Javier Rioyo
Hace dos noches, la noche anterior a la de la euforia nacional y futbolera, mientras manteníamos la ilusión de que Turquía pudiera vencer al los sólidos y aburridos alemanes, discutía con el poeta y profesor José Luis García Martín sobre de quién, cómo y para qué hablar de algunos escritores, de algunos escritos.
García Martín tiene fama de comentarios muy afilados, críticos y severos juicios contra muchos escritores que no le gustan. Defiende esa libertad de hablar de quién no le gusta. De llenar páginas sobre alguien o algo que no merecen la pena. Es una opción de la crítica, los críticos y los comentaristas. También se confiesa seguidor de algunas páginas que se dedican al insulto y el arreglo de cuentas contra todo lo que nos les gusta o contra lo que ignoran pero creen que no les debe gustar. Incluso confesaba G.M. que él cuando no aparecía criticado en esas páginas sentía que estaba perdiendo importancia, presencia. Todo eso me parecía una mezcla de masoquismo, vanidad y pérdida de tiempo. Sencillamente no me encuentro preparado para esos castigos. Para la crítica, y aún más para el insulto, hay que tener una altura intelectual y moral que nunca encontré en esos panfletos de cotilleo cultural. Perder el tiempo leyendo cómo te insultan, o cómo insultan a otros, ¡qué pereza!
Me hace gracia ese afán de García Martín por acercarse a la parte más innoble, a los márgenes de los cretinos que pierden el tiempo con infamias u opiniones tan prescindibles como esas que no mencionaré. Con su aspecto de chico aplicado, de seminarista aventajado, debe llevar dentro uno de esos diablos que dan un poco de sal a lo correcto y que hacen que se huya del coñazo profesoral. Me parece bien que se entretenga poniendo nombre a las siglas de Trapiello porque -ya lo he dicho, lo he escrito y lo repito- esos diarios son de excelente calidad literaria y de una subjetividad inteligente, aunque muchas veces maligna. Esas intromisiones en las vidas contadas por Trapiello me gustan y no viene mal que hay quién nos interprete a algunos de los actores que se ocultan detrás de esos diarios.
Me reprochaba, García Martín, que yo daba demasiados abrazos. La verdad es que me gusta dar abrazos, incluso besos, incluso más. Y lo que me gusta es elegir a quién me gusta y no perder tiempo con quién no me interesa. ¿Para qué escribir mal de algo que no me gusta? Preferiría no hacerlo. Y no lo hago, salvo en contadas excepciones de las que, casi siempre, me he arrepentido. Al enemigo ni agua. No perderé más tiempo, ni lecturas.