Iván Thays
Vanitas. Foto: sibileishons
Un nuevo post en ?Vano Oficio? mi blog en El País. Aquí explico el origen del título del blog y de mi fenecido programa de TV.
Dice:
En el 2000 había publicado un libro titulado La disciplina de la vanidad (intento  de hacer un retrato del artista adolescente, pero con agentes  literarios y encuentros de escritores) cuando recibí la llamada del  gerente de TV del canal de Estado ofreciéndome una entrevista. Ya había  sido entrevistado varias veces, en ese canal y en otros, así que no me  sorprendí tanto, pedí la hora y el día y estuve puntual. Pero esta vez,  en lugar de conducirme hacia el set o pasar por maquillaje, me llevaron a  la sala del presidente del canal y entre él y el gerente me tuvieron  sentado y hablándome unos diez minutos antes de que pudiera darme cuenta  de que, en realidad, era una entrevista de trabajo.
Fue así que me ofrecieron conducir un programa de TV sobre  literatura. No tenía ninguna experiencia en TV, más allá de esporádicas  entrevistas, pero sí bastante arrojo, así que acepté. Antes tenía que  pasar por una prueba, que en televisión se llama ?programa piloto?, y me  preguntaron a quién podía entrevistar. Por coincidencia, el escritor  secreto menos secreto de América Latina, Mario Bellatin, estaba alojado  en mi casa por esos días así que lo propuse y les pareció estupenda la  idea. Ahora solo faltaba pensar en un nombre para el programa. Me  propusieron uno malísimo: ?El Aleph?. Les advertí que de ninguna manera  aceptaría un nombre que tuviese que ver con escritores, libros o letras.  ¿Entonces cuál? El primero que vino a mi mente fue ?Vano Oficio?.
No era la primera vez que intentaba colocar el nombre de ?Vano  Oficio? sobre mi firma. Mucho antes, a fines de los años 80, propuse  tener una columna cultural con ese nombre en un suplemento dominical. La  columna pretendía ser un ensamblaje arbitrario de ideas y noticias  literarias, algo así como un blog antes de que los blogs existieran, que  al editor no le hizo gracia. Pero habían pasado varios años de eso y  había llegado el momento de desempolvar el nombre que tanto me gustaba  (y que, además, se había reactivado con la escritura de La disciplina de la vanidad) y así lo hice.
Desde luego, muchos de los escritores que pasaron por mi set durante  los siete años que duró el programa me preguntaron, algunos con  suspicacia, otros con curiosidad y varios con bastante rudeza, por qué  se llamaba así el programa y si yo, realmente, era un snob que  pensaba que la literatura era una hoguera de vanidades. A todo aquel que  quisiera escucharme le explicaba el origen del nombre y lo que  significaba para mí. No creo haber sido muy convincente; los veía  retirarse con la sospecha de que el título del programa era, más bien,  un pretexto para camuflar mi cabalgante vanidad.
Ahora intento explicarlo otra vez.
El nombre surge de un poema de Luis Cernuda titulado ?La gloria del  poeta? y, más precisamente, de unos versos de ese poema: ?Porque me  cansa la vana tarea de las palabras,/Como al niño las dulces  piedrecillas,/ Que arroja a un lago, para ver estremecer su calma/Con el  reflejo de un gran ala misteriosa?. Siempre me gustó que el poeta  representase la ?tarea de las palabras? como un niño arrojando piedras  para ver estremecerse al lago, aunque sea solo por unos segundos. El  niño y el poeta saben que luego el lago volverá a su habitual calma y ni  las piedrecillas ni las palabras habrán logrado dejar huella. Es decir,  una tarea ?vana? no por vanidosa sino por inútil. Como decía Gustave  Flaubert : los escritores intentan hacer una música celestial capaz de  estremecer a las estrellas, pero su musiquita apenas basta para hacer  bailar a los osos. Pero si la palabra ?vana? implica la inutilidad del  esfuerzo, el sin sentido de querer lograr más sin conseguirlo,  dejándonos al final con la sensación de vacío, de vacuidad o carencia,  la palabra ?tarea? (que yo cambié por ?oficio? para hacer más eufónico y  también más visual el título, con esas ?o? enlazadas que esperaba que  un diseñador supiera aprovechar) me remite al esfuerzo con que  realizamos nuestro trabajo. Es cierto, los escritores estamos condenados  a, con suerte, apenas estremecer unos segundos el agua de un quieto  lago antes de desaparecer. Pero ponemos en ese esfuerzo todo nuestro  oficio, nuestras herramientas adquiridas en cada lectura y cada jornada  de trabajo, nuestro aprendizaje vital, nuestro conocimiento. Un escritor  digno jamás dejaría nada al azar. O, mejor dicho, incluso el azar debe  estar contemplado en lo que Vladímir Nabokov llamaba el ?arte  superior?. 
Leo Pulso, el libro de cuento de Julian Barnes (quien antes mencionó el tema de la vanidad literaria en El loro de Flaubert) y  me encuentro con la siguiente reflexión debida a una escritora que tuvo  ya sus quince minutos de fama: ?Cualquiera que entendiese un poco sobre  arte sabía que jamás alcanzaba aquello con lo que su creador había  soñado. El arte siempre quedaba corto, y el artista, lejos de rescatar  algo del desastre de la vida, estaba condenado por lo tanto a un doble  fracaso?. 
Es vana la tarea de las palabras. Es un vano oficio, qué duda cabe.  Pero no nos apresuremos en llamar ?vanidoso?, por petulante o soberbio,  al escritor, sino más bien consideremos que todo esfuerzo literario es  vano porque está llamado a terminar en derrota. Incluso los más grandes  triunfos no son sino doradas medianías o espléndidos fracasos. Pero una  derrota a priori jamás ha detenido a nadie. Probablemente, el  arte siempre se quedará corto para cumplir con nuestros sueños, pero es  lo único que tenemos para bucear hacia el interior de las cosas y de  nosotros mismos. De eso se trata este vano oficio: siempre intentar ir  hasta el fondo, sabiendo que llegar hasta donde podamos, aunque quedemos  lejos de la meta, siempre será mejor que no intentarlo.