
Ficha técnica
Título: El duelo | Autor: Aleksandr Kuprín | Prólogo: James Womack | Traducción: Gonzalo Guillén Monje | Editorial: Nevsky | Género: Novela | ISBN: 978-84-938246-8-6 | Páginas: 320 | PVP: 20,00 € | Publicación: Octubre de 2011
El duelo
Aleksándr Kuprín
El duelo constituye una despiadada descripción de la existencia vacía e inútil en el ejercito ruso al finales del siglo diecinueve. Obra poderosamente autobiográfica, a la altura de Diario de un hombre superfluo de Iván Turguénev, El duelo narra las experiencias de Romáshov, un personaje «clásico» de la gran literatura rusa, incapaz de enfrentarse a las vicisitudes de un destino adverso. A caballo entre el realismo del siglo XIX y el retrato psicológico del xx, El duelo es una novela que explora la experiencia, enteramente moderna, de un ser humano que sucumbe ante fuerzas monolíticas fuera de su control e incluso de su comprensión.
Sin limitarse a escribir un panfleto sobre las duras condiciones en el ejercito ruso de la época pre-revolucionaria, Kuprín ofrece al lector el retrato fidedigno de un sistema a punto de hacerse pedazos.
PÁGINAS DEL LIBRO
I
LA INSTRUCCIÓN DE LA SEXTA COMPAÑÍA TOCABA A SU FIN y los oficiales más jóvenes miraban el reloj cada vez con más asiduidad y más intranquilos. Casi toda la compañía se encontraba haciendo la instrucción. Los soldados estaban desperdigados por toda la explanada: junto a los álamos de los bordes de la carretera, cerca de los aparatos de gimnasia, delante de las puertas de la escuela de la compañía, al lado de los blancos del polígono de tiro. Todos estos eran puestos imaginarios, como por ejemplo, el puesto del polvorín, el puesto de la bandera, el cuartelillo del retén o la caja de la unidad. Los cabos pasaban y ponían centinelas; se hacían los relevos. Los suboficiales comprobaban los puestos y ponían a prueba el conocimiento de sus soldados, procurando quitarle con habilidad el fusil a un centinela, haciéndole abandonar su sitio o dándole, para su custodia, algún objeto, generalmente la propia gorra. Los más veteranos, que conocían bien este juego, respondían en estos casos con tono exageradamente severo: «¡Apártate! ¡Yo no tengo derecho a entregar el fusil más que a Su Majestad el Emperador en persona!». En cambio, los jóvenes caían en este juego: no habían aprendido todavía a diferenciar las bromas de las verdaderas órdenes, y caían en uno y otro extremo.
-¡Jlébnikov! ¡Demonios! -gritó el pequeño, rechoncho y valiente cabo Shapovalenko con acento de jefe dolorido-.¿Estás tonto? ¡No sé para qué te lo he enseñado tantas veces! ¿De quién estás cumpliendo las órdenes? ¿Quieres que te arreste? ¿Para qué te he puesto de centinela en el puesto de guardia?
En el tercer pelotón había habido una seria confusión. El joven soldado tártaro, Mujamedzhínov, que no comprendía ni hablaba bien el ruso, se enfadó con su jefe al no poder diferenciar las órdenes verdaderas de las ficticias. Este cogió su arma y, a todas las órdenes y razonamientos, respondía con la misma frase:
-¡Te atravieso!
-¡Tranquilo! ¡No seas tonto! -intentaba convencerle su suboficial Bobyliov-. ¡Mírame a la cara! ¿Sabes quién soy? Soy tu jefe de guardia y por consiguiente te ordeno que lo dejes.