Javier Rioyo
No quiero que este blog parezca el Spoon River de Edgar Lee Master, siendo un apasionado del libro y del poeta. Pero tantas muertes me superan. Me extrañó que se muriera un eterno como Pepín Bello pero lo de Ángel es tremenda injusticia de distinta dimensión. Lo de Ángel me rompe muchas más cosas. Hacía tiempo que no lloraba, quiero decir algo más que una de esas furtivas lágrimas que de vez en cuándo pueden caer al leer, ver, escuchar algo que te emociona. No era eso. Eran lágrimas que no pude contener cuando en ese lugar tan extraño donde se van a convertir en cenizas personas que queremos, escuchamos a su amigo de infancias y complicidades literarias, Manuel Lombardero. Y la emoción siguió con otro de sus grandes amigos, su cómplice, de vida y generación, nuestro amigo José Manuel Caballero Bonald. Sintiendo que le han dejado sólo. El último de aquella generación de plata, de aquella generación del cincuenta que tanto bebió. La generación del alcohol. La mejor de los poetas que hemos podido conocer, querer, tratar y disfrutar.
No puede decir muchas cosas sobre Ángel que no me resulten pequeñas, banales, prescindibles. Le quisimos. Le seguimos queriendo. Hasta unas horas antes de morir con él estuvimos compartiendo cosas de vida. Cosas de leer, de beber, de fumar o de fugarnos. Penúltimo de los grandes poetas vivos de su generación. Poeta sin Premio Cervantes. Poeta con lectores.
Si acaso seguir leyendo a Ángel. No olvidaremos su cercanía. Y siempre nos acompañará su poesía.
Ahí, donde fracasan las palabras, nos acompañan sus poemas.
Siempre lo que quieras
"Cuando tengas dinero regálame un anillo,
cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
cuando no sepas qué hacer vente conmigo
-pero luego no digas que no sabes lo que haces.
Haces haces de leña en las mañanas
y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por los pétalos
como te muevas te arrancaré el aroma.
Pero ya te lo dije:
cuando quieras marcharte esta es la puerta:
se llama Ángel y conduce al llanto".