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Escrito por

Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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La autobiografía del sobreviviente

Gyorgy Konrad Rafael Narbona advierte en El Cultural, sobre el libro del húngaro Gyorgy Konrad ?Viaje de ida y vuelta es un relato autobiográfico que pasará desapercibido, mientras otros libros perfectamente prescindibles disfrutarán de una difusión inmerecida.? Para que no pase desapercibido, vale la pena comentar su reseña en el suplemento El Cultural de ?El Mundo?.

El niño del pijama de rayas no aporta nada al Holocausto. Sólo contribuye a banalizarlo con su prosa raquítica y su lamentable sentimentalismo. Es una vergüenza que algunos institutos lo hayan escogido como lectura obligatoria. Viaje de ida y vuelta sí es un libro necesario, que podrían leer los más jóvenes, pues su prosa está depurada hasta una sencillez elemental, donde se funden el talento poético y el sentido narrativo. La familia Konrád nunca se cuestionó su identidad húngara y jamás incurrió en el fanatismo religioso. De hecho, el joven György experimenta una identificación emocional con Hungría durante la guerra, pese a que su gobierno ha pactado con la Alemania de Hitler. Su patriotismo recuerda al de Jean Améry, que no descubrirá la verdadera naturaleza del fervor nacionalista hasta ser torturado y deportado. El padre de György era un próspero comerciante, que lo perderá todo cuando Alemania emprende su última aventura militar, invadiendo Hungría y deportando en menos de un mes a 300.000 judíos. György Konrád conmueve con su prosa y su coraje. Sobrevivió al Holocausto, luchó activamente contra el comunismo y ahora nos recuerda que el antisemitismo pervive en Hungría y el resto de Europa. En su pueblo natal, la sinagoga sigue siendo un almacén y el cementerio un lugar fantasmal, con las lápidas rotas o profanadas. Europa nunca ha dejado de ser una tierra inhóspita para el pueblo del Libro, pese a su enorme deuda con una comunidad pródiga en escritores, científicos y poetas. 

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29 de octubre de 2010
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Sibylle Lewitscharoff reseñada

Sibylle Lewitscharoff La escritora alemana, de ascendencia búlgara, Sibylle Lewitscharoff ha sido traducida al castellano por Adriana Hidalgo, siempre atenta a las ficciones que llegan desde Alemania. La novela se llama Apostoloff. En la Revista de Libros, Alicia Plante hace una reseña de la novela:

Hay distintas maneras de escribir acerca de lo inestable, lo que cambia ocultando hasta último momento la tensión con su opuesto, ese que contiene la verdad insoportable que lucha por aparecer. No es fácil descifrar o definir indudablemente esos sentimientos que van y vienen como la náusea, que oscilan a veces con suavidad, otras violentamente, arriba y abajo, a un lado y a otro, como una cinta caída sobre la superficie del agua. Y en fin, para eso están las metáforas, los sueños, las comparaciones falaces y todos esos subterfugios que sugieren con vehemencia lo que no se puede admitir. Esta historia, Apostoloff, parece la de un rencor que lo tiñe todo, un odio viejo, entretejido en la trama del desprecio, tan enraizado a lo largo de una vida, tan confirmado en la complicidad fraternal que, se piensa, nada podrá modificarlo. Y es en torno de ese odio y sus contaminaciones que surge un relato que nos compromete desde lo estético, desde un humor ácido que salpica todo el libro y desde un estilo aparentemente llano, en realidad sutil e intensamente sugerente. Los hechos en los que se monta la novela son complicados, como siempre ocurre con la vida: a consecuencia de la expansión estalinista en Europa oriental, en los años cuarenta un ginecólogo búlgaro se exilia en Alemania con varios compatriotas, un hombre interesante que formará una familia, será el buen padre de dos niñas, y eventualmente se suicidará colgándose con una soga de un caño de calefacción del consultorio. Su fantasma, que en ciertas ocasiones se asoma a las hijas como si tuviera algo que decir, arrastra esa soga atada al cuello como la correa de un perro. Su muerte ocurrió un número inexplícito de años atrás, pero hoy esas niñas son adultas y es una de ellas la que narra una historia fuera de lo común, rayana en el absurdo. En realidad lo que cautiva está detrás de ese relato que parece un ancho telón de fondo tendido a través de cinco países, y que las dos hermanas atraviesan, primero en una limusina fúnebre que integra una delirada caravana de restitución a la patria del grupo de exiliados, los cuerpos reducidos mediante procedimientos nuevos para acomodarse en urnas, todos juntos en un monumento impactante y ridículo, como si hubieran sido héroes. Tras la ceremonia, el road movie continúa en un auto común con el cual las hermanas recorren Bulgaria, siempre con la narradora en el asiento trasero y Apostoloff, devenido más que un simple guía y chofer, a cargo del volante. Las hermanas son diferentes, una modosita, femenina, complaciente. A la otra, inteligente, dura, de una sutil sensibilidad, la acompañamos sonriendo mientras despotrica contra casi todo. Los retratos del padre que imperdonablemente eligió morir y desentenderse de sus hijas, de la madre ocupada sobre todo en fumar y leer sin pausa, de los tíos y los cuatro abuelos, dos alemanes, dos búlgaros, de los otros compatriotas y sus hijos, vecinos de ciudad y de circunstancias sin escapatoria, en realidad pintan el perfil de ella, un personaje entrañable a quien querríamos encontrar en alguno de esos bares, esas playas, esos hoteles donde recalan antes de volver a Alemania en una deprimente exploración turística de Bulgaria, la patria del padre que no reconocen como propia. Y resulta que lo que le ocurre a la protagonista ?concluimos cuando al fin baja la mano y muestra por un instante sus cartas? es que añora al padre, sencillamente y sin sosiego. Es eso lo que la exaltaba todo el tiempo, que lo ama y no lo tiene, que lo extraña y le hace falta. Hasta la madre revisitada se dibuja como un personaje con el cual no había sido del todo justa. Que en realidad, inevitablemente, es su modelo de varias elecciones, por ejemplo la lectura insaciable. Y también la hermana, con su frivolidad y su lealtad sin condiciones, con esas consonancias que los genes, las experiencias y los secretos compartidos en el marco de una larga convivencia labran a pesar de todo, se beneficia en algún momento con sus reconsideraciones. Evitando con amplio éxito la cursilería, Sibylle Lewitscharoff, una de las destacables escritoras alemanas del siglo XXI, de ascendencia búlgara, nos envuelve en algo tan sencillo y sincero como un acto de amor.

