Javier Fernández de Castro
La Fundación José Antonio Castro acaba de poner en las librerías ls segunda serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Vuelven a ser dos tomos de casi mil páginas cada uno y que acogen diez relatos que transcurren, grosso modo, a lo largo del agitado reinado de Fernando VII, empezando en 1814 con la huida de España de José Bonaparte y terminando en el Tomo II con la muerte del rey (1833) cuando ya resuenan los tambores y los cañonazos anunciadores de la primera Guerra Carlista.
Galdós tenía unos treinta y dos años cuando decidió dar continuidad a los primeros Episodios Nacionales, empezados en 1872 y terminados en 1875. Sin apenas tomarse tiempo para recobrar el aliento, el ya muy prestigioso escritor canario empezó un nuevo tour de force literario que terminó tan sólo tres años después a base despacharse un tomo de más de doscientas páginas cada seis meses.
El hilo conductor de la primera entrega eran las andanzas y amoríos de un joven apasionado llamado Gabriel de Araceli, al que le tocaba experimentar los acontecimientos ocurridos entre la (desastrosa) batalla de Trafalgar y la (exitosa) batalla de los Arapiles, que supuso la derrota final de los ejércitos napoleónicos. En esta segunda entrega, el hilo conductor es Salvador Monsalud, un joven mucho más ambiguo y contradictorio que el anterior, pues empieza como jurado de José Bonaparte, es decir, alguien que ha jurado fidelidad total a un rey extranjero aupado al trono por la fuerza y que ahora camina hacia el exilio (El equipaje del rey José). Su condición de acérrimo del todavía hoy recordado como Pepe Botella le va a costar muchas fatigas durante el Absolutismo (1814-1820), le valdrá honores y prebendas con el Trienio Liberal (1820-1823) y volverá a sufrir fatigas, penalidades y exilios durante la tristemente llamada Década Ominosa (1823-1833).
El periodo napoleónico fue más claro desde el punto de vista político, pues sólo se podía ser patriota o afrancesado, dándose en este segundo bando la trágica circunstancia de que los mejores defensores de los ideales humanos puestos en circulación por la Revolución Francesa se encontraron de pronto propugnando los mismos valores que propugnaban los ejércitos invasores. Por lo tanto, esa relativa claridad ideológica también facilitó las cosas desde el punto de vista literario. Cosa que no se puede decir el periodo abarcado en la Segunda serie de los Episodios Nacionales, y de ahí que, para empezar, el protagonista empiece por ser un traidor al que le va a costar Dios y ayuda encontrar para vivir un lugar bajo el sol. Téngase en cuenta que, en su conjunto, durante el siglo XIX se vivieron en España algo así como dos invasiones armadas, tres guerras, cuatro magnicidios, otros tantos exilios y abdicaciones reales y al menos 40 golpes militares, muchos de los cuales terminaron con los instigadores en el sillón presidencial … o bien en el paredón. Semejante desbarajuste no permitía una narración ordenada y lineal, como ocurría en la primera entrega, y en la presente Galdós hubo de recurrir a los saltos en el tiempo, a diferentes voces narradoras y, como señala Ermitas Peñas, el editor de la presente versión, incluso a métodos de distanciamiento netamente cervantinos.
El resultado, en mi opinión, sigue siendo prodigioso y en abierta oposición al dicho popular según el cual segundas partes nunca fueron buenas. Curiosamente, gracias a que en las librerías también acaban de aparecer una serie de ensayos del escritor Juan Benet reunidos en una magnífica edición que Ignacio Echevarría ha preparado para Mondadori, el lector tiene ocasión de contrastar la ininterrumpida serie de elogios que siguen suscitando los Episodios Nacionales con la opinión del citado Benet, inequívocamente contraria. “Mi aprecio por Galdós es escaso”, dice Benet en el apartado correspondiente, “[…] y su culto es una desgracia nacional”. En insiste: “Escritor de segunda fila elevado al rango de patriarca de las letras”. Debe tenerse en cuenta que Benet decía esas cosas en 1970, una época en la que todavía existía la censura (a la que acusa de tener una preparación intelectual similar a la de “una mesa petitoria”) y en la que la izquierda ejercía una tiranía inmisericorde sobre la producción literaria, exigiendo sin rodeos que ésta fuese socialmente comprometida. Por esa razón, si el lector se fija, verá que el adjetivo más contundentemente utilizado contra la escritura de Galdós es “sociológica” (como opuesta a “literaria”). Pero también podrá comprobar que de ese estigma no se escapaban ni los mismísimos Zola y Balzac. Pero ya digo que, sobre todo, es una ocasión única de volver a leer a Galdós, maravillarse con la fluidez de su prosa, y luego contrastar la opinión propia con los bien fundamentados exabruptos benetianos.
Episodios Nacionales
Benito Pérez Galdós
Biblioteca Castro