Javier Rioyo
Voy camino a Soria. Es decir, camino del recuerdo de un poeta, Antonio Machado. Es una ciudad pequeña, resistente al paso del tiempo, con muchos rastros en sus calles, sus caminos, sus paseos de la ciudad que conoció el poeta. Es una ciudad perfecta para ver transcurrir lentamente el tiempo. Es una ciudad fría, aunque acogedora. Una ciudad para poetas y escritores de paso. La ciudad en la que conoció el amor y la desgracia su más famoso habitante. Fue feliz -a pesar de las burlas, entre envidiosas e hipócritas, de los mojigatos que no entendían su diferencia de edad- con su joven enamorada. Muchos versos surgieron de esos momentos felices. De esas ilusiones amorosas del hombre mayor. Pero no he venido con esos poemas. Estoy en esta tarde de invierno claro más cerca de leer algunos de sus imperecederos proverbios y cantares. Lo hago por las mismas calles del poeta, por sus riberas, bajo árboles helados como un corazón lleno de durezas.
Recuerdo otra Soria, solitaria y extraña, que contó un viajero escritor que aquí llegó en autobús, y en los días de la Navidad en los años ochenta. El viajero era Peter Handke y la memoria de aquellos días sorianos las dejó escritas en su curioso libro de viajes El juke-box.
Hay más escritores vinculados a Soria, no me olvidaré del camaleónico Dionisio Ridruejo. Ni del muy vivo, vivaz y en su mejor momento narrativo, Javier Marías.
"Hoy es siempre todavía", decía Machado, y me acompaña en mi paseo solitario, me hace sentirme otro, uno que está acompañado. "En mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad." Pues eso que estoy contento, paseante y soriano. "Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala"