Javier Fernández de Castro
Robert Aickman (1914-1981) fue un hombre culto y destinado a la arquitectura por las presiones paternas, aunque un vez llegado la edad de decidir por su cuenta le dio un giro sustancial a su vida para encaminarla hacia sus verdaderos intereses. Sacó provecho de su formación técnica fundando una entidad llamada Inland Waterways Association dedicada a la preservación de la red de canales de Inglaterra, una maravilla concebida para el transporte de mercancías y que pese a su belleza corría el peligro de perderse debido a su falta de rentabilidad. Paralelamente, su profundo interés por el teatro, la ópera y el ballet le llevó a ser crítico teatral y promotor de diversas compañías teatrales y de ballet, así como a presidir la London Opera Society.
Hay quien opina que la gran mayoría de los más prestigiosos profesores, pensadores e intelectuales ingleses pueden dividirse en dos grandes grupos: el de quienes dedican sus horas muertas a escribir historias de crímenes y detectives (con un infatigable subgrupo volcado en demostrar que Shakespeare no fue ni mucho menos quien nos han contado los académicos) y el de los escritores de historias de fantasmas y otros terrores.
Aickman pertenece al segundo, pero con matices. Al principio de su carrera los títulos de sus relatos siempre hacían referencia a lo sobrenatural y terrible y estremecedor con términos como "historias de fantasmas", "historias macabras", "historias de fantasmas macabras y curiosas", etc. Era, además, editor de cuentos de terror y fantasmas.
Sin embargo, a partir de 1966 Aickman dio un giro a sus narraciones en apariencia levísimo, pero que le iba a valer el aprecio que todavía hoy conserva: en lugar de insistir en lo sobrenatural, lo macabro o lo terrorífico, trasladó sus relatos a lo extraño. Basándose en una envidiable pericia para la descripción de paisajes y la creación de atmósferas y estados de ánimo (suponiendo que todo ello no sea una y sola cosa llamada conciencia) introdujo un elemento que luego iba a ser esencial en la narrativa de las Patricia Highsmith y compañía: el absurdo más amenazador e incomprensible surgiendo desde el interior de una vida cotidiana y perfectamente normal y reconocible para el lector porque está muy cerca de su propia normalidad cotidiana. En la recopilación ahora publicada por Atalanta, los planteamientos no pueden ser más normales: un viajero por Grecia al que se aconseja formalmente que no trate de llegar a una isla cercana y que no parece ofrecer peligro alguno; dos amigas senderistas que se adentran animadamente en un paisaje que de pronto se transforma en el Valle del Silencio; o un teléfono que empieza a hacer cosas raras (como todos los teléfonos del mundo, aunque no hasta el extremo al que lo lleva Aickman).De los dos últimos cuentos, y que en mi opinión son los mejores, uno es un viaje a Venecia y otro una búsqueda en el Norte de Europa cuyo trasunto principal transcurre en un curioso balneario perdido entre bosques. En todos ellos, el lugar y la atmósfera que éste transmite atraviesan de inmediato las barreras emocionales y racionales del lector para moverse en un nivel casi subconsciente o al menos onírico. El autor se vale de metáforas, elipsis, alusiones y sucesos sugestivos pero difíciles de racionalizar para situarse en un doble plano de realidad e irrealidad que se complica según se desarrolla la acción y que a veces (por ejemplo en la historia veneciana) se adentra sin disimulo en el terreno de la metafísica con la tan conocida identificación de Ella con la Muerte. Lo más característicos es que todos los sucesos tienen algo de sueño, pesadilla, insomnio o como quiera que se llame ese subsuelo en el que se asienta la realidad cuando todavía es reconocible como tal mientras se adentra en lo oscuro.
Obviamente, una condición necesaria de lo extraño es la imposibilidad de explicarlo y racionalizarlo para integrarlo en el orden natural de las cosas. El Mal, como Dios, es inefable, y cualquier intento de representarlo está condenado al fracaso. Y si un teléfono, por poner un ejemplo, se dedica a hacer cosas realmente extraordinarias ni el mejor de los técnicos sabrá dar cuenta de tan extraño comportamiento, porque, curiosamente, ese teléfono suena tanto fuera como dentro de uno mismo, y el técnico podrá recurrir a caídas de tensión, líneas defectuosas o interferencias magnéticas, pero difícilmente sabrá explicar por qué sonaba tan raro el teléfono interior y por qué extraña razón resultaba tan evidente que su comportamiento era ominoso, amenazador e injusto.
Cuentos de lo extraño
Robert Aickman
Atalalanta