Javier Rioyo
Dicen algunos amigos, y les creo, que ayer vivieron una de esas tardes que nunca olvidarán. Eran gente aficionada a los toros. Aficionados a esa música callada que algunas veces, pocas, sucede en las plazas de toros. Y eso se siente o no se siente, se vive o no se vive. No pude vivirlo. Y lo sentiré como aquella corrida que nunca pude ver de aquella faena de Antoñete con el famoso toro blanco, aquel toro que se llamaba “Atrevido” y que el maestro lo amó al torearlo como el que ama a una mujer. No vi aquella faena que tantas veces he soñado. Pero al maestro lo vi muchas veces, en los años 70 y, sobre todo, en sus increíbles, maduros y hondos años 80. También pude ver a algunos de los otros grandes, por recordar a dos inolvidables, volveré a Curro Romero, saliendo después por la puerta grande de Las Ventas. Y a Rafael de Paula, nunca nadie tan despacio, nunca nadie tan elegante. Y, por suerte, unas cuántas tardes, y siempre me parecieron pocas, pude ver la tranquila profundidad, el sitio y el temple de José Tomás. ¡Y ayer no estuve dónde tendría que haber estado!
Ayer, en Barcelona, volvió el torero José Tomás por donde solía. Ayer escucharon su mejor música, su silencio. También vivieron la emoción de ver al torero en la arena, tendido, a merced del toro. Ayer, no estuve en esa tarde de toros. En la misma donde un torero de mucha historia familiar, de demasiada atención mediática, dicen que también demostró ser un torero de verdad. Ayer no estuve en Barcelona, en una tarde de toros.
Como las desgracias nunca vienen solas, ayer me tocó ver un partido de fútbol -o lo que fuera- que remató una arbitrariedad anunciada. Ganaron los más poderosos, los más ricos, los más famosos. No ganó ni el fútbol. Ni el espectáculo. Ganaron unos que están acostumbrados a ganar. Que toman las calles. Que hacen fiestas, venden camisetas, venden famosos, venden terrenos y hacen dinero. Ganaron porque el fútbol tiene una música ruidosa. Tiene el color del dinero. Un deporte, un juego, donde los que mejor juegan no tienen por qué ganar. Y sé de qué hablo. Soy de un equipo que ni juega, ni gana, ni se le espera. Pero no soporto que la calle la tomen esas estrellas del fútbol como aburrimiento.
Hoy me toca soportar una celebración que celebra la mediocridad, el poder del dinero, el aburrimiento deportivo y que, además, rematan su fortuna con una ofrenda a una virgen. Eso tiene su lógica. Tienen fe en los milagros. Y además tienen razón en tenerla.
Ayer en Barcelona hubo toros. Lo que no tengo tan claro es que en Madrid hubiera fútbol. Como la cosa madrileña siga así, yo me hago ciudadano de Barcelona.