
Ficha técnica
Título: La habitación | Autor: Hubert Selby Jr. | Traducción: Daniel Ortiz Peñate | Editorial: Escalera | Colección: Precursores Nº: 5 | Género: Narrativa | ISBN: 978-84-937018-6-4 | Páginas: 272 | Formato: 14,8 x 21 cm. | Encuadernación: Rústica con solapas | PVP: 19,00 € | Publicación: Abril de 2010
La habitación
Hubert Selby Jr.
Tras publicarse en castellano Última salida para Brooklyn y Requiem por un Sueño, llega la que para muchos entendidos es la verdadera obra maestra de Hubert Selby Jr. Sin duda estamos ante la novela más dura que jamás hayamos publicado, con una traducción interrumpida en ocasiones para ir a vomitar, un auténtico descenso a los infiernos al que ni siquiera el propio autor pudo enfrentarse hasta pasados veinte años de su publicación. Una narración que reinventa a Joyce, a Dante, a Kafka, un terror que nos remite en ocasiones a los pasajes más siniestros de la Biblia, un libro altamente desaconsejado a todo aspirante a funcionario corrupto, una antecesora buena del American Psicho. Un espejo para Luis Miguel Rabanal, Chuck Palaniuck o Michel Houellebecq. En resumen y en palabras de Allen Ginsberg «Un libro que refleja mejor que ningún otro la angustia de América,», una angustia que por desgracia, hemos hecho nuestra. ¿Y de qué va el libro?: De la frustrada sed de venganza de un pobre diablo encerrado en una celda. A partir de ahí, el horror y la genialidad a partes iguales.
La habitación supone para muchos entendidos la verdadera obra maestra de Selby, una lectura desafiante donde las haya, protagonizada por un delincuente vulgar e iracundo, a la espera de un juicio por un crimen que clama no haber cometido. En el transcurso de la novela, el lector dudará de su inocencia en todo momento, la cual pasa a un plano secundario a medida que se van sucediendo por la mente del reo toda clase de pensamientos desoladores, recuerdos de violaciones, asesinatos, tortura, delirios de grandeza, venganzas inverosímiles, raptos masoquistas y una corrupción aún más claustrofóbica dadas las dimensiones de la ubicación de la acción: una celda.
El propio autor llegó a decir de este libro que no pudo siquiera pensar en releerlo hasta pasados veinte años, llegándolo a considerar «el libro más oscuro escrito acerca de la degradación humana después de la Biblia» y a mostrarse satisfecho con el revuelo que su aparición generó tanto entre seguidores como detractores para poco después caer de nuevo en el ostracismo de los non gratos de facto.
Hay que agradecerle a Selby su visión apocalíptica y su potente y original talento. Newsweek
Como Dante, Selby despliega todo un arsenal de jerga callejera, en ocasiones escatológica, para crear un arte poético que parece brotar directamente de maestros como Whitman, Pound, Williams, Burroughs u Olson. The Nation
PÁGINAS DEL LIBRO
Era consciente de la oscura quietud en el corredor. Sabía que no había nada que ver y pese a ello seguía perforando con mirada fija el reflejo de su rostro en el ventanuco. El corredor medía sólo dos metros de ancho y la pared de enfrente era apenas visible. Leyó los letreros de las cestas para la ropa sucia: camisas azules, pantalones azules, sábanas, toallas de ducha, toallas de mano. A duras penas podía leer los dos últimos a fuerza de apostarse contra el cristal y apurarse hacia un lado. Volvió a leerlos de izquierda a derecha, primero desde el centro del cristal para luego ir escorándose hacia la izquierda, forzando la vista hasta leer el último letrero. Camisas, pantalones; podía recitarlos sin problemas. Cerró los ojos. Toallas de mano, sábanas, toallas de baño… No se molestaba en comprobar si los enumeraba por orden. Estaba convencido de que no se equivocaba.
Dio la espalda a la puerta maciza y cerrada y se miró al espejo sobre el lavabo. Ahora que sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad podía verse la cara con nitidez, incluso una pequeña mancha roja que le afloraba en la mejilla. Se acercó al espejo y la recorrió con la yema de los dedos. Un grano incipiente. Comenzó a apretar, luego bajó las manos. ¿Para qué molestarme? Ya rasgará la piel. Esperaré a que asome la cabeza… si no desa-parece antes. Quién sabe, tal vez lo haga, y se pasó de nuevo el dedo. Dejó de hurgarse y retrocedió levemente para contemplarse mientras entornaba los ojos hasta el estrabismo y fruncía el ceño hasta que toda la cara se le arrugaba.
Se encogió de hombros y fue a sentarse al borde del catre. Sabía que la luz en el cuarto era tenue comparada con la luz del día, con todas las lámparas del techo encendidas, pero aún así creyó percibir la misma claridad. Es obvio que tan sólo parecía ser así, aunque si algo parece ser así, es que es así, ¿no? Entonces ahora mismo hay tanta claridad aquí dentro como en una playa soleada y punto.
Pero sabes que no es así. Sabes que sólo lo parece, y da esa impresión simplemente porque te has acostumbrado a ello. Y cuando enciendan las luces habrá tanta claridad que no podrás siquiera abrir los ojos del todo, entonces, al cabo de un rato, te parecerá que siempre ha sido así, hasta que vuelvan a apagar las luces y dejen sólo las de noche encendidas y de pronto todo se torna muy oscuro, hasta que te acostumbras y luego la claridad regresa tan insoportable como antes. Es siempre igual: te habitúas a algo y entonces ese algo cambia. Te habitúas a otra cosa, y esa otra cosa también cambia. Una y otra vez. Siempre igual.
En fin, al diablo con eso. De todas maneras no tiene importancia. No está oscuro y yo no tengo tanto sueño. Pude haber prescindido de la siesta esta tarde. Si tuviera algo para leer podría cansar un poco la vista y quedarme frito. En el fondo da bastante igual que duerma de día o de noche. Es lo mismo. La misma cantidad de tiempo tiene que pasar cada día
y cada noche. Las mismas veinticuatro horas. Cierto que mientras más duermes más rápido pasa el tiempo. Igual que en nochebuena cuando eres niño y no puedes esperar al día siguiente para ver qué te ha traído papá noel. Sabes que amanecerá en cuanto te duermas. Es todo lo que hay que hacer: dormirse para luego despertar, saltar de la cama y listo, a arrancarle el papel a los regalos bajo el árbol. Qué difícil era dormir también entonces. Aun sabiendo que en cuanto te durmieras llegaría la mañana, sin importar lo distante que ésta estuviera. Y tú ahí pensando: duérmete y será por la mañana. Era tan difícil dormir. Pero el tiempo pasaba y acababas por dormirte, por fuerza. Y resultaba igualmente difícil conciliar el sueño cuando ya sabías de la inexistencia de papá noel.