Javier Rioyo
El mejor toreo se hace parando, templando y mandando. Tres virtudes dominadoras e inteligentes. No dejarse llevar por la pasión, el miedo, la rabia, la ofensa, la irritación o el impulso. No ser impulsivo. Una de las varias derrotas de mi vida es no haber conseguido esa tranquilidad. Esa templanza. No soy templado. No sé templar. Tampoco parar, ni mandar. Está claro por qué nunca quise ser torero. Por todo eso y por cobarde. Lo mío, como mucho se acercó al toreo de salón. Un juego de imitación de estilo dónde todo peligro es imaginario.
Tienen razón algunos, casi todos, los que me aconsejaron el otro día un poco de paciencia. Haber dormido tres noches antes de contestar. Con lo fácil que parece. Con los problemas que te evita. No quiero parecer lo que soy. No quiero parecer impulsivo, nervioso, irritable y, mucho menos, mal educado. Así, aunque sea un poco tarde, vuelvo a pedir disculpas. Vuelvo a mi examen de conciencia. Y como no puedo prometer, no prometo, porque hace tiempo sé que yo no puedo decir nunca jamás. Soy muy poco zen. Muy poco oriental en general. No me entiendo. No me controlo. Peor todavía, me contradigo.
Sí, vivo entre mis contradicciones. ¡Y pensar que mis mejores guías son de esos que han sabido utilizar el sarcasmo, la ironía, la tranquila venganza, la manera fría, lapidaria de contestar y reflexionar sobre casi todo!
Lichtenberg, Bergamín, Karl Kraus y mi más cercano maestro, Stanislaw Lec, no me admitirían en su club. Lo siento porque me gusta estar entre gente más lista. Como castigo tendré que recordar, que escribir muchas veces algunos de sus aforismos, y así conseguir “compensar mi falta de talento con una falta de carácter”. Tengo que tener bien presente que lo habitual es que la compresión sea un proceso lento. Somos animales lentos. Lec lo dijo bien claro: “Los hombres son lentos de reflejos: por lo general sólo comprenden en las generaciones posteriores”.
¡Qué lástima que no sea capaz de creer en los castigos! Y que además sea muy olvidadizo, soy capaz de arrepentirme muchas veces. Me olvido de casi todas mis promesas. Soy infiel, puedo traicionarme a mí mismo.