Luego se dijo que fue un neumático, que explotó el neumático de un tráiler por el calor o por un exceso de carga. La verdad es que daba igual la causa de la explosión. Lo importante es que me despertó y, con ello, se interrumpió el sueño, un sueño sustancial, diría que decisivo, como todos los de estos últimos años en que parece que se me acaba el tiempo, que es urgente poner en circulación todo el material onírico, que en cuanto yo haya muerto no tendrá utilidad alguna. Pues verán, esto era lo que sucedía en el sueño: en el planeta Tierra la religión no existía, ni siquiera la palabra que la designa, la religión no se había inventado. Y a mí me sorprendía porque estaba recién llegado a la Tierra, a esa tierra; quizá venía de otra tierra o de la misma en una fase anterior. Me preguntaba pues cómo serían las artes plásticas, la literatura, la arquitectura, al estar desprovistas de un asunto tan sólido y notable. Y, sobre todo, cómo sería la actividad humana, carente de la candidez de los crédulos y de la altivez de los incrédulos. Y cuando iba a salir de casa, a recorrer las calles, a hablar con la gente, a visitar museos, a husmear en las bibliotecas, llegó la explosión, me desperté, y se interrumpió el sueño. Ahora, en la vejez, ya no dispongo de la facultad de enlazar los sueños, de recuperar el anterior, aunque sólo sea en el punto de ruptura, y continuarlo prosiguiendo la historia, conociendo las respuestas, por ejemplo en el caso que nos ocupa, a tantas preguntas fundamentales, averiguando cuál es, de primera mano, la situación en este nuevo mundo.