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28 de octubre de 2010
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Una obra maestra, dice Oviedo

Mario Vargas Llosa Dentro de poco aparecerá la obra El sueño del celta de Mario Vargas Llosa. Ni él ni los editores de Alfaguara pensaron jamás que estarían publicando la primera novela de Vargas Llosa como Premio Nobel. Algunos afortunados ya han podido leerla; uno de ellos es José Miguel Oviedo quien desde ya la considera una ?obra maestra? al nivel de La guerra del fin del mundo. De eso habla en su reseña en el ABC:

En varias ocasiones a lo largo de su producción novelística, Mario Vargas Llosa ha migrado de las historias y ambientes peruanos que constituyen el centro natural de su ficción. La primavera vez fue en «La guerra del fin del mundo» (1981), que narra la rebelión de El Consejero en el sertón brasileño. Luego fue la República Dominicana, donde transcurre «La fiesta del Chivo» (2000), durante los años de la dictadura de Leónidas Trujillo. Uno de los hemisterios ?el que protagoniza Paul Gauguin? en los que se divide «El paraíso en la otra esquima» (2003) nos lleva de París a Tahití y las Islas Marquesas. Y en «Travesuras de la niña mala» (2006) cada uno de los capítulos, salvo el primero, que ocurre en Lima, se sitúa en una ciudad distinta: París, Londres, Tokio, Madrid. Esto revela el creciente cosmopolitismo de su visión, que desborda los límites habituales de un escritor latinoamericano, pues resultan cada vez más estrechos para el impulso universal de la aventura humana. Todo esto tiene especial relevancia a la luz de la última novela del autor: «El sueño del celta», que, sin ninguna exageración, debe considerarse una obra maestra , no sólo por su impecable ejecución, sino por la temeraria audacia de su concepción y la minuciosa documentación que supone.La idea de escribirla surgió cuando Vargas Llosa descubrió, leyendo una biografía de Joseph Conrad, que un tal Roger Casement había sido, aparte de un muy cercano amigo del gran escritor anglopolaco, la persona que le brindó la información esencial que lo movió a escribir «El corazón de las tinieblas». Así se configura una triangulación entre Casement, Conrad y Vargas Llosa, cuyo hilo común es la colonización del Congo, centro de esta novela (?) Aquí se narran, con lujo de detalles, las campañas, las infinitas discusiones, las discrepancias tácticas, los inesperados tropiezos y complicaciones que marcan el camino que lleva de los ideales a la realidad de una acción liberadora. Un aspecto importante es que, como todo esto ocurre en el contexto de la Primera Guerra Mundial, durante el apoyo táctico de Alemania a los fines políticos de una Irlanda libre, la labor de Casement aparece como un acto de alta traición contra Inglaterra. Es despojado de su título, humillado al revelarse sus apuntes íntimos, enjuiciado y encarcelado. Allí lo encontramos al comenzar la novela, en el presente a partir del cual se reconstruye su apasionante historia y su trágico final.Me referiré sólo a algunas de las razones por las cuales afirmé que ésta es una obra de excepcional importancia literaria. En primer lugar, se apoya en una documentación e investigación monumentales, que le permiten tratar de mundos y situaciones tan alejados de su propia realidad como el Congo e Irlanda a comienzos del siglo XX, con una pasmosa familiaridad que produce total convicción. No deja de ser una notable hazaña que un latinoamericano se haya convertido en un novelista del Congo (como Conrad) y de un héroe de la insurgencia irlandesa; es como si un novelista africano hubiese escrito «La Casa Verde» o un inglés «Conversación en La Catedral». La minuciosidad de los detalles y la coherencia interna de todo el complejísimo tramado narrativo contribuyen a ese efecto.¿Cuánto hay de verdad en la aventura de Casement, cuánto de ficcion? Imposible saberlo: el ensamblado de esos elementos es perfecto y no deja señales de la sutura. Por otro lado, la consabida vocación deVargas Llosa por los grandes espacios salvajes, donde sólo impera la ley del más fuerte y donde toda aventura es posible, reaparece aquí para plantearnos, con un vuelo épico, la eterna tensión entre la aspiración civilizadora y el respeto a las formas tradicionales de la cultura humana. Una novela que quedará entre las mayores contribuciones de nuestro tiempo al género.

