
Ficha técnica
Título: El santo | Autor: César Aira | Editorial: LITERATURA RANDOM HOUSE | Colección: Literatura Random House | Medidas: 140 X 231 mm | Formato: Tapa blanda con solapa | Páginas: 144 | ISBN: 9788439730385 | Precio: 15,90 euros | Ebook: 9,99 euros
El Santo
César Aira
Durante la Edad Media, en una población de la costa catalana, vive un anciano monje que ha consagrado los últimos cuarenta años de su vida al ejercicio escrupuloso de su vocación, percibiendo el mundo siempre desde la oración y la distancia.
Tras obrar unos cuantos milagros, nuestro monje se gana el reconocimiento y la devoción de todos los feligreses del mundo cristiano. Pero al intuir que se acercaba el final de su vida, decide retirarse y terminar sus días en su Italia natal.
El abad y las autoridades, ante el miedo a perder la principal fuente de ingresos de la región, encargan su asesinato para de este modo conservar la sagrada reliquia del cuerpo del monje. El azar o la Providencia conceden al viejo anacoreta la oportunidad de escapar de este funesto destino, y se embarca hacia parajes exóticos en una odisea de peligros y aventuras. Así da comienzo el zigzagueante viaje iniciático de nuestro héroe hacia el corazón de África.
Con la publicación de esta novela, Literatura Random House inaugura la Biblioteca César Aira conjuntamente con la recuperación de algunas de sus mejores obras.
La crítica ha dicho…
«Uno de los tres o cuatro mejores escritores que escriben en español.» Roberto Bolaño
«César Aira es uno de los novelistas más provocativos e idiosincrásicos de la literatura en castellano. No hay que perdérselo.» Natasha Wimmer, The New York Times
«No se sabe si realmente lo es o si, de verdad, se hace. César Aira el escritor argentino más prolífico (y quizás uno de los dos o tres autores más interesantes de los últimos años) a veces puede parecer un genio y a veces, también.» Diego Gándara, Qué leer
«Leer a César Aira es siempre una experiencia sorprendente, aunque debe advertirse que su ficción despliega un mundo tan reconocible como original.» Arturo García Ramos, ABC
«Leerlo es esperarse cualquier cosa, como si fuera un relato del Sombrerero loco o una película de Hayao Miyazaki.» Álvaro Cortina
I
En una pequeña ciudad catalana empinada en los acantilados sobre el azul Mediterráneo, vivía un monje con fama de santo. Había sido peregrino de muchas tierras, venía de lejos, pero desde que huyera de él la juventud se había afincado en el monasterio del lugar, y allí envejecía lentamente. Transcurrían los últimos siglos de la Edad Media, que parecía como si no fuera a terminar nunca. La cultura de la época, sus sueños, sus guerras, se desenrollaban sobre el suelo europeo como una colorida alfombra a la que el Tiempo volvería Historia. Por el momento era una confusión nada más. Nadie se ocupaba de aclararla, porque no les convenía y porque los trabajos de la Razón estaban devaluados. La fe subyugaba al pueblo. Era una época de milagros y resurrecciones, en la que todo era posible. Se mezclaba el saber con la ignorancia, y las rigideces del dogma corrían lado a lado con las libertades de lo cotidiano. Ciclos inmutables de las estaciones embebían las fachadas de las grandes iglesias, verdaderos palacios de lo sobrenatural, a los que acudía una grey siempre mayor en busca de la poesía y fantasía que no tenían en sus vidas. También en busca de consuelo y esperanza, bienes tan apreciados como necesarios. En ese estadio de la civilización la esfera humana se encontraba relativamente inerme frente a los embates naturales de sismos, plagas, epidemias, inundaciones, incendios forestales, sin contar con los males inevitables, como el envejecimiento y la muerte, contra los cuales ni los avances de la ciencia ni los de la magia podrían nada en el futuro. Aunque sin hacerse mucha ilusión, el hombre se volvía a Dios. El monje de marras se había vuelto una celebridad. Obraba milagros, no todos los días pero con llamativa frecuencia.
Y si a veces pasaban años sin que obrara ninguno, la confianza que se depositaba en sus poderes y el correspondiente prestigio no se desvanecían. Aunque esos lapsos de inacción cubrieran muchos, muchísimos años. Al contrario: los relatos de sus hechos milagrosos se magnificaban con el tiempo, que les daba un pulido legendario, desafiando a la incredulidad.