
Ana Sainz (Anapurna)
Suya era la noche, de María Ovelar
La voluntad de iluminar con luz directa las habitaciones sombrías del deseo femenino se vuelve cada vez más y más notoria, transmutada en tendencia tanto en la industria editorial como en la del entretenimiento, e incluso con más significación en las óperas primas. En pantalla, títulos como Creatura, Crudo, Babygirl, Sex Education. En papel, Pura pasión, I love Dick, Lo que hay, Mi marido; ríos de tinta a los que se sumaría Suya era la noche, la primera novela de la poeta y periodista María Ovelar. Victoria, una mujer joven, se deja arrastrar por una corriente de semen, rayas, pastillas y copas que la dejan amoratada cual pelota rebotando entre callejones oscuros y resacas superpuestas, en un intento infructuoso -y aunque resuene en nuestras cajas torácicas, algo penoso- de encontrar validación; esa urgencia juvenil de hacerse un hueco en el mundo desde donde patalear y gritar tu nombre, reclamar tu espacio, tu derecho a ser vista y escuchada. Cuando eres una mujer joven, recién salida de una adolescencia transitada entre los años noventa y los dosmil, heterosexual o bisexual -en cualquier caso con apetencia por los hombres-, a menudo ese espacio vacío lleva pronombres masculinos.
De escritura errática y precipitada, que brota incontrolable al igual que se escupe un verso que no puede concebirse desde otro lugar que no sea la urgencia -así entiendo la poesía-, Ovelar chapotea en las aguas estancadas de una identidad conformada por el deseo ajeno y la necesidad de pertenencia. Con Madrid como patio de recreo o personaje secundario, el texto, plagado de saltos al vacío, trata de reconstruir una genealogía terrorífica del mito del amor romántico. A través de la mirada de Mireia y su constante diálogo interior nos acercamos a Victoria: conocemos sus dualidades, contradicciones, deseos y adicciones. Mireia, que no es otra que Victoria, escribe un libro sobre su amiga perdida, quien le enseñó todo lo que hoy sabe sobre la supervivencia. En una narración arquetípica del descenso a los infiernos y su posterior resurgimiento, le habla y aconseja, abriendo pequeñas ventanas por las que mirar al futuro como un lugar que solo ella conoce.
Salpicada de referencias a una generación compartida que, para quienes la hemos habitado nos sitúan en el marco correcto -los soldados-naipe bidimensionales de la Alicia de Disney, Alcàsser, Fotolog y MySpace-, esta lectura resultará a la vez sorprendente y familiar. Algo así como la tendencia natural, mecánica e involuntaria de mirarse en el reflejo de un edificio o en la cristalera de una tienda y no reconocerse en el presente; de tardar un rato en darse cuenta de que quien te devuelve una mirada ojerosa y una melena sin peinar no es otra que una sombra de otro tiempo.
El tormento de Victoria tiene nombre propio: Adán, el antihéroe despojado de todo su atractivo, el indie asqueroso, el objeto de deseo, lo que parecía -porque siempre lo parecen cuando tienes veinte años y no no eres más que purita proyección- la encarnación de lo extraordinario no es más que la más triste de las realidades comunes; la del amor como jaula, como tijera o navaja, como máquina amputadora de miembros necesarios para el correcto desarrollo de una vida plena. A pesar de la bisexualidad de la protagonista, ésta aparece como un hecho aparentemente anecdótico, una especie de experimentación de la pérdida: la única relación con una mujer, previa a su llegada a la ciudad, se sitúa en una configuración antigua, un lugar en el pasado, algo (y alguien) que ya ha quedado atrás. Esta nueva morfología sólo existe si es reconocida, admirada y deseada en los encuentros con los hombres, siendo Adán el epicentro de estos topetazos.
Ovelar ha escrito una novela dejándose esquirlas de costilla y rastros de sangre en el teclado y la pantalla, vómito y bilis por los suelos y trocitos de alambre y plástico esparcidos por el escritorio. Un texto que ensucia y desordena, que marea y deja el cuerpo y la mente blanditos, mushy, como lo hace una resaca de esas que te hacen prometer que nunca volverás a caer.