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28 de octubre de 2010
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John Banville en Barcelona

John Banville Gracias al FB de la editorial Anagrama me entero que el enorme John Banville estará en Barcelona el próximo viernes 5 de noviembre, en la Biblioteca Jaume Fuster, conversando con Rodrigo Fresán acerca de su última novela recién publicada en español ?Los infinitos?. Qué bueno que regrese Banville sin Black. Dice la contratapa del libro:

La familia Godley se ha reunido en Arden, su finca, en medio de una verde campiña, cerca de un antiguo lugar sagrado y de las vías del tren. Han venido porque el vie jo Adam Godley, un respetado y exaltado matemático, se está muriendo. Le acompañan Ursula, su segunda es posa, madre de Adam y de su hermana Petra, y Helen, la mujer del joven Adam, bella como la homérica Helena. Y también están Ivy Blount, la última aristócrata del lu gar, que ahora es la criada de la familia, y Duffy, un campesino que se ocupa de la poca ganadería de la fin ca. Y más tarde vendrán Roddy Wagstaff, un modernillo que corteja a la angustiada Petra. Y Benny Grace, quizá un colega de Adam Godley o el dios Pan, que junto a otras deidades es uno de los personajes de esta luminosa y numinosa historia sobre los mortales; y sobre la dolo rosa inmortalidad de los dioses, que interfieren en las vi das de los hombres sólo para intentar experimentar esa mortalidad que anhelan. Porque las últimas ecuaciones de Adam Godley constituyen la combinación que abrió el «cerrado aposento del tiempo», la condición necesa ria de esta literaria convivencia de dioses y hombres. «John Banville es un maestro, y su escritura un placer sensual sin interrupciones» (Martin Amis).

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28 de octubre de 2010
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Los rusos del XIX

Nikolai Leskov Las últimas décadas del siglo XIX representó una edad de oro en la narrativa rusa, con autores tan notables como Dostoievski, Chejov, Gogol y sobre todo Tolstoi. Pero eran muchos más con talento. La editorial El Aleph y el Taller de Mario Muchnik han decidido recuperar, poco a poco, a algunos de estos clásicos rusos. A ver cómo responden los lectores. Dice la nota en El País:

Stepanchikovo y sus moradores es uno de los tres títulos con los que la editorial El Aleph y el Taller de Mario Muchnik se proponen recuperar las grandes obras de la literatura rusa en traducción directas de la lengua original, según ha señalado Puigtobella en la presentación de la colección en el Centro Cultural Blanquerna, en Madrid, a la que han asistido el editor Mario Muchnik y Xavier Mallafé y Fèlix Riera, directivos editoriales del conglomerado Grup 62. Los otros dos títulos iniciales son Una familia venida a menos, de Nikolái Leskov, vertida por Jorge Ferrer (?un Quijote que comete todos los errores posibles, en medio del declive de la nobleza rusa?, según Puigtobella), y Guerra y Paz, de Liev Tolstói, que reedita la traducción de Lydia Kúper, de 2003 -considerada canónica-. La propia Kúper, de 99 años y que firma la versión de Stepanchikovo, no ha podido acudir a la presentación, debido a su delicado estado de salud. La nueva colección, que nace con el ánimo de convertirse en referencia, pone el acento en la calidad de las nuevas traducciones directas. ?Una traducción, cuando es muy buena, dura entre 30 y 40 años?, ha advertido Muchnik, fundador del histórico sello editorial que lleva su nombre. Y ha puesto como ejemplo la que efectuó Kúper sobre el texto original de Guerra y Paz, publicada en 2003. ?Es la versión más fiel al original?, ha explicado, ?porque parte del texto que el propio Tolstói aprobó para su edición?. Muchnik ha precisado, además, que otras traducciones, como la que publicó Mondadori hace cinco años, presentan diferencias argumentales considerables porque parten de un texto anterior que no contaba con la autorización del autor. En su operación de rescate del universo literario ruso, los editores ya tienen prácticamente listos los dos próximos títulos: Del álbum de un cazador, de Iván Turguéniev, traducida por James y Marian Womack, y la trilogía autobiográfica de Sergéi Aksákov (Un caballero ruso, Años de infancia y La flor escarlata), cuya traducción firma Marta Rebón, autora de la versión de Vida y destino, de Vasili Grossman (Galaxia Gutenberg), Premio de Traducción Borís Yeltsin.

