Iván Thays
Rubem Fonseca
La editorial chilena Tajamar ha decidido publicar dos libros del gran narrador brasileño Rubem Fonseca. Uno de ellos es la reedición de una colección de relatos de fines de la década de los 70, El cobrador, que es realmente extraordinario. Otro es su última novela, escrita casi a los 80 y más años, llamada El Seminarista.
La reseña aparece en La Revista de Libros de El Mercurio:
El cobrador contiene 10 relatos y el que da nombre al volumen nos introduce en un personaje que se repetirá en el resto de la producción de Fonseca: un asesino en serie que se siente con derecho de matar a quien le da la gana, debido a razones que serían plausibles, aunque broten de una mente enferma. Los límites entre normalidad y anormalidad, delincuencia y respetabilidad, son inexistentes. El protagonista no busca el pago de cuentas, ya que piensa que todo el mundo le debe algo: en consecuencia, dispara al dentista que lo atiende o a un potentado, porque ?me enferman esos tipos que andan en Mercedes?. El héroe posee características que veremos en todos los actores creados por Fonseca: un apetito sexual insaciable, que lo lleva a relacionarse (habría que decir copular) con una, dos, tres, cuatro, cinco mujeres?
?Mandrake? resulta una intriga policial perfecta. Paulo Mendes, abogado, vive con Berta, quien, aparte de su atractivo, es imbatible en el ajedrez; mientras no ejerce en el foro, Mendes oficia como detective privado y se entiende por igual con el hampa o la policía. Cuando hay varios muertos, se ha bebido sin parar, han desfilado alusiones al cine del pasado, la trama se complica y Fonseca nos ha paseado por Río de Janeiro, el narcotráfico, la corrupción y el caos urbano, surge una repentina pista y el desenlace es digno de Chandler. ?Once de Mayo? transcurre en un asilo de ancianos, lugar que se presta especialmente para el pesimismo radical de Fonseca en la paranoia del hablante, quien establece comparaciones irrefutables entre el hogar y un campo de concentración nazi.
El seminarista se lee sin respiro y es una de las ficciones superiores dentro del último período narrativo del escritor, una proeza si se piensa que fue escrita a los 84 años. José es conocido bajo el apodo de Especialista y ?el Despachante me dice quién es el cliente, me da las coordenadas y yo hago el trabajo?. Esto consiste en ultimar, mediante pistolas automáticas, a cualquiera que se le mencione. Al llegar a la página 20, han pasado a mejor vida cinco sujetos. Antes de transformarse en sicario, José estudió para sacerdote y gracias a su dominio del latín tenemos citas de Horacio, Séneca, Cicerón; Kirsten, su pareja, traduce del portugués al alemán, lo que nos lleva a Rilke, Pessoa, Blake, sin contar con los pasajes gastronómicos, las referencias musicales, las evocaciones históricas y muchas otras, que otorgan un sabor único a todo lo que escribe Fonseca, asombrosamente liviano, profundamente culto.
El final de El seminarista es demasiado exagerado, porque después de una serie de bárbaros crímenes parece redundante agregar tortura y mutilaciones. Pero un lunar no empaña un texto de calidad y, en conjunto con El cobrador tenemos dos muestras de este notable narrador.