Francisco Ferrer Lerín
Entre los enclaves de interés ornítico cercanos a mi domicilio destaca el entorno del puente de Torrijos, frecuentado, en esta época del año, por numerosas rapaces en migración. Desde el interior del coche, situado de modo estratégico en el tramo que se conserva de la vieja carretera, llevo a cabo dos de mis prácticas favoritas, observar el comportamiento de las aves y observar el comportamiento de los humanos. Así, compruebo que la estupidez no tiene límites, al tiempo que un ejemplar de aguililla calzada (Hieraaetus pennatus) planea junto a un ejemplar de abejero europeo (Pernis apivorus). Me refiero a ver cómo los ciclistas se juegan la vida, desafiantes y ufanos, circulando en paralelo por la carretera, que aunque es nueva no dispone apenas de arcén, mientras los horribles niños de los turistas desprecian y humillan a sus pobres padres que les hablaron durante meses de las maravillosas vacaciones que, en familia, iban a disfrutar en el Pirineo. Ahora, en concreto, contemplo un paso, majestuoso, de milanos negros camino de su cuarteles de invierno y, cuando los pierdo, al rebasar la cresta del cerro de Rapitán, presto atención a un grupo de adolescentes que con envases de Yogur Activia bombardean un Mercedes que, lo que son las cosas, pertenece a un profesor emérito cuyo eje argumental, en la conferencia a la que asistí, no era otro que fomentar la natalidad para, de este modo, resolver todos los males de nuestra endeble sociedad.