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28 de octubre de 2010
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Christa Wolf, premio Thomas Mann

Chista Wolf El prestigioso premio Thomas Mann, el más importante de Alemania, esta vez cayó en manos de una escritora con trayectoria: Christa Wolf.  Dice la nota:

La autora de 81 años recibió el premio, valorado en 25.000 euros, por una obra ?que investiga las luchas, esperanzas y errores de su época de una forma crítica y autocrítica, con profunda seriedad moral y poderosa narrativa?, indicó el jurado en un comunicado.    Peter Guelke, escritor y musicólogo que ofreció un discurso en la ceremonia de premios, dijo que Wolf es ?una autora cuyas palabras significaron -y siguen significando- mucho tanto en la Alemania Oriental como Occidental?.    Wolf saltó a la fama con la publicación de Cielo dividido en 1963, una novela que investiga los retos y problemas a los que se enfrentaban los alemanes que vivían bajo el Gobierno comunista en el lado Este de la Cortina de Hierro.    Otras obras conocidas de la autora son su novela de 1968Reflexiones sobre Christa T., que retrata la desilusión de una mujer de la Alemania Oriental con el estado socialista en el que vive.    El libro fue prohibido por el Gobierno, que temía que la novela pudiera causar ?desorientación ideológica?.    Aunque Wolf se unió al Partido Socialista de Unidad alemán en 1949 y fue miembro hasta 1989, su actitud hacia el Estado comunista de Alemania Oriental era ambivalente.    En 1993 se hallaron documentos que revelaron que había trabajado como informante para la Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental, entre 1959 y 1962.    Entre 1968 y 1989 Wolf estuvo bajo vigilancia de la Stasi por expresar opiniones divergentes con la doctrina oficial.    La experiencia sirvió después como tema de su obra semi autobiográfica Lo que queda, que cuenta la historia de una escritora que se siente perseguida al ser espiada por la Stasi.    El texto despertó la polémica cuando se publicó en 1990, años después de ser escrito en 1979.    Los críticos de Wolf aseguran que debería haberlo publicado antes de que el fin de Alemania Oriental fuera inminente. Dejarlo hasta que Alemania se encontrara al borde de la reunificación fue una prueba de su cobardía y oportunismo, según afirmaron.    Otros consideran que la novela es insensible hacia los que realmente sufrieron bajo el comunismo en el país. Después de todo, Wolf había logrado el respeto de los funcionarios del régimen y disfrutaba de privilegios por ello.    La escritora fue una de las mayores críticas a la reunificación alemana, e hizo campaña públicamente para que siguiera existiendo una República Democrática Alemana independiente.

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27 de octubre de 2010
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Ariel Magnus en Fránkfurt

Ariel Magnus en Alemania El escritor argentino Ariel Magnus presentó en la Feria del Libro, en TV, la traducción de su novela Un chino en bicicleta. Se habló de la xenofobia. Dice la nota en la Revista Ñ:

Magnus, que no viajó a Frankfurt para hablar de los turcos, sino de los ?chinos?, aprovechó la volada y en el set que la ARD (suerte de canal Encuentro local) armó en la Feria del libro, les cantó las cuarenta sobre los prejuicios raciales. Y lo hizo en alemán. Enfocada en su premiada novela Un chino en bicicleta, la charla con Magnus derivaba rápido a la arena de las extranjerías. ?Me permití decir algunas de las cosas que pienso sobre cómo los alemanes están tratando el tema?, dijo Magnus. En síntesis, y como el mismo lo repite en este video para los que no entendemos la lengua de Goethe, dijo: ?Ustedes se buscan problemas que no tienen, se los inventan?. Triste invención la de Sarrazin y sus argumentos defensores de lo ultra-alemán, de lo alemán autóctono. No ha hecho ni más ni menos que sembrar una sospecha que prende fuerte aquí, en Alemania. ?Hay un serio peligro de que Alemania se islamice?, ha dicho este ¡socialdemócrata! diputado y consejero económico del Deutsche Bank. Para él, y ya es todo un nombre Sarrazin, en tres generaciones se produciría el fin de la cultura alemana. Y la culpa la tendrán los turcos y los inmigrantes árabes, ?que se reproducen más, cuestan más de lo que aportan y no se integran a la sociedad germana?. Todos problemas inventados, como dice Magnus frente a cámaras. Pero de tan inventados se vuelven reales. Magnus lo comprueba en persona. A la salida de su entrevista con la ARD, una jovencita alemana lo espera con la foto de un bife absolutamente crudo. Tras un saludo, muestra de su buena educación, le entrega el bife a Magnus y le pide el título de un libro a cambio. Desconcertado, Magnus le ofrece Ficciones, de Borges. La alemana no entiende, pero igual se lleva el bife. ?Es increíble que haya gente que no conozca a Borges?, dijo Magnus. De todo lo otro que puede resultar increíble, ya teníamos varias muestras gratis. Y bien reales, aunque parezcan inventadas.

