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Pornografismos

Por 27 de mayo de 2025 Sin comentarios

Josep Massot

 

Comisariado: Luis Migrañas & Rosario Escudella.
Producción conceptual: El Funambulista sonámbulo.

Apoyo institucional: Ministerio de Ansiedad.
Financiación alternativa: Criptomonedas afectivas.
Traducción simultánea: disponible bajo demanda solo los días de luna llena.
Lugar: Fundación para el Colapso, Paseo Colón 92, prorrogable según los ritmos del deshielo cultural.

Pornografismos es una exposición transdisciplinar. No se trata de mostrar obras, sino de activar procesos. La exposición asume el formato de laboratorio escénico donde el visitante no es pasivo, pero tampoco activo: es un cuerpo en tránsito epistemológico, un sujeto afectado, un receptor vulnerable.

En un mundo sobresaturado por el giro icónico y el archive turn,  Pornografismos se pregunta: ¿Qué ocurre cuando el discurso sustituye a la experiencia? ¿Cuándo la afirmación identitaria se vuelve performance obligada? ¿Cuándo la crítica institucional es mercancía absorbida por la propia institución?

En este tardo-antropoceno, donde la performatividad del nosotros ha sido engullida por la interfaz digital, la crisis del sentido, la acumulación de desafectos ingobernables y el agotamiento de las epistemologías, Pornografismos emerge como acto de resistencia ontológica y a la vez como sabotaje radical al display normativo. Como afirmaría Marcel Expositivo, “no se trata de ver, sino de interpelar los pliegues no-binarios del archivo trans-material”. Este es un espacio para la hibridación de prácticas deconstructivas, donde el espectador —o mejor dicho, expectador— se disuelve en un proceso de reapropiación somática de paradigmas que aún no existen.

Inspirado en el ecofeminismo tentacular de Donna Haraway, los cantos de frontera líquida de Anna Tsing y los rituales tribales de Achille Mbembe en su fase más vaporosa, esta muestra bebe también del optimismo cruel de Lauren Berlant y el tecnouniversalismo de Yuk Hui.
El público debe llegar con un nivel de conciencia sensorial radicalmente expandido y al menos tres lecturas de Manuel Borja Siurell tatuadas. Pornografismos nace de la necesidad urgente de preguntarse: ¿y si dejamos de mostrar arte y empezamos a mostrar los procesos digestivos de la cultura?

Este proyecto no solo interroga, sino que vomita preguntas sobre la relación entre cuerpo, tecnología, institucionalidad y la estética de la desorientación intelectual.
La exposición se articula en cinco áreas temáticas que funcionan como ecosistemas interconectados. Cada sala propone una instalación o performance inmersiva que explora un eje conceptual a través de lenguajes creadores de comunidad.

Sala 1: transhumanismo y hongos de resistencia

Gertrudis Clorofila, artista bioháptica de agencialidad marginal, presenta Cuerpos intermitentes con límites comestibles, una escultura viva hecha de kombucha solidificada, piel de aguacate y routers reciclados de la Generalitat valenciana. Su pieza El cuerpo que no cuelga del sistema es el único que puede bailar en libertad subvierte el display tradicional al colgarse de la nada mediante campos electromagnéticos que desafían la gravedad olística.

La instalación propone una visualización orbital y horizontal, con auriculares que solo funcionan si los lames. Esta crítica a la antroponormatividad museística alude directamente a los círculos relacionales de los nuevos materialismos. El público debe caminar descalzo sobre musgo fermentado mientras escucha lecturas de Judith Butler susurradas en guaraní por una cabra doméstica y respiración colectiva sincronizada.

Sala 2: epistemologías del sur noroccidentalizadas

El colectivo Xiomara Riobombo, performer decolonial y activista de la oralidad deslocalizada, presenta una serie de performances grabadas en VHS ecológico. La pieza Descolonízame esta mirada o te desfragmento la retina mezcla danza contemporánea, gritos en quechua, textiles bolivianos y fragmentos de un TED Talk hackeado de Aaron Belkin. Performance audiovisual en 12 canales de desinformación poética. Aquí la decolonización no es un fin, sino un proceso sonoro.
El suelo entero reproduce mensajes de WhatsApp sígnicos descompuestos por IA, mientras el público solo puede avanzar caminando sobre la culpa estructural.

Sala 3: identidad, interseccionalidad y gelatinas políticas

Carmen Nebulosa, artista no binaria, neurodivergente y exorcista del archivo institucional, presenta una instalación de gelatina multicolor titulada Identidades en estado de post-coagulación. Cada color representa una dimensión de la interseccionalidad: racialización, clase, género, dislexia estructural y trauma generacional heredado vía streaming.
El público puede comer parte de la instalación, generando una experiencia digestiva performativa que actualiza la identidad como proceso en fermentación. Incluye paneles de Citas que nadie ha contrastado.

Sala 4: display performativo y fatiga antropocénica

Casimiro Flux, ingeniero emocional y artista climático, propone una experiencia inmersiva de 32.248 horas, donde la sala se va inundando lentamente con vapor de agua recogido de los suspiros de miles de ecologistas cansados. La obra El Antropoceno no me afecta porque yo ya estoy destruido genera una atmósfera de ansiedad compartida.
El público recibe un inhalador de aromaterapia antropolítica mientras camina en círculo bajo un foco intermitente, interactuando con pantallas rotas que devuelven solo partes de su rostro como crítica a la supremacía de la selfie blanca.

Artista sonoro especializado en el crujido de glaciares y el susurro de microplásticos, Casimiro Flux construye un espacio que replica los sonidos del planeta en colapso emocional. La obra La Tierra también tiene ataques de pánico está compuesta por 14 altavoces embutidos en esponjas vegetales.
La estética relacional alcanza su extremo cuando el público debe abrazar un altavoz que llora mientras escucha un poema de Lol Preciado recitado por Siri. Esta sala deviene metáfora de la desmaterialización del arte y del burnout curatorial.

Sala 5: hibridación institucional y autosabotaje relacional

La última sala está vacía. ¿O no? Tal vez es una biblioteca secreta. El visitante debe completar una beca artística mientras escucha fragmentos de Deleuze y Foucault remezclados con techno rural. El display se ha desmaterializado. La institución ha sido hibridada. Ahora tú eres la obra. Y también el problema.

“No entiendo nada, pero creo que me ha cambiado el metabolismo”, decía un miembro del colectivo Desorientados del Sexo.
“Yo solo venía a buscar el baño y ahora tengo dudas sobre mi relación con el capital”, comentaba un joven con AirPods de Apple.
“Me gustaría volver, pero creo que la exposición ya está dentro de mí”, decía un espectador visiblemente afectado.

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Josep Massot

Josep Massot nació en Palma en 1956. Tras estudiar Derecho en Barcelona, fue uno de los miembros fundadores en 1983 del diario El Día de Baleares. Desde 1987 trabajó en La Vanguardia, abandonando la información política para dedicarse al periodismo cultural, entendiendo la cultura en su sentido más amplio, no sólo la conexión de la literatura, pensamiento, cine, música y artes visuales y escénicas, sino también como herramienta crítica para interpretar la realidad del momento. Es autor de Joan Miró: El niño que hablaba con los árboles (Galaxia Gutenberg, 2018) y Joan Miró sota el franquisme, en la misma editorial (2021). También editó, con Ignacio Vidal-Folch, Jules Renard. Diario 1887-1990 (Random House Mondadori, 1998). Ha colaborado, entre otros, en las revistas Diagonal, L'Avenç y Magazine Littéraire y actualmente con el diario El País y JotDown.

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