Jean-François Fogel
Dolores de garganta me apartaron de la red unos días. Vuelvo a la pantalla para descubrir una contribución en inglés de Javier Moreno a la geometría de las ficciones de Roberto Bolaño. El gráfico es algo conocido que ya se puso en línea para demostrar que cualquier obra del escritor chileno construye, con otras dos obras, una relación fortísima que configura un triángulo.
El gráfico me da dos ideas:
1. Soy un oligofrénico. El blog El lamento de Portnoy es de primera categoría. Merece una subscripción a su feed. Provoca reacciones de suma cualidad como esta pregunta: "Si Mel Gibson dirigiese la versión definitiva de Lolita de Nabokov ¿en qué lengua muerta la rodaría? ¿en un decadente ruso decimonónico?" (Mi respuesta: en una mezcla de suspiros amorosos y de ruidos de Chupa Chups en la fase terminal del consumo).
2. El triángulo de Bolaño es otra mentira. Como la espiral de Proust (la obra que supuestamente da vuelta sobre sí-misma para llegar al centro de una explicación definitiva). Todas las obras tienen que ver con todas las obras leídas y escritas por todos los autores. No hay gran arte sin plagio disimulado. Scott Fitzgerald dice (en Tender is the night, creo) que la música popular sirve para dar un ritmo nuevo a una emoción eterna que aparece en una nueva generación. Bolaño no consiguió construirse aparte sino hacer lo que hacen todos los escritores: poner una carpa en el territorio de la literatura y convencernos de que se trata de un palacio nuevo y único.