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Ficha técnica

Autores: Andrea Camilleri, Giancarlo de Cataldo, Carlo Lucarelli |Traducción: Luisa Juanatey y Francesca Peretto| Editorial: Marcial Pons | Colección: Derecho y Literatura | Encuadernación: Rústica | Medidas: 14 cm | Páginas: 166 | ISBN:9788416212552 | Precio: 16,62 euros

Tres Jueces

MARCIAL PONS

Tres grandes autores italianos narran otras tantas «historias de jueces». Tres cuentos ejemplares que describen cada uno a su manera la vida, el coraje, la entrega y, a veces, la inconsciencia de los que día a día afrontan el riesgo y al responsabilidad de ejercer tan difícil oficio.

Andrea Camilleri nos traslada a los albores de la unidad de Italia en «El juez Surra», un turinés que llega a Sicilia con su ingenuidad y su obstinado optimismo como armas principales, con las que inadvertidamente debe enfrentarse a la «Fratellanza», germen de lo que actualmente conocemos como mafia.

En «La niña», Carlos Lucarelli nos cuenta la historia de una jovencísima juez de conducta intachable que se ve obligada a vivir en la clandestinidad mientras en Bolonia estallan los episodios de inaudita violencia que allí tuvieron lugar en los años ochenta.

Por último, Giancarlo de Cataldo nos narra en «El triple sueño del señor fiscal» el duelo sin fin que enfrenta a un fiscal y a un aguerrido alcalde en un combate que encarna simbólicamente la enfermiza -y, al parecer, incurable- relación entre legalidad y corrupción política.

Andrea Camilleri

El juez Surra

1.

El juez Efisio Surra llegó a Montelusa, directamente desde Turín, quince días después de que el florentino Falconcini hubiese tomado posesión de su cargo como prefecto: el primero de la nueva Italia unida.

Antes de que llegara, ya la ciudad tenía noticias acerca de su persona. ¿De qué modo y por qué medios? Tal vez entre los colaboradores que Falconcini había traído consigo alguno lo conocía y contó algunas cosas sobre él.

Por ejemplo se supo que, si bien llevaba nombre y apellido sardos, no era sardo en realidad, puesto que su bisabuelo paterno -oriundo de Iglesias- había marchado a establecerse en Turín cuando los piamonteses cambiaron Cerdeña por Sicilia, y que allí fundó familia y ya no se movió de la ciudad.

Se supo, asimismo, que tenía cincuenta años, que era de estatura algo más baja de lo común, que vestía siempre con propiedad y que tenía esposa y un hijo, abogado, aunque a Montelusa vendría él solo.

Al menos, en un primer momento.

Que en lo personal era hombre solitario y de pocas palabras.

De su faceta de juez, en cambio, poco se supo, pues no había ejercido en tribunales, sino que siempre había estado adscrito a los despachos del Ministerio.

Traía un encargo nada fácil. Venía a refundar de nueva planta los juzgados, que habían dejado de existir. Concretamente se trataba de sustituir al antiguo presidente Fallarino, el cual había dimitido al no reconocer al Saboya como rey -es más, los garibaldinos eran partidarios de arrestarle por filoborbónico irreductible-; reincorporar al servicio a los jueces que habiendo trabajado antes para los Borbones desearan ahora trabajar al servicio del Estado nuevo -cambiando, se entiende, su forma de pensar-, y hacer aplicar el código piamontés que, por entonces, a jueces y abogados aún les era desconocido por completo.

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