
Eder. Óleo de Irene Gracia
Iván Thays
Sleeping Beauty. Foto: Dina Goldstein. Fuente: the fire wire La estupenda revista Soho de Colombia, en su edición de noviembre, tuvo una idea muy divertida. Nos pidió a tres escritores latinoamericanos (Jorge Volpi, Marcelo Birmajer y a mí) que nos basáramos en unas fotografías extraordinarias de la canadiense Dina Goldstein para su Proyecto Fallen Princesses y escribiéramos un cuento. Las fotografías de Goldstein son continuaciones gráficas de los cuentos de hadas, cuyo «y vivieron felices por siempre» es engañoso. En ellas se ve a una Cenicienta más bien feliz esperando un taxi, o bebiendo en un pub, en una ciudad del midwest norteamericano; a una Caperucita Roja obesa en medio del bosque, bebiendo su segundo milkshake del día, aprovechándose de la cesta de comida chatarra de la abuela; a una subversiva Jasmine armada de fusil, más furiosa que nunca, en plena Guerra de Irak; a la pelirroja sirenita, Ariel, atrapada en un acuario a merced de los turistas, como un delfín reducido en su enorme pecera climatizada; a la princesa del guisante, el cuento de Hans Christian Andersen, sentada -posiblemente incómoda al notar el guisante como auténtica princesa- sobre una pila de colchones arrojados en un basurero; a Belle, de la Bella y la Bestia, sometida a la cirujía plástica para seguir haciendo honor a su nombre y la imposible «bella» del cuento antes de que la inevitable vejez y su deterioro haga preguntar: ¿cuál Bella?, o peor aún ¿cuál Bestia?Las tres fotos elegidas por Soho para los cuentos son: La sufrida vida marital de Blanca Nieves cuidando niños y perros ante un Príncipe-Al-Bundy ocioso y sacavueltero (el cuento lo hizo Marcelo Birmajer); el cáncer de la bella Rapunzel, que seguirá viviendo pero la quimio le ha quitado el poder de su larga y perfecta cabellera (el cuento lo escribió Jorge Volpi); y la Bella Durmiente que no despierta, encerrada en un geriátrico, ante su aburrido y anciano príncipe azul cuyos besos no funcionan. Ese cuento me pertenece (se titula originalmente «Mientras ella duerme») y, aunque he recibido críticas muy malas entre los lectores, que lo han encontrado una pérdida de tiempo, soso, lento, aburrido e insípido, la verdad es que me alegró mucho escribirlo. Creo que finalmente he logrado equilibrar el deseo por escribir, de ser escritor, y el deseo de entender las cosas que me pasan. Más allá de la buena o mala prosa, de mostrarme ingenioso o culto o de las ganas de divertir a mis lectores, ahora me interesa entender qué está pasando conmigo y eso me sucede desde que escribí «Lindbergh» hace varios años. Y Un lugar llamado Oreja de perro. Y mi novela inédita. Sí, me alegró poder escribir este cuento pues, para decirlo con las palabras lúcidamente cursis del narrador de El cuerpo de Giulia-no (la olvidada novela de Jorge Eduardo Eielson): me ayudó a entender cosas que antes tan solo lloraba.