
Ficha técnica
Título: Verano en el lago | Autor: Alberto Vigevani | Traducción de Francesc Miravitlles | Editorial: Minúscula | Colección: Paisajes narrados, 34 | ISBN: 978-84-95587-53-4 | Páginas: 160 | PVP: 13,50 euros
Verano en el lago
Alberto Vigevani
Son los años treinta. Giacomo, el hijo menor de una familia de la burguesía acomodada de Milán, es un muchacho algo fantasioso, que reacciona ante los embates de la vida con indolencia o bien con excitación. Echa de menos tener un amigo que disipe su inclinación a la tristeza contemplativa. Su padre, secreto protagonista de este relato publicado por primera vez en 1958, parece estar esperándolo del otro lado del umbral de la madurez, que Giacomo todavía no ha cruzado. Cuando cumple catorce años se marcha de vacaciones con su madre y sus hermanos al lago de Como; aunque habría preferido pasar el verano junto al mar, siente curiosidad por el nuevo paisaje. Allí tendrá una experiencia que le permitirá entrar en la edad adulta por una puerta inesperada, la de la belleza. La fascinación que suscitan estas páginas deriva del tono elegante y melancólico con que Vigevani muestra cómo Giacomo toma conciencia de la complejidad del amor. Obra de atmósfera, memoria de adolescencia, historia de una educación sentimental, Verano en el lago es una de las cimas narrativas de este refinado autor.
PRINCIPIO DE LIBRO
Los meses que Giacomo pasaba en Milán, todo el año salvo el verano y algunos días de otoño, le parecía que no contaban en su vida. Eran como un paisaje de neblinas, de edificios grises, destinado a encerrar su imaginación en un sentimiento de inanidad que lo volvía perezoso, lo hacía sutilmente desdichado.
Vivía en el cuarto piso de una casa en los Navigli. Sus padres pertenecían a la burguesía de las profesiones liberales y no dejaban a sus hijos vagar por las calles. El pasatiempo habitual de Giacomo consistía en mirar desde el balcón las chalanas que, cargadas de haces de leña o de grandes rollos de papel de periódico, remontaban el canal en dirección a San Marco remolcadas por caballos, los cuales echaban al resoplar una vaharada que se disolvía de inmediato en el aire cortante.