Javier Rioyo
Al principio fue lector. Muy pronto escritor. Después de algunos cuentos, a los veinte años publicó su primera novela, Los dominios del lobo. Han pasado décadas, novelas, ensayos, artículos y traducciones. Ahora, en la edad madura, es académico. ¿Quizá lo debería escribir con mayúscula? Académico, Javier Marías. Será un buen académico. Y no hay tantos buenos. Incluso hay algunos tan prescindibles que no parecen académicos. Y hay ausencias que adelgazan su importancia.
La Real Academia de la Lengua, con sus carencias y sus aciertos, es un buen lugar para la vanidad, como lo podría ser para la renovación no afectada ni casposa de nuestro idioma. Tan vivo, tan abierto, necesitado de cuidados pero no de congelaciones. Creo que la presencia de Marías -el no tan joven- vendrá muy bien para sacudir un poco esa vieja alfombra que se ensucia y carga con viejos polvos académicos.
En su discurso citó a R. L. Stevenson. Ironizó sobre la caída del escritor de Edimburgo en la tentación de la escritura. Cuando muy bien podría haber seguido con la industria familiar. Continuar con ese hermoso negocio de instalar faros en las costas escocesas. Hace años, en un recorrido por aquellos mares, por aquellos whiskies, me contaron que la mayoría de los viejos faros han sido construidos por el padre, por la familia de Stevenson.