club de Tobi. Es decir, puro machismo. Aquí las cifras:

Of the 545 books reviewed between June 29, 2008 and Aug. 27, 2010:?338 were written by men (62 percent of the total)?207 were written by women (38 percent of the total) Of the 101 books that received two reviews in that period:?72 were written by men (71 percent)?29 were written by women (29 percent)

Mientras tanto, en España ya los lectores y críticos esperan para recibir la novela de Jonathan Franzen. Y quién mejor que Eduardo Lago para introducirnos a ella. Dice en ?El País?:

Freedom (Libertad), título de la cuarta novela de Jonathan Franzen, es una obra maestra en cuyas páginas se resume la angustia de la situación por la que atraviesa en la actualidad el país, y en un contexto más general, el ciudadano de hoy. Tras décadas de búsqueda obsesiva, por fin alguien era acreedor al título deGran novelista americano (palabras exactas del titular de Time), alguien capaz de explicar, por medio de una obra de ficción, la raíz del malestar que aqueja a la sociedad más poderosa de la Tierra. Franzen traza un retrato certero de la psicología de sus conciudadanos, calibrando las consecuencias que las acciones de la élite política y económica estadounidense tienen sobre el resto del planeta. Freedom, conforme al veredicto extrañamente unánime de los críticos, es la primera ?gran novela americana? del siglo XXI. En este sentido es adecuado hablar de obsesión: en Estados Unidos, cuya literatura es una de las más vitales de nuestro tiempo, se cree firmemente en el poder de la novela como modo de sopesar el estado de la nación. Menos de una semana después de la publicación de Freedom,los críticos más exigentes del país le han otorgado a Franzen el derecho a pertenecer a un exclusivo club del que forman parte Herman Melville, Mark Twain, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Norman Mailer, Don DeLillo o Philip Roth. Antes de que se publicara el libro ya se habían generado grandes expectativas en torno a él. La noticia de que el presidente Obama, a la sazón de vacaciones en Cape Cod, le había pedido a su librero que le consiguiera por adelantado un ejemplar disparó todas las alarmas. ¿Qué hacía el presidente del país más poderoso de la Tierra dedicando el mínimo de 25 horas de lectura que exige la lectura de las 562 páginas que tiene el texto, compaginándola con la atención que exigen los conflictos de Afganistán u Oriente Medio, el vertido de petróleo en el golfo de México o la retirada definitiva de las tropas de su país de Irak? (?) El título indica una intención irónica. Se trata de destripar la ecuación Democracia america-na = Libertad. Tras la actuación de los distintos presidentes estadounidenses hasta llegar a Obama, cuya sombra se proyecta sobre las páginas finales del libro, la ecuación es más que cuestionable. Según una proclama que repite a grandes voces el protagonista, Walter Berglund, la sociedad americana es más bien ?el cáncer del planeta?. El autor imprime la consigna con mayúsculas. Pero el libro es mucho más: una saga, sí, tolstoiana, que abarca varias generaciones de una familia, y una indagación como no se ha hecho quizá nunca antes de los mecanismos que mueven a los individuos a entregarse a las pulsiones más profundas del deseo. La radiografía de las costumbres sexuales de los americanos es violentamente conmovedora. Sobre todo, Franzen ha logrado (ese era su plan) algo que no ocurría desde los tiempos de Dickens o Balzac: conectar con el gran público para abordar temas eternos en profundidad: quiénes somos, cuál es la estructura de nuestros sentimientos más ocultos e inconfesables, cómo la libertad, el más alto ideal posible, es un concepto tan real como amenazado, y cómo la vulneran incesantemente Gobiernos e individuos, pese a lo cual, siempre queda un residuo de esperanza. Franzen ha escrito la mejor novela sobre la América herida por los atentados del 11 de septiembre. La vulnerable libertad que evoca el título la convierte en la novela que mejor expresa la era inaugurada por Obama. 

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6 de septiembre de 2010
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Margo Glantz reseñada

Margo Glantz Las geneaologías de Margo Glantz, reeditada por PreTextos hace unos años y ahora aparecida en Argentina en el sello Bajo la luna, ha sido reseñada en ADN Cultura. Muy oportuna la reseña, ahora que Margo ganó el Premio FIL Guadalajara, para llamar la atención sobre una de sus obras fundamentales. La reseña es de Walter Cassara:

Quizá no exista representación más ilusoria y esquiva de la subjetividad que aquella que se ve reflejada en el nombre propio, cuya referencia, en muchos casos, no pasa de ser un mero dato estadístico o una curiosidad lexicográfica. ¿Quién, al tratar de reconstruir su árbol genealógico, no se encontró de pronto a la deriva, remando en un puro desasosiego onomástico? ¿Quién, en busca de su exacta cronología personal, en busca de sus antepasados y sus orígenes más remotos, no desembarcó en una isla desconocida e inhóspita y sintió menguar su yo en un río infinito y laberíntico, como un vestigio más, una palabra más que se pierde en el detritus y el caos? Sin embargo, por lo que conmemora -y no tanto por lo que designa- el nombre propio contiene buena parte de la historia esencial de un hombre y una mujer, de una familia y un pueblo en concreto, y también, quizá, de la humanidad entera. Así, en Las genealogías , de la escritora mexicana Margo Glantz, el relato se despliega como un entrañable álbum de recuerdos familiares que abarca todo el siglo XX y se extiende hasta nuestros días, cosechando en su devenir un valioso acervo de imágenes y anécdotas rescatadas de un baúl íntimo, pero que pertenecen, en realidad, a ese espacio sagrado que tal vez sólo pueda proyectarse, entre luces y sombras, en las aguas litúrgicas de la memoria colectiva. Las genealogías es un libro hecho de muchas voces, que apela fuertemente a esa memoria colectiva, no sólo para contar la historia de unos inmigrantes judíos rusos -los Glantz- que llegaron a México huyendo de los pogromos y la revolución bolchevique, sino además, en un nivel más profundo, para volver a conjurar ese ritual olvidado -como se desliza en una cita de Walter Benjamin- ?según el cual fue edificada la casa de nuestra vida?. En este sentido, se trata de una obra difícil de clasificar, que oscila entre el esbozo autobiográfico, el testimonio social, los mitos bíblicos y la narración oral. Como todo texto de esta índole, que intenta reconstruir y salvaguardar los lazos con el pasado, quizás, en el fondo, sea una larga y devota carta destinada al padre: Yánkl Glantz, un poeta judío nacido en una aldea campesina al sur de Ucrania y emigrado a la ciudad de México a los veinte años, que escribió en ruso y supo ser amigo de Isaak Babel, entre muchos otros grandes escritores rusos y mexicanos. El yo plural que narra no ignora que la literatura nada puede contra la opacidad de la muerte: ?Recojo pedazos de conversación -nos dice- y también los documentos están hecho trizas?. Y posiblemente, a causa de ello, trata de recuperar a toda costa sus linajes, como quien compone un puzle al que le faltan muchas piezas. En todo caso, en un mundo que ha confiado casi toda su memoria al trabajo de unas máquinas, hay que agradecer y custodiar con veneración libros como éste.

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4 de septiembre de 2010
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