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Escrito por

Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

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Javier Calvo, premio Cosecha Eñe 2011

Javier Calvo El premio Cosecha Eñe 2011 para cuento, organizado por la revista Eñe, ha sido para el experimentado narrador y traductor Javier Calvo y su relato ?Nínive?. Dice la nota:

El escritor catalán Javier Calvo ha sido el ganador de Cosecha Eñe 2011, el premio de relatos que concede la revista literaria ?Eñe?, por el texto ?Nínive?, que narra las angustiosas reacciones de un paciente de un psiquiátrico tras una traumática experiencia en una excavación arqueológica. Esta sexta edición del galardón, dotado con 3.000 euros, se ha entregado hoy en un acto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, dentro de las actividades de la primera edición del Festival Eñe, ha informado un comunicado de los organizadores.

La revista, que ha recibido 3.029 relatos procedentes de cerca de 40 países, publicará el relato ganador, así como los nueve finalistas, en su próximo número, correspondiente al invierno de 2011.

El jurado ha estado compuesto por el escritor José María Merino, el editor y crítico Ignacio Echevarría y Elena Ramírez, directora editorial de Seix Barral, así como por Camino Brasa y Toño Angulo en representación de Eñe.

Javier Calvo (Barcelona, 1973) es escritor y traductor literario. Es autor de las novelas ?El dios reflectante?, ?Mundo maravilloso? (finalista del premio Fundación José Manuel Lara 2007) y ?Corona de flores?, y, en el campo de la narrativa breve, ha publicado ?Risas enlatadas?, ?Los ríos perdidos de Londres? y ?Suomenlinna?.

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15 de noviembre de 2011
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Adam Haslett reseñado

Adam Haslett Se dice que se necesita 4 años, como mínimo, para que un fenómeno social pueda originar una literatura realmente interesante. No se trata de quién es ?el primero? en escribir sobre el 11S, por ejemplo, sino quién consiguió retratar el temor posterior al hecho. Con la crisis económica de EEUU puede decirse lo mismo. Pero como es un fenómeno que aun perdura, extendiéndose a países europeos, quizá es demasiado pronto para que aparezca una gran novela sobre la crisis (aunque algunas la tienen como telón de fondo, como Sunset Park de Paul Auster). Nada de eso ha detenido a Adam Haslett quien en Union Atlantic (traducida por Salamandra) retrata la recesión y las pesadillas que engendra la realidad. Una reseña en Radar Libros de Claudio Zeiger nos acerca a la novela de Haslett. Dice la reseña:

Se podría empezar diciendo que este libro de Adam Haslett aparece en el momento en que se produce la caída portentosa de Lehman Brothers, el gran alerta roja de la crisis financiera global. Y no sólo el dato sería cierto, sino también pertinente y relevante: Union Atlantic trata, en definitiva, de la crisis financiera, de la caída de un banco enredado en los turbios negocios de los derivados y la especulación inmobiliaria sin freno. En ese sentido, es una novela realista y anticipatoria (su autor trabajó varios años en ella) que desemboca en la crisis prefigurada políticamente por la guerra del Golfo, el 11-S y la invasión a Irak. Y, en rigor de todo eso trata la novela pero, es tiempo de decirlo, encastrarla de tal manera en la estricta realidad de los Estados Unidos no da cuenta de lo que puede significar más hondamente en términos literarios, del logro enorme de este libro ambicioso y complejo pero jamás pomposo. Con el antecedente de un libro de cuentos (Aquí no eres un extraño), Haslett construye arquitectónicamente una novela que aproxima dos mundos, dos idiosincrasias, dos neurosis letales: el de Doug Fanning, ex marine hijo de una sirvienta reclutado por el ejército y que se termina convirtiendo en un avezado tiburón de la City; y el de Charlotte Graves, una profesora de historia radicalmente antisistema y muy moralista, una ultracívica que parece progresista aunque, como bien intuye Doug, es parte de la Tradición, es una emanación pura de los Padres Fundadores, de los dueños de la tierra. Doug le construye una mansión inmensa y gélida en sus narices aunque ni la conoce. Lo que él quiere es volver al territorio donde su madre limpiaba la casa de los ricos y ahí clava la pica de su dinero mal habido. Ella lo demanda alegando que la tierra está construida en terrenos donados al Estado municipal por su abuelo venerable. Este es el nudo emocional de Union Atlantic, porque es el que anuda las vidas de los personajes. El contexto ya fue descripto antes. Todo marcha por esos carriles cuando aparece el tercero de este triángulo: Nate, joven desorientado, implosivo gay aun sin práctica sexual. Y Nate se sitúa en medio de Doug y Charlotte y trata de satisfacer ambas demandas y, sobre todo, a su propio e inexplorado deseo. En una superficie nada desdeñable, o, mejor dicho en su piso, Union Atlantic trata acerca del rol del dinero en una sociedad sometida a un valor tan relativo como la confianza. Sobre ese tema, es una novela de bancos y fusiones y Bolsas que se caen con todos los encantos (y varias de las dificultades de comprensión inmediata) de los thrillers financieros. Pero tiene uno o más subsuelos que son los que finalmente atrapan al lector en una red sensible que amenaza con perdurar mucho tiempo. Haslett construye pieza por pieza su edificio hecho con la densidad y la prestancia de los materiales duros y fríos, transparentes y nítidos. Jamás apura una escena, jamás se regodea con su prosa ni con la íntima conciencia de sus personajes a los que sabe riquísimos y potencialmente inagotables. Charlotte bebe de las fuentes de Virginia Woolf, y quizá de la Virginia de Las horas, de Cunningham. Doug parece salido de alguna página de Easton Ellis, de American Psycho o Suites imperiales. Nate, según declaraciones del propio autor, parece una artesanal cirugía reconstructiva sobre los restos de su propia biografía y, sobre todo, es el chico antiheroico que traiciona para consumar su liberación existencial. Es notable cómo cada uno de los personajes del drama viaja al origen de su problema identitario primordial, el que cada uno entabla con un tótem y un tabú imaginarios o no: el padre, la madre, el hermano. Es notable cómo cada uno de estos personajes tan antagónicos se parecen y están irreductiblemente solos. Y es notable cómo esta dimensión profundamente psicológica del libro puede desarrollarse en una novela plagada de números y data financiera. Arrollando así más de un prejuicio contra el realismo, negando quizás el agotamiento de la novela y señalando que tampoco hay que dar por muerto el ciclo del capitalismo, Union Atlantic toca el corazón actual del drama global, que, en definitiva, es una falta de confianza en los otros y un impulso autodestructivo sin precedentes. Quizá sea demasiado pedirle todo esto a una novela, pero lo cierto es que Union Atlantic abrió una puerta que empezaba a cerrarse en la literatura norteamericana, desplazando el viejo tema del sueño americano para empezar a entender que el paraíso del propio bienestar también es parte de la pesadilla del resto del mundo.

