
Ficha técnica
Título: Laberinto Veneciano | Autora: Marina Gasparini Lagrange | Editorial: Candaya | ISBN: 978-84-937077-8-1 | Páginas: 128 | Formato: 21×14 cm | PVP: 14 euros
Laberinto veneciano
Marina Gasparini Lagrange
Laberinto veneciano es una invitación a descubrir la Venecia más misteriosa y secreta, aquella que vive tras el Gran Canal y sus palacios. Convencida de que hay que aprender a caminar para llegar a ninguna parte, Marina Gasparini nos ofrecerá un itinerario fuera de programa, jalonado por la belleza de lo discretro y de lo mínimo: los ecos de la campana Marangona, el olor de las algas marinas cuando se hielan, una hornacina con una virgen de cabellos enredados, el león alado de San Marcos… A todo ello se sumará el acercamiento a algunos de los cuadros, grabados y esculturas que pueblan esta ciudad de imágenes -las Carceri de Piranesi, “Orfeo y Eurídice” de Canova, “El joven de la Accademia” de Lorenzo Lotto…- y la mirada de algunos visitantes que, como Joseph Brodsky, Marcel Proust o María Zambrano, recorrieron y meditaron la ciudad de las calles de agua…
En Laberinto veneciano la observación estética se une a la psicológica o moral, por lo que de la contemplación puntual de una imagen surgen relaciones que llevan a reflexiones sobre la pérdida, el abandono, la pietas, la memoria, la experiencia mística o la poesía. Y es que en Laberinto veneciano Marina Gasparini Lagrange da forma no sólo al laberinto que Venecia exhibe en su singular arquitectura, sino a aquel otro laberinto que muy dentro de ella le suscita la ciudad y por el que el lector sólo se podrá desplazar desde la complicidad.
I
Una noche de verano caminaba por calles que no sabía adónde me conducirían. Una secuencia inusual de sotoporteghi1 dejaba en mí la reiterada sensación de estar atravesando espacios desconocidos. La poca altura de los sotoporteghi me hacía bajar la cabeza con el reverente gesto ritual que acompaña y antecede la entrada a un recinto sagrado. La luz tenue de faroles aislados cubría de sombras la humedad que pendía del aire. Nada reconocía en esos callejones de penumbra suspendida. Las calles en su estrechez comprimían mis pasos. Caminaba entre muros de friso quebrado. Ante mí una bifurcación, crucé a la izquierda. Sólo la luz proveniente de una ventana dejaba reflejos en la oscuridad. Al final de la calle, el agua de un canal bordeaba los muros con el rumor pausado de la marea. Desanduve las piedras apenas holladas y en la esquina tomé la calle de la derecha. Las campanas sonaron doce veces. El eco de las campanadas me hizo dirigir la mirada hacia una hornacina hendida en el muro; en su interior una virgen, una vela con pilas y un pequeño florero con tulipanes de plástico. Un puente apareció ante mí. El bochorno de la noche le había robado su reflejo en el agua. Todo era penumbra y silencio.