Joana Bonet
Cuando ya estábamos acostumbrados a combinar horarios, tolerar rutinas y repartir enojosas responsabilidades domésticas, la deslocalización de las parejas -que tan bien analizaba Cristina Sen el pasado lunes en La Vanguardia- nos obliga a un replanteamiento de la vida a cuatro manos. Un cuarto de españoles más que el año pasado emigra. Y en el 2013, más de 300.000 jóvenes han convertido el fango hispano del desempleo en una nómina chilena o saudí. Trabajar en el extranjero provisionalmente o vivir a caballo de dos continentes define el paradigma de la maltrecha Europa acuciada a vitaminarse con la energía de los emergentes.
El exilio ya no fija el ancla, sino que flexibiliza los amarres. Familias que no se mudan enteras, como antaño cuando la mujer siempre seguía al hombre, conforman una tipología de expatriados que conjugarán realidad y virtualidad. “¿Y cómo lo hacéis?”, te preguntan a menudo quienes quieren indagar acerca de una relación a distancia. Los unos se llevan las manos a la cabeza porque creen que la distancia geográfica es sinónimo de tortura, mientras que los otros, por el contrario, aplauden dicha modalidad como una fórmula idónea para mantener la ilusión del amor.
“La usura del tiempo de la convivencia castiga al eros”, señalaba el lunes en Madrid el actor José Luis Gómez en la presentación del libro Razón portería (Galaxia Gutenberg): deliciosos microensayos de Javier Gomà que analizan la emoción poética de la vida para “el más común de los mortales”. Gómez leyó “Viejo amor”, un texto que debería trabajarse en los institutos. Porque la soledad de las parejas -enorme título de Dorothy Parker- ha dejado tras de sí una sangrante resaca de afectos desgastados. La idea de que un cónyuge debe servir para todo, como la Thermomix, ha quedado obsoleta. “El amor va de más a menos, mientras que la amistad va de menos a más. Un viejo amigo es el mejor amigo. Pero ¿y un viejo amor? El emparejamiento duradero es una gran prueba para el ser humano”, razonaba el filósofo Gomà.
La platónica sombra del alma gemela amortigua la incompletud humana avivando la neurosis del enamorado. Hasta que las coincidencias menguan y las diferencias se acentúan. De hacerlo todo juntos, el primer mandato de los enamorados, a administrarse en cautelosas dosis homeopáticas, transita el recorrido de una pareja que desafía los 15 años de duración media -menos que la de un colchón- de los matrimonios. La receta de Gomà: eros y filia, deseo y admiración, “poner el amor en una persona digna de tu filia, de tu amistad”. Visto así, expatriarse temporalmente ya no sólo es favorable para el bolsillo, sino también para mantener la llama del amor-pasión. O al menos para cambiar el colchón sin cambiar de pareja.
(La Vanguardia)