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27 de octubre de 2010
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¿Necesitamos un reglamento?

reglamento Bajo la insignia vargasllosiana ?¿en qué momento se jodió la literatura?? Enrique Vila Matas se pregunta en El País si no es hora de hacer un reglamento contra los malos libros. Dice la nota:

¿Cómo sería acogida la redacción de un reglamento que rigiera para oportunistas y conjurados? Jamás se alcanzaría un consenso que lo diera por bueno. Pero tratar, al menos, de redactarlo podría ser un buen desahogo, aparte de una estimulante y activa pérdida de tiempo. La primera norma -no iré más allá de ella, porque no soy legislador- podría ser el destierro de todo engreimiento. Por ser esencial para recuperar cierta dignidad, tendría que ser la única norma indiscutible. Es alarmante y desagradable observar, por ejemplo, cómo éxito y vanidad -o fracaso y fanfarronería, combinación también muy frecuente-, se relacionan de un modo tan estrecho como miserable. Nadie que escribe debería ignorar que siempre donde hay soberbia hay ignorancia. Me ha complacido encontrar en Menéndez Salmón, en su impecable y admirablemente arriesgada última novela (La luz es más antigua que el amor), los famosos versos de Eliot: ?La única sabiduría que podemos esperar adquirir / es la sabiduría de la humildad: / la humildad es interminable?. Dicho de otro modo, dicho en forma de máxima oriental, propia de un precursor de Kafka: Donde hay humildad, hay saber. Precisamente la literatura de Kafka, tal como Roberto Bolaño proclamaba, fue ?la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo XX?. Esta primera norma del reglamento iría ilustrada, por ejemplo, con la imagen conmovedora (o divertida, si se quiere) del genial Glen Gould, tocando el piano casi a ras de suelo, en aquel sillín que no rebasaba los 33 centímetros. ¿O no oímos nunca decir que el verdadero camino va por una cuerda que no ha sido tendida en lo alto, sino apenas sobre el suelo y parece destinada más a hacer tropezar a que se camine por ella? Dadas las circunstancias terrenales, a nadie debería extrañar que la humildad sea la esencia misma de la genialidad.

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26 de octubre de 2010
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TERAPIA DE GRUPO de Dany Salvatierra

