Clara Sánchez
Uno de los detalles de mi novela Presentimientos por el que más se me suele preguntar es ese anillo al que Julia (la protagonista) en su vida soñada le atribuye poderes y protección. El anillo es de su madre, y cuando su madre se lo coloca en el dedo recordando lo mucho que le gustaba de niña, Julia lo incorpora al sueño como un talismán sin el cual se encuentra perdida.
Mientras escribía sobre esta bella durmiente del siglo XXI, que lucha por encontrar su antigua vida, el anillo apareció de repente y se hizo sitio en la novela de forma bastante natural. Fue algo intuitivo, que seguramente tenía su secreta explicación, pero que como todo lo intuitivo es mejor atraparlo que pensarlo. Así que ahora que el anillo está encerrado en las páginas y en los sueños de Julia, puedo darle vueltas al asunto y darme cuenta de la fascinación que yo sentía de pequeña por un anillo que mi propia madre se ponía cada vez que salía de casa. Era de oro y tenía una amatista morada bastante grande, y no me parecía un adorno ni siquiera una joya, me parecía que era algo que tenían las madres por ser madres, como el Papa tenía también anillo por ser Papa. A esto se unía el hecho de que estaba convencida de que mi madre sabía todo lo que yo hacia, estuviera o no ella delante, estuviera yo en el colegio o en casa de una amiga. Mi madre lo sabía todo y tenía un anillo.