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Tormento con nombre propio

Por 10 de julio de 2025 Sin comentarios

Ana Sainz (Anapurna)

Suya era la noche, de María Ovelar

 

La voluntad de iluminar con luz directa las habitaciones sombrías del deseo femenino se vuelve cada vez más y más notoria, transmutada en tendencia tanto en la industria editorial como en la del entretenimiento, e incluso con más significación en las óperas primas. En pantalla, títulos como Creatura, Crudo, Babygirl, Sex Education. En papel, Pura pasión, I love Dick, Lo que hay, Mi marido; ríos de tinta a los que se sumaría Suya era la noche, la primera novela de la poeta y periodista María Ovelar. Victoria, una mujer joven, se deja arrastrar por una corriente de semen, rayas, pastillas y copas que la dejan amoratada cual pelota rebotando entre callejones oscuros y resacas superpuestas, en un intento infructuoso -y aunque resuene en nuestras cajas torácicas, algo penoso- de encontrar validación; esa urgencia juvenil de hacerse un hueco en el mundo desde donde patalear y gritar tu nombre, reclamar tu espacio, tu derecho a ser vista y escuchada. Cuando eres una mujer joven, recién salida de una adolescencia transitada entre los años noventa y los dosmil, heterosexual o bisexual -en cualquier caso con apetencia por los hombres-, a menudo ese espacio vacío lleva pronombres masculinos.

De escritura errática y precipitada, que brota incontrolable al igual que se escupe un verso que no puede concebirse desde otro lugar que no sea la urgencia -así entiendo la poesía-, Ovelar chapotea en las aguas estancadas de una identidad conformada por el deseo ajeno y la necesidad de pertenencia. Con Madrid como patio de recreo o personaje secundario, el texto, plagado de saltos al vacío, trata de reconstruir una genealogía terrorífica del mito del amor romántico. A través de la mirada de Mireia y su constante diálogo interior nos acercamos a Victoria: conocemos sus dualidades, contradicciones, deseos y adicciones. Mireia, que no es otra que Victoria, escribe un libro sobre su amiga perdida, quien le enseñó todo lo que hoy sabe sobre la supervivencia. En una narración arquetípica del descenso a los infiernos y su posterior resurgimiento, le habla y aconseja, abriendo pequeñas ventanas por las que mirar al futuro como un lugar que solo ella conoce.
Salpicada de referencias a una generación compartida que, para quienes la hemos habitado nos sitúan en el marco correcto -los soldados-naipe bidimensionales de la Alicia de Disney, Alcàsser, Fotolog y MySpace-, esta lectura resultará a la vez sorprendente y familiar. Algo así como la tendencia natural, mecánica e involuntaria de mirarse en el reflejo de un edificio o en la cristalera de una tienda y no reconocerse en el presente; de tardar un rato en darse cuenta de que quien te devuelve una mirada ojerosa y una melena sin peinar no es otra que una sombra de otro tiempo.

El tormento de Victoria tiene nombre propio: Adán, el antihéroe despojado de todo su atractivo, el indie asqueroso, el objeto de deseo, lo que parecía -porque siempre lo parecen cuando tienes veinte años y no no eres más que purita proyección- la encarnación de lo extraordinario no es más que la más triste de las realidades comunes; la del amor como jaula, como tijera o navaja, como máquina amputadora de miembros necesarios para el correcto desarrollo de una vida plena. A pesar de la bisexualidad de la protagonista, ésta aparece como un hecho aparentemente anecdótico, una especie de experimentación de la pérdida: la única relación con una mujer, previa a su llegada a la ciudad, se sitúa en una configuración antigua, un lugar en el pasado, algo (y alguien) que ya ha quedado atrás. Esta nueva morfología sólo existe si es reconocida, admirada y deseada en los encuentros con los hombres, siendo Adán el epicentro de estos topetazos.


Ovelar ha escrito una novela dejándose esquirlas de costilla y rastros de sangre en el teclado y la pantalla, vómito y bilis por los suelos y trocitos de alambre y plástico esparcidos por el escritorio. Un texto que ensucia y desordena, que marea y deja el cuerpo y la mente blanditos, mushy, como lo hace una resaca de esas que te hacen prometer que nunca volverás a caer.

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Ana Sainz (Anapurna)

Ana Sainz.  Anapurna es el alter ego de Ana Sainz Quesada. Licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona se especializó en ilustración en el IED Madrid. Trabaja diferentes disciplinas artísticas, pinta paredes en espacios rurales y urbanos y trabaja la narrativa gráfica sobre cualquier soporte que se lo permita. Es sobretodo amante de leer y dibujar cómics. En 2015 recibió el premio Fnac- Salamandra Graphic por su primera novela gráfica, Chucrut. En 2017, el premio Art Jove de Ilustración (Palma). Sus historias se han publicado en revistas como Larva (Colombia), Kiblind magazine (Francia) o Jot Down (España). También ha publicado en Alemania con la editorial Wagenbach y en Estados Unidos con Anthology Editions y Fantagrafics, con el proyecto ‘Illustrating Spain in the U.S.’, un recorrido gráfico y narrativo por la influencia de España en el continente. Expuso su serie de grabados Intimidades en la Staatliche der Bildende Kunste en Karlsruhe (2015, Alemania) y su proyecto colectivo Junglepussy –junto al artista visual Grip Face- en la galería Miscelánea (2017, Barcelona). Ha participado en diversas exposiciones colectivas, entre ellas WALLBETWEEN, en la SC Gallery de Bilbao. ‘Insolubilia’ fue su primera exposición individual (2019, La Causa, Madrid). Ha publicado recientemente Rebel.lió. La vaga de lloguers de 1931, en colaboración con el Ayuntamiento de Barcelona y guion de Francisco Sánchez. Su última novela gráfica, Norbu, se ha editado en Francia de la mano de la editorial Çà et Là.

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