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Obras Completas de Valle-Inclán

Por 31 de diciembre de 2016 Sin comentarios

Javier Fernández de Castro

Que los lectores en lengua española no dispusieran de una edición coherente y fiable de las Obras Completas de Valle-Inclán era una anomalía casi escandalosa. Han tenido que transcurrir ciento cincuenta años desde el nacimiento del genial escritor gallego y ochenta desde su muerte para que se haya puesto fin a tan anómala situación.

Sin embargo, y en honor de la verdad, el responsable de tal anomalía ha sido en gran medida el propio don Ramón porque, por decirlo de la forma más sencilla y directa posible, era el epítome de la peor pesadilla a la  que puede hacer frente un editor. Valle-Inclán no sólo publicó en periódicos y revistas la práctica totalidad de su obra sino que, por ser un hombre de gran éxito, recibía continuas ofertas para editar en forma de libro sus colaboraciones (solamente de las Sonatas se llegaron a hacer al menos 37 ediciones en vida de su autor) con la particularidad de que no sólo fue extraordinariamente prolífico sino que, por puro afán de perfección, revisaba, cortaba, cambiaba y rehacía sus textos una y otra vez con vistas a lograr una versión definitiva que nunca dio por buena porque si volvían a ofrecerle una nueva edición el proceso de revisión y cambio empezaba desde cero. Y no puede decirse que fuesen cambios menores porque, en ocasiones lo que empezaba siendo un relato novelesco bien podía acabar convertido en una obra de teatro, y ahí está el caso paradigmático de Águila de Blasón y el profundo proceso de elaboración que implicó el paso de un mero relato periodístico a una de las piezas teatrales más estimables de Valle Inclán. Por lo tanto, y desde el punto de vista del editor, decidir cuál es la mejor de las sucesivas versiones de cada obra entraña tomarse unas atribuciones muy superiores a las habituales en las tareas de edición. En el caso de estas Obras Completas realizadas para la Biblioteca Castro, se ha optado por atenerse a las editio princeps. La cual es una opción como otras, pero al menos  cuenta con la nada desdeñable ventaja de que, a despecho de modificaciones posteriores, la elegida fue escrita y avalada en su momento por el propio autor.

                Otra dificultad añadida se debe al hecho de que Valle-Inclán fue extraordinariamente sensible a los continuos y trascendentales movimientos literarios que surgieron a lo largo de su extensa trayectoria como escritor, siendo el ejemplo más elocuente la enorme  evolución experimentada por él entre la primera aparición de las Sonatas (1902-1905), que bien pueden encuadrarse en los cánones afines al modernismo, y la última (1933), en la que lleva hasta sus últimas consecuencias ese hallazgo genial del esperpento, tan afín al movimiento de demolición cultural característico de las vanguardias.

Aproximarse hoy a Valle-Inclán presenta una tercera dificultad, aunque en realidad el verdadero problema lo tiene el lector. Según Harold Bloom, para completar la asombrosa cantidad y variedad de sus obras dramáticas William Shakespeare utilizó 21.000 palabras, de las cuales unas 1.800 (o sea, una de cada doce) eran neologismos o expresiones que el dramaturgo captaba en el habla de la calle y  que después él ponía en boca de sus personajes. Sin embargo, y como prueba de que el recurso a un léxico descomunal y en gran parte inventado no es indispensable para la creación de una obra sólida y consistente, el propio Bloom cita el caso de Racine, que para completar su nada desdeñable producción dramática se las apañó con sólo dos mil palabras, es decir, prácticamente el mismo número que las inventadas  por Shakespeare.

Ignoro si alguien se ha tomado la molestia de contar el número de palabras utilizadas por Valle-Inclán, pero los numerosos estudios existentes sobre su léxico ponen de manifiesto la compleja y muchas veces cambiante relación que mantuvo con el lenguaje. Se servía con toda soltura del acerbo de una tradición nacida con los cantares de gesta y la poesía trovadoresca pero recurría con idéntica soltura al habla de la calle o de los burdeles, dando prioridad por ejemplo a la musicalidad de la frase a costa del sentido. Por eso sigue siendo cierto que, para leerle, es aconsejable agudizar el oído antes que dar contento a la razón.

El equipo de Investigación Valle-Inclán, de la Universidad de Sanriago de Compostela, ha sido el encargado de llevar a cabo estas Obras Completas bajo la coordinación de Margarita Santos Zas, autora también de los magníficos prólogos que incluye cada uno de los cinco volúmenes en que se han divido los escritos de Valled-Inclan. Los tres primeros, dedicados a narrativa y ensayo, ya están en la calle, mientras que los dos siguientes, con el teatro y la poesía, saldrán a lo largo de este 2017 que ahora empieza. Una gran noticia y una promesa de placer que puede ser degustado a lo largo de toda una vida.

 

Obras Completas de Valle-Inclán. Vols. I,II y III.

A cargo del Equipo de Investigación Valle-Inclán/USC

Coordinadora, Margarita Santos Zas

Biblioteca Castro

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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