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Ficha técnica

Título: Moira | Autor: Julien Green | Traducción: Pablo Moíño Sánchez | Editorial: Automática | Encuadernación: Cosido | Formato: Rústica con solapas | Páginas: 270 | ISBN: 978-84-15509-27-1 | Precio: 19 euros

Moira

Jack Green

AUTOMÁTICA

Moira narra la historia de Joseph, un muchacho que ingresa en la universidad tras una rigurosa educación puritana. Pronto este nuevo entorno y sus amistades entrarán en conflicto con los estrictos preceptos religiosos que rigen su existencia.

Su obsesión con la «pureza» lo lleva a rechazar el estudio de los clásicos o del arte, y lo sume progresivamente en una soledad autoimpuesta, cargada de culpa y rencor.

Es entonces cuando aparece Moira, una joven despreocupada y poderosamente sensual. Su irrupción en el universo de Joseph remueve un avispero de pasiones contrapuestas donde espíritu y carne, gracia y pecado, viven en constante pugna, siempre bordeando la frontera que separa la salvación del abismo.

PREFACIO

Seguramente es el deseo de volver a la universidad de mis veinte años lo que ha desencadenado esta narración. Al comienzo no tenía más que el propósito muy simple de pasear otra vez por las largas galerías bordeadas de columnas blancas o bajo los gigantescos árboles que daban sombra al campus; en fin, de respirar un poco el aire de mi juventud en Virginia, pero era preciso que circulara gente en ese decorado que parecía hecho para la felicidad. Los personajes, como auténticos románticos que eran, pronto la transformarían en infierno, porque la juventud es naturalmente romántica y ser feliz la aburre pronto.

El héroe que se me impuso de golpe era un pelirrojo violento y fanático. Enseguida tuve la certeza de que aquello empezaba mal y terminaría peor aún. La intriga se me presentaba a grandes rasgos y con las circunstancias principales, algo que hasta entonces no me había pasado nunca, pero faltaban por descubrir todos los resortes de la acción. No me preocupé por buscar un plan. Dejando a mi personaje y a sus compañeros en ese marco grecorromano, los seguí y los observé según el único método que conozco y que es más bien una ausencia de método. Innumerables recuerdos personales se mezclaban con todo cuanto los oponía unos a otros. Me estaba convirtiendo en uno de aquellos estudiantes. ¿Cuál? Más bien debería preguntarme cuál no era yo, mirando como todos ellos, con una mezcla de admiración y de horror, a la causa de un interesante desorden: Moira.

A decir verdad, hacía mucho tiempo que llevaba esa historia conmigo. Una nota tomada en octubre de 1944 daba fe de ello, pero, por una de esas peculiaridades del alma que los novelistas conocen bien, la había olvidado, y ella se había escondido en no sé qué rincón de ese inagotable granero que llamamos nuestra memoria. Al desaparecer en una sombra donde ya no podía verla, ¿quién sabe de qué manera se había transformado, tal vez enriquecida?

Ya en El viajero sobre la tierra, en 1923, nada más volver de los Estados Unidos, la nostalgia me había hecho regresar allí mediante la imaginación. No la nostalgia de una felicidad que no había conocido, ciertamente, sino tan solo la nostalgia de eso que nunca volverá, esfuerzo extraño por atrapar y retener con palabras eso que se nos escapa a cada minuto para siempre. Y sin embargo me parece que por nada del mundo habría aceptado revivir los años de frustración que he descrito en Tierra lejana. Esa pesadilla de la juventud desheredada solo podía embellecerse con la ayuda de la ficción, que, cuando es eficaz, según la admirable fórmula de Bergson, es un comienzo de alucinación(1) ). En lo que a mí respecta, la alucinación se volvía rápidamente un sueño de terror, pero ese es otro misterio que nunca he podido dilucidar. Dejo que se ocupen de ello los psicoanalistas, que, como nadie ignora, lo saben todo…  

J.G

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(1) «Hay que hacer notar que la ficción, cuando es verdadera ficción, es como una alucinación naciente; puede contrarrestar el juicio y el raciocinio, que son las facultades propiamente intelectuales», Henri Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la religión, trad. de Miguel González Fernández, México D. F., Porrúa, 1990, p. 59.

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Jack Green

En 1957, Christopher Carlisle Reid abandona su trabajo en una aseguradora en Manhattan para dedicarse a la publicación de un fanzine al que titula newspaper. Allí escribe, edita e incluso compone su propia mezcla de tintas. Poco más se sabe del hombre que ese mismo día adopta el pseudónimo de Jack Green. Sus panfletos y artículos en este formato aparecerán con extraña periodicidad hasta el año 1965: diecisiete números que hoy son piezas de coleccionista.

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