Vicente Luis Mora
Malpaso se está convirtiendo en una editorial a perseguir, más que a seguir. Además de los nombres interesantes que va reuniendo en su catálogo (Martín Caparrós, Eduardo Lago, Esther García Llovet), tiene la sana osadía de publicar este clamoroso fake del novelista escocés William Boyd, que es presentado al lector como una biografía real del artista Nat Tate. Como refinamiento añadido, el conocido crítico de arte Francisco Calvo Serraller entra en el juego y escribe un delicioso prólogo donde da por buena la existencia de Tate y continúa la impostura, que el lector debe desmontar (eso sí, Calvo Serraller salva la situación comparando inteligentemente el libro de Boyd con el Biographical Memoirs of Extraordinary Painters publicado por Beckford en 1780, una sátira en la que el autor de Vathek se burlaba de algunos pintores utilizando también nombres y lugares inexistentes).
La inexistencia de Tate, un artista con un sentido ético extremo respecto a su trabajo, no es lo más importante del libro, pero vale anotar un par de detalles para valorar la complejidad de la operación falsificadora de Boyd. En el esquema original, Tate sería un artista casi desconocido descubierto por casualidad por Boyd en una exposición de dibujo. Según su relato, era casi imposible encontrar obra suya porque la había destruido casi por completo, modo de defender en parte su falta de visibilidad, a pesar de tratarse de un artista genial. Según cuentan las crónicas, para hacer creíble la historia de Tate y su desaparición Boyd se rodeó de personas influyentes, como Gore Vidal, David Bowie, el crítico John Richardson y Karen Wright, la editora de la revista Modern Painters, quienes intentaron hacer verosímil la existencia de Tate de modos diversos: Vidal y Richardson, a través de la escritura de falsas citas sobre el artista y su obra; Wright mediante su conocimiento directo del supuesto artista; y Bowie, mediante la organización de una fiesta de homenaje y reivindicación de Tate a la que acudió el "todo Manhattan" en 1998 y de la que se conservan algunas fotos, como la arriba reproducida.
Parece que la mayioría de los invitados dio por bueno el trabajoso montaje y, si la leyenda es cierta, el periodista David Lister, confuso sobre todo el asunto, fue recabando algunas opiniones de modernos neoyorkinos sobre la obra de Tate, cuya obra no conocían pero de quien inequívocamente habían oído hablar. Si non è vero… Para redondear el desatino, parece ser que esta obra falsa de Tate, Brigde number 114, fue vendida por 7.000 libras esterlinas en una subasta:

La obra, como reconoció el propio Boyd en este artículo publicado en The Guardian en octubre de 2011, había sido hecha con sus propias manos, como las demás reproducidas en el interior del libro, y como todo lo demás referente a Tate, personaje que partió de una pregunta muy sencilla: "Why don’t I invent an artist?". Y lo hizo.
A partir de aquí, tout le reste n’est que littérature, que diría Verlaine, y desde luego lo más importante de Nat Tate 1928-1960. El enigma de un artista americano (1998) es la construcción de Tate como un fascinante personaje literario con un sentido agudo de la responsabilidad artística. La metáfora del final de la novela (no quiero dar más pistas aquí), unida a las referencias con El puente (1930) de Hart Crane y la biografía de éste, crean un efecto de reverberación destinado a suspender la incredulidad del lector. A ello contribuyen asimismo la introducción de falsas obras de Tate y de fotografías antiguas compradas por Boyd en rastros y apócrifamente atribuidas al artista y su entorno familiar y profesional. Mientras la construcción psicológica de Tate era fácil de lograr (un chico tempranamente huérfano, adoptado por una familia millonaria y que en cierto modo se siente culpable por su supervivencia), no lo era tanto explicar cómo su obra "genial" no era en absoluto conocida. Aquí Boyd fuerza un poco la máquina, pero consigue salvar la situación con giros argumentales que pisan la delgada línea roja de lo temerario sin sobrepasarla. Habría de destacar el sano sentido del humor con el que se aborda la escena creativa del New York de medio siglo y las anécdotas -supongo que también ficticias- que incluye Boyd relativas a sus grandes figuras (Kline, Frank O’Hara, poetas, pasantes y galeristas, etc.). De hecho, el propio nombre de Nat Tate tiene su origen en las dos primeras sílabas de dos conocidos museos londinenses, la National Gallery y la Tate Modern. Y quizá aquí, en la crítica al mundo del arte, se esconde el propósito último de Boyd y lo más interesante del libro: la materialización (o, en puridad, desmaterialización) en la figura de Tate de ese azote que es el arte con fines mercadotécnicos, un mal criticado explícitamente en alguna descripción de los pensamientos del personaje: "Tate era uno de esos pocos artistas que no necesitan (ni persiguen) la transformación de su pintura en una valiosa mercancía que puede ser comprada y vendida al arbitrio del mercado y sus mercaderes. Había visto el futuro y el futuro apestaba" (p. 88). Visto desde esa perspectiva el último tramo de la novela cobra tintes más épicos que trágicos.
Pasen y vean esta fabulosa operación de Boyd sobre Nat Tate, el pintor que pudo existir y que, en cierta forma, existe y nos recuerda cuáles son o debieran ser los límites del arte.
[Origen de las fotografías: http://youtackything.tumblr.com/]