Javier Rioyo
Estoy en Sevilla, entre cine europeo y cine europeo, pero menos. Quiero decir que ayer vi una película de profundas raíces españolas. Que también serán europeas pero que lo disimulan. Una vez más la ficción cinematográfica está en otro lado, por más que pretenda ser bastante fiel- ¡un error!- a la obra de la que parte. El guión cinematográfico surge de la lectura de la novela de Alejandro López Andrada, El libro de las aguas. Emocionante historia de la posguerra española, de la vida, los rencores, las envidias, crímenes y persecuciones en una hermosa tierra, en la cordobesa región de Los Pedroches. Allí la vida, para muchos, fue dura por el trabajo, la distribución de la propiedad y la dureza de la guerra. Pueblos de perdedores de la guerra, sierra de maquis y, también, lugares de señoritos franquistas y de serviles lacayos. En fin, una parte de nuestra propia historia. Todo eso, más unos elementos de espiritualidad, de visiones del más allá, que persiguen en la vida y en la obra a mi querido amigo, el poeta, narrador y ensayista, López Andrada, lo encontré de manera emocionante en la novela de Andrada.
Ahora veo la película, dirigida por Antonio Giménez Rico, interpretada, entre otros por Lolita Flores y una hija, Elena Furiase. Y todo es otra cosa. No por las actrices, ni por algunos sólidos y eficaces actores, sino por una falta de verdadera emoción que se escapa en el cine y que tenía en la literatura.
La película, sin ser gran cosa, es digna, correcta, bien intencionada, de bellos paisajes, de buena "factura" y sin embargo carente de esa verdad que deben tener las obra perdurables. Es difícil, lo sé. Espero que en su próxima excursión a tiempos de guerra, Antonio Giménez Rico, que piensa roda una obra muy notable de su paisano Oscar Esquivias esté más acertado.
Quizá lo que me pareció más notable, lo que me dio la sensación de que algunas cosas, algunas gentes, han cambiado en este país, y para bien, fue la propia presencia de Lolita Flores y su hija en la película. Me gustó que la hija de Lola Flores -que fue un icono del franquismo, quizá a su pesar- sea ahora la intérprete de una mujer castigada por tener un marido republicano. Y que su sobrino, otro hijo de republicanos castigados en la historia, se enamore de su hija, de la nieta de "la Faraona", que interpreta a una chica que ayuda a los maquis. Sé que es una ficción, pero hace unos años era impensable que con ese apellido, con ese peso de lo que quisieron que representara su madre, dos Flores sean ahora la imagen de los perseguidos por los franquistas. Querido Bob, es verdad, los tiempos están cambiando.