RESEÑA SIN PLUMAS por Luis Hernán Castañeda UNA ESCRITURA DE CRUELDAD Y PERVERSION En una conversación que mantuvimos hace algunos meses, Dany Salvatierra, autor de uno de los libros de cuentos más singulares de los publicados este año en el Perú, hizo un comentario casual que me reveló, de golpe, su poética de lectura y escritura. Me tomo la libertad de recrear esa declaración: ?Confieso que prefiero esas historias en las que los personajes sufren un gran dolor físico, emocional o de cualquier otra índole, pero continúan actuando y expresándose normalmente, como si en realidad no sintieran nada?. Aunque lo parezca, esta preferencia a la vez sádica y piadosa no implica una perogrullada: si bien es una verdad aceptada por todos los lectores, al menos los cuerdos, que los personajes literarios no sienten ni razonan como los seres humanos, también es cierto que la abrumadora mayoría de los seres artificiales que circulan por las páginas de los cuentos y novelas que gozan hoy en día de mayor popularidad, están construidos imitando cierta imagen, históricamente determinada, de la especie de sus creadores.  En la literatura moderna, la razón ilustrada y la pasión romántica suelen configurar un particular modelo de ?hombre? que subyace a la representación ficcional de los seres humanos. Esta representación puede ser calificada como realista cuando la ficción incorpora, además, la premisa de que los seres humanos somos entidades constituidas a todo nivel, y en primer término, por fuerzas socioeconómicas que adquieren formas específicas en diferentes puntos del devenir histórico. Por supuesto, hay excepciones que se salen del paradigma realista y lo cuestionan: pienso en la prosa del barroco español, en la novela vanguardista de las primeras décadas del siglo XX, en el posmodernismo: tres momentos ejemplares de crisis del lenguaje. Situarse lejos del realismo, como lo hacen los cuentos de ?Terapia de grupo?, no es un gesto elogiable en sí mismo, como sí lo es la capacidad de edificar un mundo ficcional que además de marcar su distancia frente a la poética realista, logra sustentar su apuesta sobre bases sólidas. Encuentro que el libro de Dany Salvatierra sale bien librado de la apuesta que asume, pues no se limita a repetir la tarea iniciática de los vanguardistas: el texto pone en marcha una deshumanización, sin duda, pero la complementa con un proyecto ?transhumanizador?, término del crítico italiano Renato Poggioli que designa una recreación de lo humano: en estos cuentos la materia del cuerpo, la misma carne humana, es puesta en escena como materia verbal y como carne de las palabras.    En ?Terapia de grupo? impera una (in)sensibilidad cómico-grotesca, que convoca las fábulas truculentas de Chuck Palahniuk. Obsesiva y recargada, la prosa posee giros de grandilocuencia irónica que hacen pensar en una versión bufa del estilo de Gabriel García Márquez. El resultado es un puñado de cuentos en los que la perversión sexual y la crueldad gratuita aportan lo central de las anécdotas. Los narradores de estos cuentos, afectados por una propensión maniática a consignar la totalidad de las acciones que componen una escena -podría hablarse de un impulso cinematográfico-, narran con un desapego y una frialdad mundanos -uno piensa en la herencia de Mario Bellatin- un conjunto de atrocidades, aberraciones, violaciones y otros actos de violencia extrema sólo concebibles dentro de un imaginario psicopatológico de raigambre pop, abigarrado, colorido, superficial y espectacular, que desdeña el patetismo y tampoco busca provocar ni escandalizar: de hecho, está más allá del escándalo. Me gustaría visitar algunos momentos iluminadores de los mecanismos de esta escritura de la crueldad y la perversión. En ?Diálogo del estanque?, el primer cuento de la docena del volumen y un relato que presenta, a mi juicio, ciertas resonancias de Virgilio Piñera, Rosario es una solterona insatisfecha que vive con su madre, a la que odia a muerte -literalmente- y sin sombra de remordimiento. Aunque la hija intenta quemarla viva dentro de su casa, con todos sus enseres y pertenencias, la recia anciana sobrevive, pero con la piel carbonizada. Así, su cuerpo posee esa resistencia cómica a la violencia que vemos, por ejemplo, en el de Don Quijote, pero en este caso la modulación es menos amable que en la novela de Cervantes: ?Rosario la sentó en el inodoro, la desnudó y le frotó el cuerpo con pañitos perfumados, al tiempo que la escuchaba descargar el estómago y sus óbolos nauseabundos chapaleaban al fondo del agua como si tuviesen vida propia. Cada vez que recorría aquel rostro consumido con la oreja derecha convertida en un muñón, los labios inexistentes y la nariz carbonizada, recordaba el momento en que ella misma le prendió fuego a la casa, ya que en aquella época también había pensado en deshacerse de la madre?. (15-6) Increíblemente, después del intento de asesinato ambas mujeres siguen conviviendo en paz. Para aliviarle los dolores de las quemaduras a la madre, la hija pone en práctica la delirante medida de empujarla todas las tardes en su silla de ruedas hasta el frigorífico de la carnicería del barrio, lugar donde la carne humana y la animal, el cuerpo vivo y los cadáveres, se igualan: la deshumanización es, en el frío de esta cámara sellada, todo menos simbólica. Monstruoso y desfigurado, el cuerpo de la vieja se convierte en el objeto de una prolija descripción que se regocija con las formas, los colores, los olores y los sabores, transfigurándolo en la estrella de un auténtico show del asco y la deformidad, que se apoya, como notamos en la cita de arriba, en una prosa suntuosa, indecente y voyeurista, dedicada a escarbar en lo escatológico. Por si fuera poco, tiempo después del intento fallido de verla acabar sus días merced al fuego, Rosario tiene otra idea extravagante que, sin embargo, tampoco será exitosa: la lleva a dar una vuelta por el zoológico y, aprovechando un momento de soledad, la arroja con silla de ruedas y todo al estanque de los cocodrilos: ?Los cocodrilos se lanzaron al ataque casi al mismo tiempo, palpándola con el hocico, primero despacio y luego con presteza, excitados por el torrente púrpura que teñía el estanque y lo condimentaba con un sabor irresistible, dando bocados al alimento que se deshacía como hostias en sus colmillos?. (20) A pesar del ataque masivo de los lagartos, la madre no fallece, lo cual no resulta sorprendente. La oración final del cuento, ?aún estaba la madre?, propone una inquietante prolongación de la historia, en la que es posible imaginar a Rosario perseguida y atormentada por su inmortal Némesis, un cuerpo quemado y mordisqueado, cada vez más irreconocible, que, receptáculo de una fuerza implacable, le seguirá los pasos como un exterminador. De esta manera, se cuela en una historia sobre el desencuentro entre una madre y su hija, cuyo conflicto bien habría podido suministrar los ingredientes para una exploración intimista, el eco de un referente popular: el cine de acción con tintes futuristas y apocalípticos, representado por la saga de ?Terminator?. Como en ?Diálogo del estanque?, la deformidad física como excusa para una estetización grotesca que permite un despliegue de virtuosismo verbal reaparece, aliada esta vez a la perversión sexual, en ?El hombre lactante?.  