Joana Bonet
De la barbaridad que soltó Arias Cañete respondiendo a Susana Griso, hay un sintagma que determina el sentido de la frase: “mujer indefensa”. Ni la superioridad moral que se otorgó ni la discriminatoria afirmación de que las mujeres son inferiores intelectualmente resultan tan reveladoras como la creencia de que no puede serlo él mismo, es más, el temor de que “podría parecer un machista que acorrala a una mujer indefensa”. Cañete se coloca en el podio. Como la zorra de Esopo que no alcanza las uvas y dice que están verdes. El suyo con Rubalcaba si sería un buen cara a cara y se podrían “dar toda la leña recíproca”. Pero cómo iba a darle leña a una mujer indefensa. Quedaría feo, vino a decir con trasnochada vanidad. Su opinión pertenece al último eslabón de las creencias esencialistas que anteponen el sexo o la raza al ser. Atendiendo a la testaruda actualidad, considerar a las mujeres en inferioridad de condiciones es un ejercicio mucho más sutil que el de la discriminación por raza -qué rapidez ejemplar la del FC Barcelona echando a la taquillera de su museo, que se puso a hacer el mono en las gradas del Llagostera-. Siguiendo esa lógica, a Cañete también debieran haberlo amonestado desde el PP, como exige el PSOE, que ha rentabilizado cual Alicia en el país de las maravillas el jardín en el que se metió el candidato europeo.
La discriminación de la mujer en el siglo XXI queda escriturada en los mandatos islámicos, las hermandades blancas, los salarios de Hollywood, más de una cadena de supermercados o el mismísimo The New York Times. Y en su exigua presencia en el G-20 y demás reuniones de alto copete. No es sólo Cañete quien considera que no se puede hablar de igual a igual con una mujer. Dirán, ah, no es la cantidad sino la calidad, y las aptitudes. Pero, de ser así, resultaría muy sospechoso que ningún equipo de científicos hubiera investigado aún la mecánica neuronal por la cual las mujeres -siendo mayoría en las universidades (con brillantes expedientes), y también las que ganan por goleada las oposiciones- estén incapacitadas para liderar y no den la talla para esgrimir dialécticas y cruzar espadas. Probablemente en Estrasburgo y Bruselas crucificarán a Cañete por ese desliz cuando aspire a ser comisario de algo. Pero lo importante, y digno de reflexión, es que un cabeza de lista tenga tan interiorizado que la identidad femenina se halla en inferioridad de condiciones. Y que más allá de Valenciano, exporte esa certeza a todas aquellas que han remado contra remolinos de adversidad. En cualquier caso, serán mujeres tan fuertes o tan indefensas como cualquier ser humano, sea varón o transexual. ¿No habíamos quedado en que el sexo está en el cerebro?
(La Vanguardia)