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Que el vasto mundo siga girando

Javier Fernández de Castro

 

Una de las últimas frases de este libro, justo antes del apartado dedicado a los agradecimientos, dice así: "La literatura puede recordarnos que no toda la vida ha sido escrita, sino que todavía hay muchas historias que contar.

                Y eso es lo que hace Colum McCann, un joven novelista de origen irlandés trasplantado a Nueva York. La convicción de que no todo ha sido contado ya en esta vida esconde en el fondo un optimismo (o un descaro) que luego se transmite muy positivamente a las 400 páginas de su libro. Y que contrasta vivamente con el aire de desengaño y hastío que transmiten tantas novelas contemporáneas.

El 7 de agosto de 1974 el equilibrista francés Philippe Petit caminó sobre un cable tendido entre las dos torres gemelas del World Trade Centre. Entonces se dijo que unas cien mil personas, contando transeúntes, oficinistas y residentes, habían sido testigos de una osadía que  le sirve a Colum Mcann como tenue nexo de unión para contar la historia de quince o veinte personas que estaban por los alrededores y cuyas trayectorias se cruzan y entrecruzan las más de veces sin que ello traiga consecuencias para los respectivos desarrollos vitales.  Esta técnica narrativa ha sido reiteradamente utilizada, tanto en literatura como en cine, por ejemplo por Robert Altman en Short cuts ( 1993) o por Paul Haggis  en Crash (2004). La gran diferencia estriba en que en las dos películas citadas, y quizás porque en ambos casos los directores eran conscientes de que el espectador cinematográfico medio tiene una mentalidad casi adolescente y no es capaz de retener la atención más allá de tres o cuatro minutos seguidos, se ocuparon de buscar un hilo conductor muy notorio y continuamente presente en la narración: en el caso de Short cuts era el famoso Big Bang que va a engullir en cualquier momento California entera, mientras que en Crash se trataba de un dramático accidente de tráfico que afectaba muy directamente a todos los implicados en el mismo. Y por descontado que en ambos casos las historias eran lineales, sencillas y muy visuales, para que el espectador no se perdiera y pudiera saber en todo momento dónde estaba y con quién.

Por mero contraste procedería decir ahora que las historias de McCann son estructuralmente muy complejas y que dan continuos saltos atrás y adelante en el tiempo y el espacio, con el agravante de que los continuos cambios del punto de vista narrativo  contribuyen a que el lector/espectador quede totalmente en manos del narrador/prestidigitador que, voilá, ahora oculta esto y muestra aquello y, cuando parecía estar todo perdido, ofrece la tabla de salvación que permite adentrarse en el nuevo laberinto. Pero nada más lejos de la realidad. Con McCann el lector no se pierde nunca, en parte porque las historias son perfectamente lineales e inteligibles, y en parte porque posee una sorprendente destreza para integrarse en una voz narradora que lo mismo habla en primera que en tercera persona, y que puede ser la de un chico irlandés contando el dramático reencuentro con su hermano, ahora convertido en un predicador cuya misión es facilitarles un poco la vida a un puñado de prostitutas callejeras del Bronx; una voz que a continuación se transforma en la de una distinguida señora que recibe en su lujosa mansión de Park Avenue a un grupo de mujeres de clase social inferior pero con las que le une un lazo irrompible: todas ellas han perdido a un hijo en Vietnam;  a su debido tiempo una de ellas, Gloria, tomará la voz narrativa para contar su peripecia vital desde su Missouri natal hasta su actual vegetar sin objetivo en Nueva York, y a continuación una de las prostitutas del Bornx contará su vida y la de su hija, también prostituta y muerta en un accidente de circulación que le cuesta asimismo la vida a su protector, el santón irlandés; el accidente ha sido provocado por una artista conceptual y su novio, ambos ex drogadictos y rehabilitados hasta la noche en que regresan a Nueva York desde el campo y recuperan sus viejos hábitos nocturnos, uno de los cuales consiste en eludir responsabilidades y darse a la fuga si provocan un accidente mortal y las cosas amenzan con ponerse feas. Luego vienen otras voces, masculinas o femeninas, en primera o tercera persona, que recuperan la narración donde otras la dejaron.  Y todo ello, como es de rigor, a su propio ritmo, pausado y reflexivo cuando se trata de contar la compleja evolución religiosa del predicador irlandés, rápida, nerviosa y gamberra cuando un grupo de hackers californianos logra colarse en el sistema telefónico y conectar con una cabina telefónica de Nueva York justo cuando encima de la cabeza del interlocutor un loco se está paseando sobre un alambre tendido entre las Torres Gemelas. Una gratísima sorpresa este Colum McCann, del que RBA tiene editadas otras tres novelas anteriores.

 

Que el vasto mundo siga girando

Colum McCann

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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