Javier Fernández de Castro
Últimamente resulta tan raro encontrar una buena novela del Oeste que los amantes del género debieran saludar la aparición de Bad Lands como un acontecimiento. Porque se trata de un auténtico y genuino “novelón” ambientado en un territorio salvaje poblado de gente ruda y entregada a toda clase de excesos violentos, pero que también cumple todos los ritos del género, con estampidas de ganado, rodeos, cabalgadas vertiginosas, tiros y un desaforado consumo de whisky en el salón del pueblo.
Oakley Hall (nacido en 1920 y muerto en 2008) es un escritor que dejó una veintena de notables novelas, muchas de ellas ambientadas en el Oeste y varias protagonizadas por el excelente periodista-detective llamado Ambrose Bierce (nada que ver con el escritor del mismo nombre). Durante más de veinte años estuvo al frente del taller de escritura de la Universidad de California, Irvine, del cual salió entre otros muchos el prestigioso Richard Ford. Fue además creador e impulsor de la Squaw Valley Community of Writers, una iniciativa que tenía como finalidad el que escritores consagrados o en ciernes pudieran convivir con críticos, agentes, editores y distribuidores. La perla más preciada salida de esa comunidad fue la superfamosa Amy Tan.
Sin embargo, y en contra de lo que pueda parecer viniendo de un experimentado profesor, la escritura de Oakley Hall no tiene una estructura compleja ni tampoco refleja su profundo conocimiento de las técnicas y artificios literarios. Tampoco le interesó reinventar un género o trascender un espacio físico (el Oeste) para convertirlo en un símbolo universal de la condición humana. Por el contrario, Hall es un narrador puro al que lo único que le interesaba de verdad era contar bien una historia que le apasionaba y que él encarnaba en unos personajes con los que se comprometía a fondo. Y no hay más que leerlo para comprobarlo.
Cronológicamente, Bad Lands es inmediatamente posterior a Warlock, una novela asimismo del Oeste que le valió un gran éxito de público pero también encendidos elogios de alguien como Thomas Pynchon. A todo el mundo le suena gracias a la versión cinematográfica que hizo Edward Dmytryck protagonizada por Richard Widmark, Henry Fonda y Anthony Quinn, y estrenada en España como “El hombre de las pistolas de oro”. Si la cito es porque, debido a su éxito, Hall debió de sentirse moralmente obligado a superarla pero sin imitarla. En Warlock, que en cierto modo recuerda la muy filmada matanza de Tombstone, un pistolero es contratado por la asociación de ciudadanos de Warlok para que imponga la ley y el orden. El recurso a la violencia y los límites que puede alcanzar ésta en el curso de su implantación planteaba una apasionante serie de problemas y contradicciones morales. En Bad Lands también hay ganaderos y granjeros, vaqueros y cuatreros que resuelven a tiros sus diferencias pero empuñando las armas ellos mismos, sin recurrir a pistoleros profesionales. En este caso el conflicto moral se deriva del hecho de que, en el fondo, todos tienen sus razones y nadie puede detentar en exclusiva la Razón: las Bad Lands, un amplísimo territorio de caza que abarcaba una gran parte de Dakota y donde, sólo tres años atrás pastaban 300.000 búfalos hoy extinguidos a tiros, se están viendo saturadas por la llegada de nuevos ganaderos y granjeros cuyos derechos chocan violentamente con los derechos de los ya instalados. El problema se agrava por la pretensión de los recién llegados de vallar unas propiedades que hasta entonces habían sido territorios libres en los que debido a la precariedad de las condiciones de vida predominaba la necesidad de cooperar unos con otros. La propiedad privada y su símbolo más odiado (la cerca de alambre espinoso) amenazan con arruinar los modos de vida tradicionales y de ahí el (irresoluble) conflicto de intereses.
Pero el gran atractivo de la novela son los personajes que se van a ver atrapados en los acontecimientos, entre los que destacan un aristócrata escocés que maneja con idéntica soltura la poesía que la pistola, bebedor irredento, degustador de mujeres y excesivo incluso en sus virtudes; su compinche, madame de un burdel que es como la quintaesencia de todos los burdeles del Oeste; pero también Mary, la desgraciada muchacha lisiada de una mano; el viejo trampero, obligado a vender su pistola al mejor postor porque ya no se puede ganar la vida con la caza o Andrew Livingstone, el banquero de Nueva York que ha ido a las Band Lands a cazar pero que se quedará tan fascinado por la belleza del lugar que se embarcará él mismo en la complicada aventura de convertirse en ganadero. Como digo, un novelón que, en contra de lo que suele ser habitual en los productos dirigidos a consumidores de literatura de quiosco, ocupa casi 500 páginas y, sobre todo, está muy bien escrito.
Bad Lands
Oakley Hall
Galaxia Gutenberg