Basilio Baltasar
Los gobiernos creen manejar en exclusiva la información privilegiada que tienen sobre el estado del mundo. Y los gobernantes apelan a este antiguo prestigio para justificar su impunidad. Como si hoy bastara la grave gestualidad del mandatario para convencer al auditorio.
Resulta muy evidente el origen de las dificultades que atraviesan los líderes democráticos para sostener su credibilidad y sorprende que se resistan a entender la transparencia, a veces brutal, que impone la sociedad de la información. Los representantes institucionales se mueven y hablan como si su público fuera cautivo de una seducción duradera.
Es cierto que los procesos electorales, incluso los que no se ven sometidos como el nuestro a la violenta diatriba del sabotaje, movilizan fervores grupales y los someten a estrechísimas disyuntivas. O haces esto o lo otro. Tú verás.
Pero el proceso de la información integra a un número cada vez mayor de ciudadanos y la Red los convierte no sólo en consumidores de información sino en gestores y productores activos que modifican con sus preferencias el futuro de los líderes políticos.
Véase el caso Sarkozy no sólo como un ejemplo de desventurada petulancia sino como la intervención severísima de una sociedad, la francesa, irritada con los excesos del que mientras se creía amparado por las viejas murallas del poder, se exponía alegremente a la intemperie.