Joana Bonet
En el Lincoln Center, la ciudad aún con las farolas nevadas y la marca del hielo dentellando los tacones, una cola de gente empuña la invitación con ardor. A su alrededor, al igual que sucede hoy en los estrenos de teatro, un corro de criaturas con un aire ciertamente desgraciado mendiga un pase. Los elegidos son periodistas convertidos en gurús del estilo. Basta un leve bostezo desde su asiento de primera fila para que una colección quede aprisionada bajo la fatalidad del olvido. ?Banal?, sentencia a veces la prensa especializada como si se dedicara a divulgar el Tractatus de Wittgenstein. Ocurre dos veces al año, cuando el calendario de la pasarela internacional se inaugura en Nueva York y acelera sus motores para exhibir todo tipo de propuestas estéticas a lo largo de dos meses. De la misma forma en que la espectacularización del arte resume la necesidad de hallar un nuevo maná que haga sentir más audaz al público, la moda es acaso la ilusión más accesible para jugar a ser otro. Sólo para tener una mínima noción del tamaño del asunto en términos económicos, dos datos: L’Oréal aumentó sus beneficios casi un 18% el año pasado, mientras que los de General Motors caían algo más de un 40%. E Inditex es la empresa española más valiosa en bolsa. Porque la palabra clave ya no es creación sino estrategia.
?Los que mandan en la moda son auténticos especialistas de mercado, no los más creativos? me asegura Custo, que desde hace 17 años desfila en la Fashion Week de Nueva York. Todo empezó con cuatro camisetas y un viaje a California. Pero tras la carambola, junto a su hermano, se dispuso a planificar un modelo de negocio, a hablar de productos en lugar de patrones, y a salir indemne de una hoguera que aviva vanidades y consume talentos.
Hoy, y no solo a causa de los efectos de la crisis sino de aquello en lo que ha derivado el sector, se penaliza la creación mientras se exalta la productividad. Una eficiente cadena de distribución acerca aquello que el consumidor ansía, no ya en el momento adecuado, sino incluso antes de que éste sepa que lo quiere. La moda nada tiene que ver con el pase privado de un modista con bata blanca inspirado en los ballets rusos. Hablamos de un complejo entramado convertido en pulmón de la economía mundial. Y para ello, a pesar de su hechizo y sus menús con poética, se exige un plan de viabilidad. ?No es lo mismo ser restaurador que cocinero. Y nosotros somos cocineros?, asegura Custo con las ideas tan claras como su moda, poco antes de que seis meses de trabajo se reduzcan a fuego lento para ser fagocitados por la pasarela, ese repetidor universal que se encargará de alimentar un deseo allí donde antes anidaba el tedio.
(La Vanguardia)