Pida una visa. Esto tomará un tiempo. Si reside fuera de su país, por ejemplo en España, tendrá que pedir una cita por teléfono. No es un diálogo difícil pero es largo, porque le contesta una grabadora. Le cobrarán por cada segundo que permanezca a la escucha, y por supuesto, la opción que necesite escuchar siempre será la última. Al final, conseguirá una cita para un mes o dos después. Ese día, llegue muy temprano, porque va a salir muy tarde. Desayune bien. Si va a pedir la visa con su pareja, y su relación no es buena, mejor no asista. Si lo hace, lleve pruebas de que tiene dinero, propiedades, hijos o todas esas cosas juntas. Demuestre que tiene mucho que perder si opta por quedarse en EE. UU. Si tiene algún pariente que ya vive ahí, ocúltelo. Aun así, es posible que le nieguen el visado por criterios misteriosos. Quizá se lo nieguen en la ventanilla, pero quizá le dejen soñar una semana antes de rechazarlo por correo. Por cierto, en ese caso, no le devolverán los cien dólares que le han cobrado por hacerle el favor de tramitar su rechazo. Pero si consigue la visa, no piense que ya está. Es hora del segundo paso.
Al comprar los billetes aéreos, le pedirán todo tipo de información. Lo más recomendable será que les fotocopie su pasaporte con todas esas barras y números que usted no sabe para qué sirven. No se preocupe, ellos sí saben. Si es español no necesitará visa, pero tendrá que tramitar un pasaporte nuevo sólo para EE. UU. con más barras y números. Da igual. Ahora sí, está listo para conocer al tío Sam.
El día de su viaje, llegue antes de la hora. En el mostrador, por orden de las autoridades norteamericanas, la línea aérea le pedirá los datos de una persona “a quien llamar en caso de emergencia”. No le explicarán qué emergencia puede ser esa, y usted tampoco querrá preguntarlo. A continuación, tendrá que pasar los detectores de metales y de líquidos. Perderá sus perfumes, dentífricos y espumas de afeitar, pero de todos modos, no se preocupará por eso, sino porque se ha tenido que quitar el cinturón y el pantalón se le cae mientras el policía le pasa un detector entre las piernas. Recoja sus cosas, vístase y continúe. A la mitad, descubrirá que se deja el reloj y el teléfono. Regrese, recójalos y siga adelante.
Reconocerá su sala de espera porque está acordonada y porque la policía le vuelve a pedir el pasaporte al entrar. A estas alturas, si lleva algún artefacto peligroso, ya debe haber tenido un colapso nervioso, incluso si no, sufre palpitaciones, mareos y sudores. No haga caso y continúe. Podrá descansar en el avión.
Aunque tampoco tanto, porque ahí deberá rellenar los formularios obligatorios que exigen las autoridades norteamericanas. En el primero, asegure que no lleva plantas, animales, sustancias tóxicas ni caracoles. Sí, caracoles. No trate de entender. En el segundo formulario, le preguntarán si es usted drogadicto, si ha participado en algún genocidio, si fue nazi, si ha sido terrorista alguna vez aunque fuese sólo como pasatiempo, y si planea asesinar al presidente de los Estados Unidos. Sean cuales sean sus opiniones en estos temas, responda que no a todas las preguntas. La letra pequeña dice que en caso de responder afirmativamente no necesariamente se le negará la entrada al país. No les crea.
Si ya ha asegurado que es una persona decente, sólo le queda el último paso. Mientras el avión sobrevuela territorio norteamericano, atrévase a soñar. Está a punto de lograrlo. El primer funcionario lo sorprenderá pidiéndole su dirección exacta en el país. Si usted no la sabe, tranquilo. Busque a un empleado de la línea aérea y explíquele su problema. El tendrá en un papel las direcciones de todos los hoteles de la ciudad, y le llenará el casillero vacío del formulario con la del que le guste más. Escoja uno caro, el Marriott o el Hilton. Siéntase como un triunfador. Regrese a la cola con su nuevo alojamiento y búrlese de los demás de la cola, esos muertos de hambre. Coloque en una maquinita su índice izquierdo, y luego el derecho. Déjese tomar una foto. Cuéntele al funcionario qué viene a hacer. Sonríale. Una vez que termine con él, habrá ingresado en territorio norteamericano. Bienvenido a la tierra de la libertad.