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14 de noviembre de 2011
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La novela de Navarre Scott Momaday

N. Scott Momaday Gracias a los amigos de Appaloosa Editorial he conseguido un ejemplar de un libro bastante sorprendente: La casa hecha de alba, de Navarre Scott Momaday. El autor es un indio americano (mestizo de kiowa y cherokee) quien con esta novela se hizo del Pullitzer en 1969. No se trata de una novela sobre inmigrantes que llegan a EEUU sino sobre nativos nacidos ahí mismo, pero igualmente marginados. La contra-tapa comenta el tema:

La casa hecha de alba (título original House Made of Dawn) retrata la intricada vida de Abel, indio veterano de la segunda guerra mundial y expresidiario, que zozobra entre dos culturas. A lo largo de la novela y a través de los diversos personajes se exponen las actitudes de la sociedad norteamericana de la época frente a los nativos americanos: Francisco, el abuelo de Abel; la esposa blanca de un médico urbano, un predicador cristiano, el Sacerdote del Sol, un indio navajo y la hija de un granjero blanco. Momaday combina magníficamente la ficción con la poesía para transmitir el respeto por la tierra de los nativos americanos y reflejar la sociedad multicultural de la época. Una novela que no dejará indiferente a nadie.

La novela fue llevada al cine (aquí el autor comenta el hecho) donde dice respecto al protagnista de la novela, y la película, Abel: Yo estaba en el pueblo Jemez y veía a hombres que habían peleado la Segunda Guerra Mundial. Venían heridos de diferentes maneras, quizás más severamente en su inteligencia y cultura que físicamente heridos. Ví ejemplos y desde ahí fui capaz de construir a Abel. Él es un conjunto de personas. Yo realmente sabía que habían tenido experiencias muy duras, pero las cosas cambiaron después de esa generación. Fue una generación particularmente interesante para escribir o hacer películas sobre ellos. Las cosas cambiaron después de eso, la dislocación psíquica ya no era tan fuerte como lo fue para aquella generación. (?) De alguna manera él esta desarticulado, y lo mas triste es estar sin voz cuando hay una desesperación que comunicar, como en el juicio en la novela. Tu sabes, toda esa gente está hablando alrededor de él, inundándolo con discursos y él no puede hablar. Hay urgencia de expresar su espíritu y él no puede, no tiene voz. En la película esto está hecho muy bien y se logra especialmente en la escena del Peyote. Es muy importante, tu sabes. Creo que una de las líneas mas importantes en ?House Made of Dawn? es en la escena Navajo Night Chant cuando dice, ?Restaura mi voz por mí.?

