Basilio Baltasar
Hay que prestar atención al esfuerzo intelectual desplegado por Benedicto XVI. Como antiguo responsable del tribunal heredero de las funciones de la Inquisición, Ratzinger ha podido contemplar de cerca a los inteligentes "herejes" de nuestro tiempo. Y gracias a esta relación coloquial ha aprendido a respetar su preparación y sus razones. Digo respetar, no tolerar.
Ratzinger ejecutaba expulsiones y anatemas pero comprendió que es imposible retener la incesante expansión de las ideas. Pudo condenar a los teólogos disidentes de la doctrina oficial pero con cada uno desertaban de la mansedumbre eclesiástica un número incalculable de conciencias. ¿Cómo impedir esta marea de decepciones?
La sociedad moderna desea conciliar su sensibilidad religiosa con la libertad de criterio que la madurez y la razón exigen y ya no basta apelar al Principio de Autoridad para acallar estas voces. ¿Qué hacer? Ratzinger intenta dar a la doctrina romana un armazón ideológico más sofisticado que el viejo catecismo. Y afronta, también sin complejos, la tarea de renovar la obediencia.
En la reciente recepción navideña a los miembros de la curia, Ratzinger diserta sobre los transexuales: "son autoemancipados de la obra de Dios; y se dirigen hacia la destrucción por desoír el lenguaje de la Creación".
El pecado del que les acusa el Papa será entonces un doble pecado, como en el suicidio: los transexuales se destruyen a sí mismos y también a la Creación en cuyo diseño original no estaban contemplados. Es de prever que el castigo por tan grave afrenta también será doble: una doble eternidad de penitencia.
El alegato del Papa a favor de la Naturaleza Creada implica una "ecología del hombre" y un decreto conservacionista que proteja el modelo antropológico legislado por la metafísica católica. De este modo, con artefactos narrativos que imitan el discurrir filosófico, Ratzinger quiere legitimar los feroces prejuicios morales que tan ridículos y ofensivos nos parecen.