Francisco Ferrer Lerín
Leí, no hará mucho, que en los viejos matrimonios la mujer odia al hombre. El autor de la sentencia no precisaba el marco geográfico de la pesquisa, pero el contexto parecía proclive a considerar que se refería a Europa. He ido prestando, desde el día de la lectura, más atención de la acostumbrada a las parejas maduras con las que de un modo u otro confraternizo, y sí he comprobado que el sociólogo en cuestión tenía toda la razón del mundo. Las viejas esposas nos odian, les molestamos con nuestra presencia, quedamos fuera de la norma generalizada que proclama la figura de la viuda como residuo ideal de la unidad familiar. ¿Qué hacemos aún aquí? Y no digamos en los raros casos inversos, en los casos en que somos nosotros, los hombres, los supervivientes; me dicen algunos de esos desdichados, en voz muy baja, que las miradas que les lanzan las mujeres, viudas o casadas, en la cola del supermercado o en la sala de espera del centro de salud, podrían fundir sin dificultad el hierro, incluso el más tenaz.