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14 de noviembre de 2011
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El póstumo de David Foster Wallace

David Foster Wallace. Foto: Marion Ettlinger El 17 de Noviembre aparecerá la novela inédita y póstuma de David Foster Wallace, El rey pálido, con la edición de Mondadori. Nadal Suau en ?El Cultural? habla sobre el personaje que fue en vida Foster Wallace, una vida intensa y un rápido suicidio. Y también comenta qué podemos esperar de esta nueva novela. Al final de la extensa reseña concluye: ?Su suicidio fue, simplemente y sin frivolidades interpretativas, un desastre?.  Dice la reseña:

Al principio, cuando publicó The broom of the system a finales de los 80, obtuvo una fama moderada entre los más listos de su generación; luego, con La broma infinita (1996), estallaron la moda y el prestigio: hubo portadas para David Foster Wallace, elogios desmesurados, chicas preguntando por él, listas que celebraban su obra maestra. Y está, en fin, todo ese entusiasmo de sus amigos, colegas y editores, explicándonos que Wallace era encantador, vivaz, inteligentísimo, luminoso? David Lipsky ha dicho de él que ejercía en los demás el mismo efecto que una taza de café. Los despertaba, los excitaba, hacía que sintieran gratitud. Y luego, claro, está su suicidio. Es muy tentador convertir el suicidio en un emisor de significado literario: ya sabemos que muchos escritores se suicidan, y que la lucidez (Wallace era lúcido en grado extremo) puede convertir la vida en algo de difícil digestión? Pero hay un problema: la literatura de David Foster Wallace no es la de un suicida. Trataré de demostrarlo más adelante. Ahora, recordemos sólo que Wallace padecía depresión. Quienes lo amaron insisten siempre en subrayar que Wallace no era su depresión, que cuando lograba alejar la enfermedad se revelaba como un hombre intenso, vivo. Y durante un tiempo lo logró, gracias a su propio tesón y a un fármaco llamado Nardil. Estaba casado con la artista Karen Green desde 2004. Vivían en California, él daba clases de escritura narrativa y tenían dos perros. Parece ser, en fin, que era razonablemente feliz. Y entonces abandonó el tratamiento de Nardil, en parte porque le ocasionaba malas reacciones con algunos alimentos, en parte por ese mismo tesón que hemos mencionado: ¿hay que ceder a una ?adicción??, debía pensar Wallace. Él, no. Sin embargo, solo ante ella, la enfermedad venció: tras doce sesiones de electroshock, numerosas consultas médicas y un primer intento fallido, el escritor logró suicidarse. Se ahorcó un día de 2008, aprovechando las pocas horas que su esposa lo dejó solo en casa. Tenía 46 años. Su hermana ha declarado algo terrible y en cierto modo hermoso: que se imagina a David besando a sus dos perros y pidiéndoles perdón antes de izar la soga. Después del suicidio, llegaron el llanto y también las interpretaciones y el mito y, por supuesto, las preguntas: ¿estaba por llegar su mejor libro? ¿Cómo habría analizado las mutaciones sociales que están teniendo lugar? ¿Qué habría opinado de Libertad, de su amigo Jonathan Franzen, ese intento (probablemente fallido) de volver a poner la literatura en el centro de la discusión pública y, ustedes perdonen, moral? Y últimamente se me ocurre otra, dirigida al lector compulsivo de memorias de deportistas que era: ¿qué habría pensado de la reciente biografía de Rafa Nadal, escrita por John Carlin (más que ?con? John Carlin, sospecho) y anunciada como su ?historia? cuando lo realmente interesante de Rafa Nadal es que carece de historia? Pero en fin, lo más importante que cabe apuntar tras la muerte de Wallace fue la aparición del legajo que ha acabado en nuestras manos con el título de El rey pálido. Larga, desbordada, incompleta. Wallace llevaba años trabajando en ?algo largo? que lo había obligado a documentarse y estudiar (en una entrevista telefónica de 1998 con Gus Van Sant ya confesaba estar asistiendo a clases de contabilidad fiscal) para sumergirse en el mundo de los Impuestos y la Agencia Tributaria. O sea, en el espantoso, puro aburrimiento. Ese iba a ser el motivo de su tercera novela, que quedó incompleta. Su viuda y el editor Michael Pietsch encontraron quilos de material disperso en diferentes soportes (papel impreso o escrito a mano, cuadernos, discos, etc.) que Pietsch tuvo que someter no sólo a criba sino, sobre todo, a un orden más o menos coherente. Si uno lo piensa, es una responsabilidad mareante: escoger el principio de un libro de David Foster Wallace. Escoger su final. Decidir dónde encajan esas piezas aparentemente inconexas con la espina dorsal del libro que, en algún caso, se habían publicado con anterioridad como relato. Creo que Pietsch ha hecho bien su trabajo y que El rey pálido es, no diré el mejor libro de Wallace, porque sería ciertamente frívolo decir eso de un libro que no es lo que debió ser, pero desde luego un desbordante, magistral, admirable ejemplo de gran literatura. Pero, ¿qué clase de literatura?. Permítanme una mirada panorámica sobre la obra de David Foster Wallace, un escritor que afrontó con enorme coraje el reto de tomar el testigo de una generación tan extraordinaria, la de Pynchon o DeLillo, que probablemente lo condenará, cuando el tiempo pase, a una condición epigonal. Y será injusto, porque ni su talento ni sus planteamientos artísticos lo merecen. De Wallace pueden apuntarse muchas cosas: es frecuente, por ejemplo, hablar de su estilo digresivo, huracanado, tan inagotable que tiene que recurrir a notas a pie de página numerosas y larguísimas, como si nunca nada quedara cerrado, como si cada acotación a la acotación fuera imprescindible; también podemos admirar la naturalidad con que nos interpela directa, amistosamente, haciéndonos esa clase de bromas sarcásticas que exigen un teatral ?ehem, ehem?, o bien planteando febriles callejones lógicos sin salida, absurdos enigmas de huevo y gallina. También es frecuente señalar que hablamos de un autor de trasfondo analítico, filosófico, aunque yo creo que ese no es exactamente su punto fuerte. Wallace es un narrador, ese es su don; y aunque era muy inteligente, su inteligencia era narrativa. Planteemos, por ejemplo, un peculiar duelo entre el americano y Michel Houellebecq: como cronistas, ambos asistieron a un festival porno, y ambos han dedicado muchas páginas al mundo del turismo. Pues bien, si tenemos que valorar el resultado desde las ideas, la victoria es francesa; literariamente, en cambio, vence David Foster Wallace, que nos deslumbra y nos mata de la risa con sus reportajes ?Gran hilo rojo?, en Hablemos de langostas, y ?Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer?, en el libro del mismo título. Por cierto, qué bueno era Wallace titulando. La clave radica, a mi entender, en un punto esencial de su escritura: la poderosa, irresoluble tensión entre la ironía posmoderna (o post-posmoderna, o posmoderna de tercera ola, o como ustedes y los académicos quieran llamarlo) y la vocación de decir algo honesto, compasivo y sólido. El talento de Wallace es sarcástico, experimental y desencantado: tiene que reírse de todas las cosas horribles de nuestro tiempo (lo grotesco, lo hortera o lo mendaz), y su inteligencia lo condena a ver con lucidez cómo todo está infectado, cómo avanza la extinción. Como a la mayoría de nosotros, le cuesta creer en nada. Pero no se resigna. En su voz palpita una añoranza de la autoridad ganada legítimamente, de la restauración del valor de las palabras hermosas, de la verdad. Aunque no quiero ponerme demasiado estupendo, esta cita de Nietzsche me recuerda mucho a DFW: ?las cosas grandes exigen que de ellas se guarde silencio o se hable con grandeza: con grandeza, es decir, cínicamente y con inocencia·. Cinismo e inocencia. Así escribe nuestro hombre, ya sea analizando la función cultural de la tv o la dificultad de establecer un discurso literario en nuestra era mediática. Si les parece, volvamos a El rey pálido, esa tremenda crónica de la vida tributaria de los Estados Unidos, con Jimmy Carter y sobre todo Ronald Reagan (?El Vaquero?) al fondo y, por tanto, con una melodía política sonando todo el tiempo que suena a Réquiem o a ?fuga musical de evasión de responsabilidades?. No se asusten, pero el gran tema de este libro es, ya lo he dicho antes, el aburrimiento. El rey pálido habla de tipos que quieren trabajar en Hacienda, de clases de contabilidad o de cómo la historia se ha convertido en una simple acumulación de datos estadísticos: ?en el mundo actual, las fronteras están fijas y ya se han generado los datos más importantes. Caballeros, la frontera heroica de hoy día está en el ordenamiento y la utilización de esos datos. Clasificación, organización y presentación?. También habla de burocracia: ?aprendí que el mundo de los hombres tal como existe hoy en día es una burocracia?. Y un poquito más adelante: ?la clave burocrática subyacente es la capacidad para soportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en un entorno que descarta todo lo que es vital y humano. Para respirar, por así decirlo, sin aire?. El capítulo 22 y otros pasajes. Hasta ahora, mis wallaces favoritos eran los dos libros de ensayos que he citado y el gozoso Entrevistas breves con hombres repulsivos. La broma infinita, aunque ciertamente es admirable, también resulta agotadora y a menudo nos sentimos tentados de afirmar que su título es el más honesto de la historia de la literatura.Ahora, El rey pálido trastoca, al menos parcialmente, mi canon wallaciano: si no es su mejor libro, desde luego contiene sus mejores páginas. No es que todo sea igual de bueno: así, me interesa relativamente poco el jueguecito que se trae con el autor-narrador-personaje, y creo que la historia de Meredith Rand resulta obvia. Además, nadie duda, ni siquiera la ?nota del editor?, que el libro adolece de reiteraciones y torpezas de estilo típicas de un manuscrito inacabado. Dicho esto, por favor, presten atención al extraordinario capítulo 22, o a cualquiera de los bellísimos pasajes que involucran al padre del personaje David Wallace. O al descacharrante diálogo que arranca cuando alguien pregunta a otro, ?¿en qué piensas tú cuando te masturbas?? Tanto en su arrollador inglés como en la espectacular traducción de Javier Calvo, esta prosa nos deja estupefactos: ¿es posible narrar durante una cincuentena de páginas un banalísimo trayecto en autobús con un tipo sudando y otro mirando el paisaje, y que de eso salga algo admisible? Sí, lo es. ¿Es posible plantar a un jesuita con regusto a personaje de DeLillo en una clase de la universidad intentando convencernos de que la contabilidad es un oficio heroico y que tal estampa nos interese? Nuevamente, sí. Esto, y mucho más, es posible por lo que he dicho antes: porque Wallace es lúcido e implacable, pero también extrañamente sentimental y noble. Porque sabe que existen las epifanías. En fin, cinismo e inocencia. Y lecturas: Wallace había leído a esos tan pasados de moda existencialistas (aquí alude a Camus o Kierkegaard, como en otros libros suyos, y también a Cioran) sin que la lección del desgarro humano le pasara por alto. Para acabar, y aunque no debiéramos sacar conclusión alguna a partir de este dato, digamos que el concepto de suicidio planea en cinco pasajes sobre la superficie de El rey pálido, seis si contamos este desolador fragmento en las notas finales: ?David Wallace desaparece: se convierte en criatura del sistema?. Todo lo contrario: este escritor magnífico se ha burlado de ese sistema con su obra. 

