Javier Rioyo
Yo también he votado a Obama. Al menos me hubiera gustado hacerlo si no fuera por ese pequeño error de no tener la papeleta electoral. O lo que sea que se requiera para no soportar a todo lo que huela al mundo Bush, y sus sucesores se llamen el honorable perdedor, McCain o la barbie killer de Pallin.
A su lado Obama -que no tardará en defraudarnos en algunas cosas y en muchos países- me parece un ángel bueno. Y no me olvido que siempre pensé que eso de los angelitos negros era una cursilada de Machín. Lo sigo pensando, pero prefiero ser cursi a ser de la canalla esa de las guerras, las garras, las botas, los pies en la mesa y el analfabetismo tejano, o de Alaska con sus pegamoides, por bandera. Todos mis desprecios para esos que no han podido ganar. Todos hemos ganado cuando ha ganado Obama. Cuando digo todos quiero decir la mayoría del mundo bien intencionado. Hay otro, pero hoy vive su día de derrota. Espero que sus días de poder no les duren mucho. Que no jueguen a las guerras, que no maten desde el estado, que no negocien desde el poder, que no empobrezcan al mundo de trabajadores, asalariados, soñadores y otras buenas gentes que piensan que el mundo puede ser mejor. Los sueños terminan. Pero hay algunos que podremos disfrutar mientras no estén en el poder los causantes de tantas de nuestras pesadillas más repetidas. No quiero que el poder se siga midiendo desde los gobernadores todopoderosos que Juan Pedro Aparicio retrató en uno de sus excelentes microrrelatos.
"El gobernador Jackson estaba seguro de que tampoco en esta ocasión vacilaría. Entre conceder un indulto al condenado a la cámara de gas o permitir que la ejecución siguiera adelante, sentía que su poder se medía mucho más por las vidas que quitaba."
No quiero más gente con poder de quitar vidas. Que se vayan. Que no vuelvan. Soñar no cuesta nada.