
Ficha técnica
Título: Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre | Autor: Zygmunt Bauman | Traductor: Carmen Corral Santos | Editorial: Tusquets | Colección: Ensayo | Formato: 13,8 x 21 cm. | Presentación: Rústica con solapas | Fecha: abr/2017 | Páginas: 176 | ISBN: 978-84-9066-402-5 | Precio: 14 euros | Ebook: 9,99 euros
Tiempos líquidos
Zygmunt Bauman
La caracterización de la modernidad como un «tiempo líquido» es uno de los mayores aciertos de la sociología contemporánea.
La expresión, acuñada por Zygmunt Bauman, da cuenta con precisión del tránsito de una modernidad «sólida» -estable, repetitiva- a una «líquida» -flexible, voluble- en la que las estructuras sociales ya no perduran el tiempo necesario para solidificarse y no sirven de marcos de referencia para los actos humanos.
Pero la incertidumbre en que vivimos se debe también a otras transformaciones, entre las que se contarían: la separación del poder y la política; el debilitamiento de los sistemas de seguridad que protegían al individuo, o la renuncia al pensamiento y a la planificación a largo plazo.
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La vida líquida moderna y sus miedos
«Si quieres paz, preocúpate por la justicia», aseveraba la sabiduría antigua, y, a diferencia del conocimiento, la sabiduría no envejece. Hoy, igual que hace dos mil años, la ausencia de justicia obstruye el camino hacia la paz. Las cosas no han cambiado. Aquello que sí ha cambiado es que ahora la «justicia», a la inversa de los tiempos antiguos, es una cuestión planetaria, que se mide y se valora mediante comparaciones planetarias; y ello se debe a dos razones.
La primera es que, en un planeta atravesado en todas direcciones por «autopistas de la información», nada de lo que ocurra en alguna parte puede, al menos potencialmente, permanecer en un «afuera» intelectual. No hay una terra nulla, no hay zonas en blanco en el mapa mental, tierras y pueblos ignotos, menos aún incognoscibles. El sufrimiento humano de lugares lejanos y modos de vida remotos, así como el despilfarro de otros lugares y modos de vida también remotos, entran en nuestras casas a través de las imágenes electrónicas de una manera tan vívida y atroz, de forma tan vergonzosa o humillante, como la miseria y la ostentación de los seres humanos que encontramos cerca de casa durante nuestros paseos cotidianos por las calles de la ciudad. Las injusticias, a partir de las cuales se conforman los modelos de justicia, ya no permanecen circunscritas a la vecindad inmediata, no hay necesidad de ir a buscarlas en la «privación relativa» o en «diferenciales salariales» al establecer comparaciones con los vecinos de la puerta de al lado, o con los amigos cercanos en el ránking social.
La segunda razón es que, en un planeta abierto a la libre circulación del capital y de las mercancías, cualquier cosa que ocurra en un lugar repercute sobre el modo en que la gente vive, espera vivir o supone que se vive en otros lugares. Nada puede considerarse de veras que permanezca en un «afuera» material. Nada es del todo indiferente, nada puede permanecer por mucho tiempo indiferente a cualquier otra cosa, nada permanece intacto y sin contacto. El bienestar de un lugar repercute en el sufrimiento de otro. En la sucinta expresión de Milan Kundera, una «unidad de la humanidad» como la que ha generado la globalización significa sobre todo que «nadie puede escapar a ninguna parte».