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11 de noviembre de 2011
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Mascotas literarias

Cortázar y los gatos A raíz del libro Perros, gatos y lémures (Errata Naturae), Laura Sangrá Herrero escribe un artículo sobre ?Escritores y mascotas? en el ADN.es. La verdad es que muy buena la idea. No solo perros y gatos. Veamos qué mascotas tienen algunos escritores (por cierto, odio las mascotas). Aquí algunos nombres, mascotas y anécdotas: Lord Byron  Uno de sus perros zarparon del puerto de Londres. El can o se cayó o se quiso dar un baño, quién sabe, pero el caso es que acabó chapoteando en el frío mar. Byron le pidió al capitán que parase el barco y socorriera al animal. El navegante se negó porque sólo si el accidentado era una persona tenía un buen motivo para parar motores, así que Byron se tiró al agua y el capitán no tuvo más opción que rescatarle. Y con él, a su perro. Cyril Connolly, Escritor y compañero de clase de George Orwell, estaba convencido de haber sido un lémur en una de sus anteriores vidas (otras de sus reencarnaciones, según él, fueron una langosta, un melón y Arístipo). Por eso se rodeó de lémures a los que trataba como personas, sin reparar en la gente que le criticaba por esas deferencias con los animales.  Jane Bowles  La esposa de Paul Bowles (el que hizo de su casa un verdadero zoo), escribió sobre las razones por las que los gatos no pueden estar juntos, y son extrapolables a las que esgrimía para defender que dos escritores no pueden compartir pupitre: ?Ninguno de ellos consigue la atención que desea y exige?. Quizás por eso, escritores y felinos se entienden tan bien desde siempre. William Burroughs Un sapo era su mascota de niño, aunque en casa lo que abundaban eran las ratas. Ya viudo (disparó a su mujer), decía que cuando sus gatos se ausentaban, sentía muchas ganas de llorar y a menudo lo hacía. Truman Capote ?Querido Charlie: aquí todos los perros tienen miedo y pulgas, no te gustarían nada. Te echo de menos. ¿Quién te quiere? T (quién si no)?, le dijo el autor de A sangre fría a su perro en una de las notas que le mandaba yendo de viaje. Paul Bowles Su esposa, Jane, y él tenían un auténtico zoo en casa: un gato, un pato, un armadillo, dos coatíes, un ocelote y un loro, llamado Budupple, que el escritor siempre llevaba con él. De joven Bowles se autorretrataba como un loro. Virginia Woolf Siempre hubo perros en su vida, por eso la alusión a ellos en sus obras era constante. Grizzle y Pinka quizás fueron sus favoritos, y tenía costumbre de llevarlos a todos lados, aunque a los demás les molestara. Julio Cortázar El de Rayuela bautizó como Teodoro W. Adorno a un gato callejero de su lugar de veraneo que iba a su puerta a por comida.Al año siguiente, al escritor se le ?mojaron los ojos como a un imbécil?, dijo, al reencontrarse con el felino. Ignacio Martínez de Pisón Recuerda que su primera mascota fue una tortuga a la que su padre,?creyendo que era una piedra, partió por la mitad con el cortacesped?. Luego llegaron un canario que reventó de tanto comer y dos patitos destructores.

