Clara Sánchez
Era el año 1978, y todas queríamos ser Diane Keaton.
En la nueva España democrática, en que la mayoría acabábamos de votar por primera vez, las chicas llevábamos faldas largas, botas altas y jerséis anchos. Ocultábamos las formas o simplemente no las mostrábamos, no les dábamos importancia, de modo que el cuerpo desaparecía debajo de esta ropa todavía un poco ad lib, liberado del sujetador, del maquillaje y de cualquier perifollo. Por supuesto los zapatos de tacón de aguja estaban proscritos y también las uñas largas y las joyas auténticas, no digamos las pieles. Aquellas chicas nos forjamos en la sencillez más absoluta. Incluso los anuncios de Coca-cola alababan a una chica morena, de impresionante naturalidad. Pero ¿éramos así o algo más contradictorias? ¿cuáles eran nuestros deseos y sueños y angustias? Éramos una novedad, nadie nos conocía.
Y en eso… llegó Annie Hall.