El protagonista es un hombre que, gracias a una caprichosa malformación -la incrustación en su anatomía de un ?horripilante? seno femenino-, se convierte sin pretenderlo en el artífice de un bizarro show erótico: sus clientes visitan una página web y pagan para verlo ?ordeñarse? el seno por webcam. El hombre, más que atribulado por su situación, actúa, exageradamente, como si lo estuviera: cuando no hay dolor real, lo que lo reemplaza es el visaje. En este reino del gesto obsceno, la estética del espectáculo es indesligable del universo virtual del placer y del culto a la rareza. Por su lado, la prosa acata el ideal de la acrobacia, el truco estrambótico, la exhibición circense y morbosa de la destreza, como se aprecia en este pasaje masturbatorio en el que el seno femenino se comporta, curiosamente, como un miembro viril: ?Pareció entender la provocación, porque regresó a su asiento, miró hacia todos los costados para cerciorarse de que nadie más lo espiara y se desabotonó la chaqueta con discreción. La misma camisa blanca asomó nuevamente, hinchada como un globo aerostático, y el hombre, con el pudor que debió haber dejado de lado años atrás, extrajo un seno venoso, horripilante, con un pezón morado sembrado de pequeños lunares, el cual empezó a pellizcar, cerrando los ojos, y al cabo de unos minutos disparó un chorro blanquecino que desembocó directamente, con cierta elegancia, en uno de los vasos de brandy que reposaban frente a mí?. (64) ?Terapia de grupo? es también un catálogo de excentricidades sexuales, como se advierte en ?Coja ahora mismo el teléfono?. La historia transcurre, como en los demás cuentos, en una ciudad que, sin ser nombrada como Lima, denuncia algunos datos de la cartografía limeña, como la abundancia de chifas (leer el desopilante ?La pasión china?). El narrador en tercera persona relata las penurias sentimentales de la señorita Nuria, una profesora de colegio tan solitaria y desolada como Rosario, la insensible pirómana matricida. Para acompañarse por las noches, la señorita Nuria desarrolla el hábito de solicitar telefónicamente el envío a domicilio de unos preciosos muñecos de plástico, con los cuales ?da rienda suelta a sus bajas pasiones?, como lo pondría uno de los narradores de Salvatierra, burlándose de sus propias palabras. Su felicidad nocturna es perfecta, hasta la noche cuando, estirando al máximo su magro presupuesto de docente, se decide a ordenar el mejor muñeco del stock, un auténtico ?príncipe?, tal como ella lo llama. Quien se lo trae a casa es el delivery boy, un escuálido muchachito que, al ingresar a la sala, de buenas a primeras se desmaya y rueda por los suelos, ?inconsciente, con los brazos y pies esparcidos de cualquier manera, como una marioneta abandonada? (73). La señorita Nuria, por supuesto, se alarma, pero al rato descubre al mandadero otra vez consciente y teniendo relaciones sexuales con un humanizado príncipe: el muñeco y el humano, el plástico y la carne, no parecen así tan diferentes. Cuando la clienta, naturalmente contrariada, le exige una explicación, el sujeto responde que está enamorado del príncipe. El narrador acota que ?lo dijo con una convicción impresionante? (75), pero se trata de la convicción de un muñeco sexual: no hay pathos romántico ni sombra de sensiblería en esta declaración de amor. Los lectores de ?Terapia de grupo? vacilarán, me parece, entre tres posibles reacciones: pueden interpretar la ausencia radical de pathos como la prueba de que el libro es frívolo, que lo es, y ligero, que no me lo parece; en polémica con la acusación de ligereza, otros intentarán buscarle y quizá declaren haberle encontrado un secreto contenido profundo y edificante, un depósito de seriedad literaria. En otras palabras, un residuo de humanidad, una huella de psicología, que pueden conectar con su propia experiencia. Por supuesto, la primera reacción no nos lleva muy lejos, pero la segunda no respeta la naturaleza del texto: sería comparable, se me ocurre, a la bienintencionada pero ilusa tentativa de descubrirle un fondo moralizante a una película porno. Podríamos comparar a este segundo lector con el cura ingenuo de la película ?El día de la bestia? de Alex de la Iglesia -cinta que, de hecho, participa de la sensibilidad cómico-grotesca de ?Terapia de grupo?-, quien provoca una serie de desbarajustes por su incapacidad para interpretar la cultura popular utilizando las claves que ella misma brinda. Rechazar ambas vías de lectura no implica, hay que aclararlo, negarle al libro todo valor ni todo sentido. En los cuentos de Dany Salvatierra, la intensidad del espectáculo de la violencia y el sexo transforma el cuerpo humano en el sitio de una sádica y esperpéntica performance verbal en la que la carne se torna materia verbal, desplegada sobre la superficie del texto, y el pathos abandona las catacumbas de la psicología a través del gesto. La prosa de Salvatierra es, como sugerí al principio, barroca en su estilo, pero sobre todo en su modo de figurar el vínculo entre el lenguaje y la experiencia: en una medida insoslayable, el primero informa y, por ende, produce a la segunda. Fuera del mundo ficcional de estos cuentos queda la suposición de que el lenguaje literario es una herramienta epifánica de acceso a una realidad extra-lingüística, que sólo puede ser conocida gracias a la literatura. Por el contrario, algunos libros entre los que yo mencionaría a ?Terapia de grupo? proponen que la literatura se parece más a una pantalla opaca que expone y analiza su propia opacidad, que indaga en su construcción y, porque lo hace y en función de qué tan bien logre hacerlo, a lo mejor consigue proponer una visión refractada de la experiencia humana. Se trata de una visión y un conocimiento que no se brindan al lector siguiendo una vía abstracta, ni tampoco a través de un lenguaje engañosamente neutro, sino más bien como una revelación encarnada en la aventura de la imagen, en el evento de la palabra. Terapia de grupo Dani Salvatierra. Estruendo mudo. 2010