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11 de noviembre de 2011
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Wendy Guerra reseñada

Wendy Guerra. Foto: Daniel Mordzinski Wendy Guerra acaba de publicar Posar desnuda en La Habana (Alfaguara), una novela que tiene como protagonista a Anaís Nin y en especial a la Anaís Nin de los Diarios y su paso por La Habana en los años 20. Joaquín Marco hace la reseña de la novela en ?El Cultural? de El Mundo.  Dice la reseña:

Los diarios y la estancia en Cuba de Anais en su niñez y juventud llevaron a Wendy Guerra a novelar su paso por La Habana entre 1921 y 1923 siguiendo la fórmula del diario y el epistolario. Anais fue hija del compositor cubano Joaquín Nin, aunque lo más apasionante de su existencia se desarrolló en los años 30 en París, donde convivió con Henry Miller, Artaud, o L. Durrell. Para documentarse, Guerra recibió una beca del Department of Special Collections (UCLA), donde se encuentran los manuscritos. En las últimas páginas revela las entrevistas mantenidas, incluso con Rupert Pole, su último marido, y los documentos consultados en Cuba, donde descubrió el acta de matrimonio con el estadounidense Hugo Guiler, y recorrió los lugares que Nin menciona, hoy transformados o desaparecidos, recuperando el pasado de La Habana. Se trata, pues, de la recreación de una parte poco conocida de la vida de Nin. Resume la autora aquella personalidad con un interrogante que es, tal vez, la clave del libro: ?¿Anaïs fue bígama, incestuosa, mitómana, adúltera, creativa, talentosa, ninfómana, bisexual??. Posiblemente fue todo esto y Wendy Guerra lo comprime en su estancia habanera, cuando llegó, a los 19 años, tutelada por sus tías (su madre, con dificultades económicas, permaneció con sus hermanos en París). La tía Antolina, llamada La Generala porque era viuda de general, cuidó de ella. Su padre había abandonado la familia y este desamparo convierte a Anaïs en un ser extraño que tiende a la introspección, aunque elige la alegría de vivir descubriendo La Habana. El plan que le proponen las tías es casarse con un hombre rico, aunque ella desea ?casarme con Hugo?, mientras la familia de éste se opone porque Anaïs es pobre, católica y latina. Será la tía Antolina la que dé la vuelta a una situación en la que Anaïs escribe cartas desoladas a su prometido. El mejor hallazgo de esta reconstrucción imaginaria es el ambiente familiar,las formas de vida y la inmersión cubana de una joven a la que atraen nuevas sensaciones: su experiencia sexual con Julián; la reconstrucción de la virginidad; los preparativos del matrimonio, el conocimiento de Flor, con la que descubrirá una nueva sensualidad? Pero la familia la considera excéntrica y algunos, en la cena prematrimonial, se escandalizan cuando se desnuda y posa para pintores o amigos. Fue su profesión en París y ésta será la escena que da título al libro. El matrimonio con Hugo (su sostén económico toda su vida) la defrauda pronto. El rastro de Anaïs se prolonga hasta París en unas pocas páginas, en el reencuentro con el padre, ?el rey Sol?, y amante. Anaïs se casó en 1955 con Rupert Pole, un actor con el quevivió treinta años, manteniendo a la vez su anterior matrimonio con Hugo. El personaje y sus avatares le han permitido a Wendy Guerra expresar una devoción por Cuba que atribuye a Anaïs Nin. Las páginas sobre la investigación de su amplia familia son excelentes. 

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11 de noviembre de 2011
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A veces me pongo a mirar una piedra

óleo de Mark Rothko La espantosa realidad de las cosases mi diario descubrimiento.Cada cosa es lo que es,y es difícil explicarle a nadie cómo me alegra esto,y cuánto me basta.Basta existir para sentirse completo.He escrito muchos poemas.He de escribir muchos más, naturalmente.Cada poema mío lo dice,y todos mis poemas son distintos,porque cada cosa es una manera de decir esto mismo.A veces me pongo a mirar una piedra.No me pongo a pensar si siente.No me extravío llamándole hermana mía.Pero me gusta por ser una piedra,me gusta porque no siente nada,me gusta porque no tiene ningún parentesco conmigo.Otras veces oigo pasar el viento,y me parece que sólo para oír pasar el viento vale la pena haber nacido.No sé qué pensarán los demás cuando lean esto;pero me parece que esto debe estar bien porque lo pienso sin esforzarme,ni idea de que nadie vaya a oírme pensar;porque lo pienso sin pensamientos,porque lo digo como lo dicen mis palabras.Una vez me llamaron poeta materialista.Y me extrañó, porque yo no pensabaque se me pudiese llamar nada.Yo ni siquiera soy poeta: veo.Si lo que escribo tiene algún valor, no soy yo quien lo tiene:el valor está allí, en sus versos.Todo esto es absolutamente independiente de mi voluntad.Alberto Caeiro (Fernando Pessoa) Homenaje a la luz del 11.11.11

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11 de noviembre de 2011
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Bernard Pivot en España

Bernard Pivot. Foto: Giulia Pannattoni Un premio de la Asociación de Editores de Madrid ha permitido a Bernard Pivot llegar a España y ser entrevistado por El Mundo. Durante los años 80 y 90, a través de Apostrophe y de Bouillon de Culture, Pivot fue el referente literario de Francia y logró conducir los programas literarios paradigmáticos de la TV, no solo por contenido sino por el raiting enorme que logró convocar. Eran otros tiempos. Aunque ahora parece que la televisión no se interesa por programas como los de Pivot, las entrevistas que este realizó han quedado grabadas y son parte de la cultura literaria de todos.  Lo entrevista Alberto Ojeda:

