Javier Rioyo
Dos buenas noticias en forma de libro llegan a casa esta mañana, casi tarde, en la que, después de leer algunos blogueros, no he dejado de sorprenderme sobre lo que piensan de mi sexualidad. ¿Me están descubriendo otro, desconocido, diferente a ese heterosexual convicto y confeso que he sido durante una ya no corta vida? En fin, no perderé las esperanzas. De ese otro que se irrita, insulta y amenaza, intentaremos conocer su verdadera identidad y actuar como se merece. Otro día hablaré de Quevedo, de Valle o, incluso, de Cela, que nada, poco, tienen que ver entre sí, y nada con alguno que pretende ser de su estirpe, ¿literaria?, ¿humana? Hoy no toca. Hoy toca recibir con poca pompa, ninguna circunstancia, pero mucha alegría de lector dos libros que llegan como dos soles, como dos lunas.
Editados los dos por Vertical, ese relativamente nuevo sello editorial de Norma, que ya nos ha dado unas cuántas alegrías literarias. Ahora llega con un doble acercamiento a uno de los más misteriosos y fascinantes escritores del pasado siglo. A uno de esos raros que parecen haberse inventado su biografía. A un escritor en que el misterio de su vida ayudó al misterio y fascinación de su obra. Una obra que apenas pudo ver publicada en vida. Una de las obras “escándalo” del pasado siglo y que sigue manteniendo su aroma a flor del mal.
Se vuelven a publicar Los cantos de Maldoror del conde de Lautremont, llamado Isidoro Duchase, nacido en Montevideo en 1846. Aristócrata, viajero, misterioso escritor que terminó en una fosa común en un cementerio parisino en 1870, después de haber muerto en la soledad de una habitación de hotel. Son Los cantos de Maldoror uno de esos libros que nos conmovieron en nuestra juventud. En esa edad de descreídos preuniversitarios que perseguíamos lo prohibido, lo maldito en tantas cosas. Todavía conservo la edición de 1970 editada por Barral, con la traducción de Aldo Pelegrini. Volveré a leerlo en esta nueva traducción.
Y la segunda o primera alegría que tiene que ver con el misterioso conde es la novela de Ruy Cámara, Cantos de otoño. Una biografía novelada de nuestro admirado Isidore Ducasse. Una novela sobre el tenebroso Conde que viene precedida de buenas críticas, de premios y lectores. Y además una traducción de Basilio Losada, una garantía. En fin, un buen doble refugio, lleno de emociones para huir de miserias y miserables.
Abro el primer “canto” que en traducción de Pelegrini así comenzaba:
“Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impregnarán su alma, igual que el agua impregna el azúcar. No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán…”
Quedan avisadas las almas tímidas… y los sin alma.