Iván Thays
Muy provechosa le resultó a Juan Pablo Villalobos la lectura de Ferdydurke, de Witold Gombrowicz, para construir a este personaje niño (?narconiño? lo llama Gabriel Wienner en El País) que, sin participar del mundo que lo rodea, puede percibir lo que sucede a su alrededor siendo hijo de un narco poderoso, encerrado en su paraíso (o madriguera) de murallas donde, además de armas, se esconde un zoológico.
He dicho ?sin participar? pero de inmediato me arrepiento porque en realidad el protagonista de Fiesta en la madriguera (Anagrama) cada vez se involucra más de la corrupción que existe a su alrededor. Aunque sus ojos inocentes juzgan todo como un cuento que se cuenta a sí mismo (decapitaciones, persecuciones, encierro, prostitutas, sicarios, mafia, policía, dinero) en realidad empieza a aprender de la violencia. Incluso mata, sin pretenderlo, un pájaro con un arma pequeña robada del arsenal.
La novela gira en torno al capricho del niño (que su padre cumplirá, como a su vez se cumplen los narcos todos sus caprichos) de obtener un hipopótamo enano de Liberia. Y no parará hasta viajar a Liberia. Pero la aventura no será fácil e implicará un aprendizaje y una despedida del mundo ingenuo.
Una nota de Gabriela Wienner ahonda más en la novela de Juan Villalobos y la coincidencia con otros autores, como Yuri Herrera, y con temas culturales alrededor del narcotráfico mexicano:
Villalobos se documentó sobre el mundo del narco, ?lo suficiente para no decir ingenuidades. Y al final he acabado sintiendo que me quedé corto, nunca es suficiente exageración cuando se escribe sobre el narco?. Y lo narco está de moda: no solo es una industria que tiene, literalmente, en jaque a países como México ?y no olvidemos que España se disputa con EE UU el primer lugar como país consumidor? sino que ha generado toda una subcultura que tiene en los llamados narcocorridos su expresión más popular, pero que abarca muchas otras disciplinas. La ?estética? narco ?entre el kitsch y la exaltación de la violencia? se impone. En las series de televisión ?¿alguien se dio cuenta de verdad de qué iba Sin tetas no hay paraíso? y, por supuesto, la literatura, que está plagada de traficantes todopoderosos, mujeres que son monumentos de la cirugía estética y ese lujo chillón de nuevos ricos que solo pueden gastarse sus millones encerrados en sus respectivas haciendas. Los americanos tienenLos Soprano y los hispanos tenemos a Los Tigres del Norte. En medio de esta especie de boom de la llamada narcoliteratura que tiene a otro mexicano, Yuri Herrera, autor de Trabajos del reino, como punta del iceberg, la apuesta de Villalobos es mucho más sencilla, pero no menos contundente. Su principal preocupación ha sido no caer en el moralismo al que un tema como el narcotráfico puede empujarte. Lo ha logrado con la voz de ese niño, extraña y cruel en su inocencia: ?Esa voz me liberaba de emitir juicios morales y de caer en la búsqueda de soluciones al problema del narco, lo que nunca me interesó. Y porque me permitía decir toda clase de tonterías absurdas con impunidad absoluta?.