Pregunta.- Sus programas disparaban las ventas de los libros de los autores que entrevistaba. ¿Cuáles eran sus estrategias y sus trucos para avivar el interés de los lectores? Respuesta.- No había trucos, sino mucho trabajo. Yo me tiraba leyendo cada día entre 10 y 14 horas. Me leía todos los libros, completos, de cada autor que entrevistaba. Era un enorme esfuerzo de reflexión? También era muy importante tener claro que el autor era más importante que el presentador y que las respuestas eran más importantes que las preguntas. P.- Alguna vez llegó a decir que la televisión era incapaz de transmitir la cultura clásica. ¿Hasta dónde llega su escepticismo hacia este medio como instrumento divulgativo? R.- Siempre pensé que la televisión era un medio complementario de la radio y la prensa escrita. Esta última es la que debe jugar el papel principal en la transmisión de la cultura. P.-¿Y en qué situación se encuentran los programas de libros en la televisión francesa? R.- Están marginados por otros programas, sobre todo en las cadenas públicas. Para seguirlos hay que tener más paciencia que un santo, porque los ponen a muy altas horas, tras los partidos de fútbol y los debates políticos. De todas formas, ha cambiado mucho la forma de ver la televisión respecto a cuando yo estaba activo. Antes las familias se juntaban para ver Apostrophe. Ahora, cuando terminan de cenar, los hijos se van corriendo hacia sus ordenadores. P.-¿De las cientos de entrevistas que ha hecho cuál le ha dejado un recuerdo más especial en su memoria? R.- Creo que la que le hice a Aleksandr Solzhenitsyn, en los Estados Unidos, en 1983. La última pregunta de mi entrevista fue: ?¿Cree que volverá usted a su tierra antes de morirse??. Me respondió que sí, que tenía la íntima convicción de que lo haría. Parecía algo utópico en ese momento, antes de la caída del Muro. Pero al final pudo hacerlo. La mayoría de las veces la historia no permite a las personas cumplir sus sueños, pero en este caso sí lo permitió. Fue algo muy emotivo. P.-¿Y se quedó con las ganas de entrevistar a algún escritor en particular, alguien que le resultó siempre esquivo? R.- Me pasó sobre todo con autores franceses mayores, de antes de que la televisión fuera un medio masivo, como René Char y Julien Gracq. Y también con Samuel Beckett. P.-¿Qué excusas ponía para eludir sus invitaciones? R.- Bueno, yo no hablaba con él directamente. Lo hacía con su editor y me decía siempre que era imposible. La verdad es que hubiera sido una locura llevarle a la televisión. Beckett estaba sumido en un mutismo radical. Me hubiera dejado petrificado en el plató. P.- Houellebecq es el autor francés que más se lee en España, un autor que despierta opiniones encontradas. ¿Cuál es la suya? R.- Sí, es el autor francés que más se lee por todo el mundo. Creo que la gente fuera tenía ya ganas de que un escritor francés no sólo les contara sus amoríos. Su gran mérito es hablar del mundo contemporáneo, con mucha perspicacia. Es una mezcla de originalidad, pesimismo, humor y desvarío. P.- Jorge Semprún fue el escritor español que más presencia tuvo en sus programas. ¿Cómo encajó la noticia de su muerte y cómo valora su obra? R.- Es muy emotivo para mí hablar de él. Era un gran amigo mío, cercano e íntimo. Tengo la intención de rendirle un homenaje en la ceremonia de entrega del premio. Fue el escritor francés más español. Y el escritor español más francés. En realidad, Semprún representa como nadie la figura del auténtico escritor europeo. P.-¿Y qué otros autores españoles le interesan? R.-Eduardo Mendoza, Pérez-Reverte, Vázquez Montalbán? Y de los que escriben en español destacaría a Vargas Llosa. 

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10 de noviembre de 2011
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Antonio Cisneros, premio Southern

Antonio Cisneros El Premio Southern Perú a la Creatividad ha sido otorgado esta vez a un escritor: al poeta Antonio Cisneros. Ernesto Carlín lo entrevista para ?El Peruano? sobre el premio y sus nuevos proyectos. Cisneros dice que no escribe para recibir premios: ?Uno de los oficios más gratuitos que conozco es la poesía. Se hace por amor al arte. No hay siquiera la promesa de tráfico y comercio de las novelas. Es conmovedor si piensas en personas que se han dedicado cincuenta años a escribir poesía como yo. Por un lado, tiene algo de ridículo, pobres señores que escriben poesía todo el tiempo?. Dice la nota:

