Clara Sánchez
Mi infancia son recuerdos de dedos manchados de nicotina y toses mañaneras. La ropa apestaba a tabaco, y el tabaco a mundo de hombres. Sólo algunas mujeres fumaban, las que querían distinguirse de las demás a través de un humo que las alejaba del hogar, la maternidad y el recogimiento. Las madres solían parecerse más a Olivia de Havilland en No serás un extraño (sacrificada y modesta), que a Gloria Grahame en la misma película, surgiendo de una lenta bocanada de su propio cigarrillo con ojos febriles y brillantes. O quizá surja del cigarrillo de Robert Mitchum, que tiene que pegar dos rápidas caladas para animarse antes de atacar su noche de bodas con la pobre Olivia.
Lo que separa a estas dos mujeres es un cigarrillo, un simple cigarrillo, que coloca a Gloria Grahame en el mundo de los hombres, de los deseos, de las satisfacciones instantáneas, de la atracción sin pena, y que la convierte en la igual de Mitchum, porque en aquella remota época en que fumar era un placer, el placer era de ellos.
(sigue mañana)