Jorge Eduardo Benavides
Aunque hay tantas definiciones del cuento como personas se han lanzado a dar su propia opinión sobre el asunto, casi siempre parece que un cuento se define mejor por aquello que no es, como sugiere Guillermo Samperio en «Después apareció una nave», su excelente y altamente recomendable manual para nuevos cuentistas. Sin embargo, hay una característica esencial en todos los cuentos que justifican su razón de ser y cuya presencia es condición sine qua non para el mismo: el conflicto. Sin un conflicto, ese desarrollo de una anécdota o peripecia que es el cuento -en palabras de Mario Benedetti-, no podría adquirir carta de ciudadanía. En algunos casos es explícito, en otros apenas sugerido, y en otros más casi un hálito de incomodidad que sobrevuela las páginas del cuento. Y aunque a simple vista parezca una verdad de Perogrullo, nada más lejano a la realidad, pues ahí precisamente es donde naufragan las mejores intensiones y las más ricas de las prosas. De nada sirve escribir condenadamente bien si no sabemos elegir un conflicto para resolver. Ese conflicto, es decir, esa oposición de fuerzas que coloca al personaje en una situación que exige definirse llega a su punto culminante en el nudo o núcleo de la historia. Y este es ubicable porque es el punto a partir del cual nada de lo que se cuente modifica la misma: todo lo que se narra después aporta las últimas costuras, las explicaciones postreras, los detalles que alumbran mejor lo ya dicho. Y eso es, precisamente, el desenlace.
De manera pues que el conflicto es el elemento que aglutina y da coherencia a los demás elementos de la construcción narrativa, a saber: la trama, la acción y el personaje. Desde el principio de la narración todo parece disponerse para llegar allí, sin obstáculos y sin desfallecimientos. La trama avanza gracias a la acción y ésta empuja al personaje hacia ese conflicto, esa situación crítica que requiere que este encuentre una resolución, aunque a veces ni siquiera esté en sus manos, sino en las fuerzas ocultas que el narrador coloca frente a nuestros ojos. Esta situación crítica obliga al personaje, a través de un desarrollo -que puede ser paulatino o repentino- a modificar su conducta o su esencia: El hombre noble al que un infortunio convierte en rencoroso o amargado; la revelación sorpresiva de un secreto familiar que enfrenta a dos hermanos; el alcanzar un deseo que se revierte contra uno mismo… todas son situaciones que revelan un conflicto, ese elemento esencial de un buen cuento.
La propuesta de la semana
Pues bien, ahora, cual camorristas de la literatura, vamos a buscar un conflicto. En este caso tendremos en cuenta los siguientes elementos: (1) una secretaria a punto de jubilarse, (2) una carta notarial, (3) un sobrino de ocho años y (4) una tormenta. Quiere decir que estos cuatro elementos deben aparecer como elementos nucleares de nuestra breve historia, es decir, ser parte del conflicto. No es que simplemente aparezcan en el cuento vinculados por azar o por nuestro ingenio para colocarlos allí, como en algunos otros ejercicios, sino que esos cuatro componentes son indiscutiblemente el conflicto. Deben pues estar unidos de manera inequívoca. Si falta uno sólo de ellos no hay nudo. ¿Cómo jerarquizarlos, unirlos, poner en marcha la secreta corriente que los une? Eso es lo que van a buscar ustedes. Que aproveche. (Y por favor: textos impecables, bien justificados, con la menor cantidad posible de errores tipográficos, cacofonías, etc.)