¿Cómo nacen sus libros? ?Tiene mucho que ver con la inspiración. Un término muy del siglo XIX, que cae en desprestigio en el siglo XX por el populismo católico y marxista que es hacerle creer a la gente que todo se logra con esfuerzo. No. En el caso de la poesía es muy claro, si no naces poeta, así tengas constancia, trabajo y vayas a cien talleres literarios, no vas a ser poeta. Claro que tienes que cultivar y desarrollar tu talento, pero a lo que voy es que tiene que ver con la inspiración. No puedes imponerte un horario de empleado bancario, como los novelistas o Mario Vargas, para escribir poesía porque no tiene ningún sentido. ¿Cómo son esos momentos de inspiración? ?Hay ciertos días en tu vida en que estás particularmente lúcido, con una capacidad de asociar palabras, de ver cosas. Al fin y al cabo, la poesía es un acto de gran introspección. Hay momentos especiales que estás en estado de gracia, y eso se ilumina. Esos estados de gracia duran unos días y sirve para hacer series de poemas. Y como viene sin avisar, se va yendo y vuelves a ser el mismo de siempre.Sus libros son cada vez más espaciados.?Yo no tengo muchos libros en realidad. Eso es normal. Los jóvenes publican más seguido. Es normal en todos los escritores. Hay cada vez más un elemento autocrítico muy poderoso. Sonará absurdo lo que te voy a decir, pero no soy un poeta profesional pero la vida pareciera decir lo contrario. No me muero por la poesía, ni por nada en general, salvo mis nietos. ¿Qué libro suyo recuerda con más cariño? ?No hay ningún libro. Hay poemas en todos que son más interesantes, que resisten el tiempo y resisten mi propia lectura. Hay mucha gente joven ?o había, no sé? que siempre le gustó Comentarios reales. Y a mí, a los dos años de publicado me dejó de gustar. Pasé años de contradicción entre mi público que le gustaba ese libro y a mí me parecía muy pedante. Meter toda la historia del Perú en 70 páginas, muy ingenuo. Tan ingenua como la ironía de la película Las malas intenciones. Hay libros que le tengo cariño, porque me da pena el sufrimiento de este muchacho de Como higuera en un campo de golf. Felizmente, yo ya no soy él. Por otro lado, Canto ceremonial contra un oso hormiguero es el libro que me lanza a la fama, por decirlo de algún modo. Sin embargo, el libro que está mejor escrito es El libro de Dios y de los húngaros. Pero ninguno de mis libros me entusiasma con toda franqueza. Como en general la poesía no me entusiasma mucho. Si hay un sentimiento poesía que es muy importante, pero no es un género literario.Inspiración en los recuerdos¿ En qué proyecto está actualmente? ?He escrito un poema, un tríptico muy extraño. Yo soy un señor que va a cumplir 69, y tengo una mamá de ochentaitantos. Y yo no sé de dónde he escrito este tríptico. Es un recuerdo casi prenatal. Yo en la cuna viendo la cabeza inmensa de mi madre adorándome y yo aterrado. Me da vergüenza y no se lo he leído a mi mamá. A estas alturas, yo que no he escrito poemas a la madre.  ¿Proyecta algo mayor? ?Vamos a ver si escribo más. Por momentos me animo. El último libro de mi vida, me digo. Me dan vueltas más ideas, como el recuerdo de mi madre conmigo de niño por la bajada de Miraflores. Quisiera hacer más poemas, para que sea un librito. No me hagas mucho caso. No es que de verdad piense hacer el librito, pero puede que sí lo haga.

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10 de noviembre de 2011
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Cuenca sin exotismos

Joao Paulo Cuenca Joao Paulo Cuenca es un escritor brasileño, escogido para el Bogotá39, quien no ha sido leído en castellano aún pero que pronto, gracias a Lengua de Trapo, podremos leer con la novela El único final feliz para una historia de amor es un accidente. Estuvo presente en el VivAmérica y además tuvo una entrevista digital en El País. Aquí algunas de sus respuestas:

El problema es que la producción cultural brasileña es enormemente más rica y compleja de lo que llega a Europa. El cliché de lo exotico es poco, muy poco, para representar la cultura y la realidad brasileira. Mi esperanza es que la fuerza económica de Brasil en este momento también sirva para enseñar al mundo que somos más que playa, bikinis y sonrisas.  (?) Creo que es un problema que tiene más que ver con una cuestión editorial y de mercado que con la calidad de la literatura brasileña contemporánea. Infelizmente, todavía es más fácil ?vender? Brasil por el camino de lo exótico o de lo místico, lo que es tremendamente empobrecedor. Hay escritores singulares de mi generación como Carola Saavedra, Michel Laub, André Sant´Anna o Daniel Galera que escapan al estereotipo de lo que se espera de un ?esolarado? Brasil y que merecen ser leidos por aquí.

También comentó la novela que saldrá pronto con Lengua de Trapo:

El único final feliz...? es una novela que cuenta dos historias de amor que se entrecruzan, la historia de una muñeca erótica y su creador, un viejo poeta, y la historia del hijo de este poeta, un joven ejecutivo, con una camarera rumano-polaca. Mientras cuento estas historias, intento hacer una reflexión sobre la representación y el mundo repleto de imágenes donde vivimos hoy.

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9 de noviembre de 2011
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El Boomeran(g)
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