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26 de octubre de 2010
Blogs de autor

Modiano al cuadrado

Patrick Modiano En la Revista de Libros del diario El Mercurio comentan la publicación en Anagrama de una nueva novela de Patrick Modiano. Esta vez se trata de El horizonte. Una novela que he tenido oportunidad de leerla y sí, cierto, Modiano se eleva al cuadrado. El título de la nota lo explica todo: ?Más de lo mismo, pero bueno?.  Dice la reseña:

Si es verdad que algunos escritores se afanan en reescribir una y otra vez el mismo libro, siempre fieles a un puñado de motivos, temáticas y estructuras narrativas, también lo es que la figura del novelista francés Patrick Modiano (1945) se ajusta con comodidad en dicha tipología. En su última entrega, titulada El horizonte, no existe nada que un lector asiduo a su escritura no pueda reconocer como algo típicamente modianesco: una narración evocadora y sugerente, llena de enigmas, de nebulosas y de claroscuros; una intriga que, cercana al relato policial, mantiene la expectación del lector desde la primera hasta la última página; una galería de personajes desarraigados, errabundos, habitantes fugitivos de una ciudad fantasmal que los envuelve en una trama de encuentros y de desencuentros. Jean Bosmans y Margaret Le Coz, dos jóvenes que en la década de 1960 recorrían las calles de París sin ningún ?asiento en la vida? y sin ninguna pretensión para el porvenir, se encuentran casualmente en medio de una multitud a la salida de una estación de metro. ?Bosmans había leído en alguna parte que un primer encuentro entre dos personas es como una herida leve que ambos notan y que los despierta de su soledad y su embotamiento?. En efecto, siendo ambos solitarios y fugitivos de un pasado que los acosa y del cual intentan evadirse, ceden ante el azar que los reúne y viven juntos la mejor temporada de su juventud. La narración, sin embargo, arranca desde un presente en el que dicha escena aparece desdibujada en la memoria del protagonista: han pasado más de cuatro décadas desde aquello, y la misma casualidad que juntó sus caminos se encargó de alejarlos irremediablemente. El Bosmans adulto dispuesto a desempolvar aquel pasado remoto que vuelve a su memoria caóticamente (?episodios sin ilación, que se interrumpían en seco, rostros sin nombre, encuentros fugitivos?), emprende la búsqueda de aquella muchacha que cambió su juventud y zanjó finalmente su vida. Todo el libro consistirá en el despliegue de esa indagación privada de un tiempo perdido. La pesquisa detectivesca, tan cara a todas las ficciones de Modiano, es el referente obvio y evidente. Así contada, la trama resalta por su sencillez y su simplicidad. ¿Dónde reside, entonces, el atractivo de la intriga relatada por Modiano? Ha de destacarse, en primer lugar, su notable habilidad en lo que concierne a la construcción de personajes. Sin extenuarse demasiado en descripciones físicas o psicológicas, el francés consigue trazar el perfil de sus criaturas con un halo de misterio y de enigmaticidad inigualables. Recibimos de ellas, más que un retrato acabado, apenas una silueta que adquiere algo de nitidez en la medida en que se desarrolla la narración. Sabemos de Bosmans que es un escritor, quien en su adolescencia abandonó el hogar para trabajar en una librería de literatura ocultista, que frecuentaba tales barrios y tales cafés; de Le Coz -tan cercana a la Nadja de Breton o a la Maga de Cortázar-, que nació en Berlín, y que después de vivir algún tiempo en Suiza se instaló en París para sobrevivir como traductora del alemán y cuidadora de niños. Destaca también la condición de la voz que relata los sucesos. Aunque se trata de un narrador omnisciente en tercera persona, a medida que la intriga gana cuerpo y que el pasado perseguido por Bosmans emerge en fragmentos y retazos será la propia voz de los protagonistas la que irrumpe aquí y allá. Es como si la omnisciencia no bastara, como si el discurso debiera ser completado por los protagonistas para despejar la incertidumbre que impone el cariz insondable del argumento. Todo sin transiciones, sin artificio, en el flujo sosegado de una prosa que apuesta en todo momento por la moderación y la contención expresiva. Es sabido que Modiano escribe a mano sus novelas, y en un libro como El horizonte dicho hábito parece determinar la elección del ritmo y del tono narrativo: acotado, sucinto, escueto. El libro logra articular, a fin de cuentas, una reflexión entrañable en torno a los mecanismos de la memoria y al rol que juega en la identidad de los sujetos aquello que ha quedado diluido en su pasado, lo que se ha extinguido sin realizarse del todo. A Bosmans ?le entraban mareos al pensar en lo que habría podido ser y no había sido?, y lo desesperaba imaginar que las palabras dichas en un encuentro fortuito ?se hayan desvanecido en la nada como si nunca las hubiera pronunciado nadie?. Ante ello es que el arte maduro de Modiano modula sus certezas habituales: la verdad del desamparo y la soledad que determinan ?eso que llamamos el curso de los acontecimientos?, pero también la de cierta esperanza en que, quizás, exista un ?horizonte? en el que podamos reencontrarnos con todo lo perdido.

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24 de octubre de 2010
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El Boomeran(g)
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