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Pestilencias

Por 25 de enero de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Los viejos políticos han esnifado a los nuevos políticos y arrugado la nariz: ?Oléis mal?, les han reprochado. Curiosamente, y en un primer vistazo, han asociado indumentaria y pelambrera con hedor, como si de las axilas y la entrepierna de individuos encorbatados no emanara un tufo acebollado, agrio, muy persistente. En ocasiones se te sientan al lado en un avión, y al más mínimo movimiento se expande por el ambiente empastándolo de notas hediondas, grotescas, capaces de invalidar tu libertad olfativa. No puedes ignorarlo con unos auriculares, como se hace con un ruido molesto, ni girar la cabeza igual que cuando una visión te disgusta porque el mal olor es totalizador y contamina el momento, incluso la visión del día; se cuela en tu burbuja.
Agradecida me siento hacia los chavales alérgicos a la lavadora que en sus primeros pasos por la Cámara del Congreso han traído a la actualidad este asunto. Nadie se hubiera atrevido a echárselo en cara a los miembros de una formación clásica: a decirles a los del PP o a los del PSOE ?apestáis?. Pero la defensa del decoro también exige autoexamen. Porque la alta permisividad con la que muchos seres humanos se relacionan con la pestilencia siempre me ha parecido un generoso acto de consentimiento. En oficinas y supermercados, en los vagones del tren, museos, tiendas de todo a 1 euro, pero también en las salas de juntas y las oficinas, el mal olor se instala con más alevosía que la del okupa.
En plena era de glorificación del perfume, cargado de valor simbólico, en la que no sólo los individuos nos sentimos identificados por un aroma y no otro, sino que hoteles, cadenas de ropa o firmas de coches crean su propio olor corporativo ?a modo de firma inmaterial capaz de construir una experiencia y una marca?, abundan las zonas secuestradas por el mal olor. Mientras la ideología del bienestar invita a sentir placer a través de la fragancia, la falta de higiene sigue siendo una constante cotidiana.
No sé cómo debe oler el Parlamento francés, teniendo en cuenta que el 43% de los franceses no se ducha a diario. Le Figaro reveló que la cantidad de jabón que utilizan sus compatriotas no supera los 600 gramos anuales (mientras los alemanes, por ejemplo, consumen el doble). En Indonesia, varias empresas de mototaxis han impuesto la condición de que sus conductores demuestren su pulcritud: una empleada se ocupa de oler sus axilas y emite veredicto.
Pocas palabras como pudor ? hedor en catalán? expresan con tanta precisión fonética su significado, se resiste a la nueva sensualidad que emiten los altavoces del marketing. La higiene fue una de las grandes victorias del progreso, por ello la vida maloliente es una atrofia, producto de la dejación. Porque si algunos fueran capaces de olerse, saldrían corriendo de sí mismos.
(La Vanguardia)

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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