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Ficha técnica

Título: ¡Viva el latín! Historias y belleza de una lengua inútil | Autor: Nicola Gardini | Traducción: Carme Castells y Virgilio Ortega | Editorial: Crítica | Colección: Ares y Mares | Formato: 15,5 x 23 cm. | Presentación: Tapa dura con sobrecubierta | Fecha: nov-2017 | ISBN: 978-84-17067-46-5 | Precio: 19.90 euros | Ebook: 9,99 euros

¡Viva el latín!

CRÍTICA

¿Es el latín una lengua inútil, como lo sugiere que se la haya marginado en la educación? Nicola Gardini, profesor de la Universidad de Oxford, nos descubre la trascendencia de la lengua que fue la base de la civilización que construyó Europa y en la que «están escritos los secretos de nuestra identidad».

El latín es, además, la puerta de acceso a los tesoros de una literatura en que la lengua es un elemento indispensable para captar unos valores que se pierden irremediablemente en una traducción.

Gardini nos ofrece, por ello, una guía personal y vivída de la literatura latina, de Catulo a San Agustín, pasando por Cicerón, Tácito, Virgilio, Lucrecio o Séneca, en la que utiliza breves textos que, con la ayuda de su traducción y de sus comentarios, podemos disfrutar, sin necesidad de recurrir a gramáticas o diccionarios. Un viaje de descubrimiento por las obras maestras de la literatura de la antigua Roma.

 

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Una casa

«No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín.»
Jorge Luis Borges

¿Cómo nace el amor a una lengua? ¿Cómo nace el amor al latín? El latín me ha apasionado desde niño. No sé exactamente por qué. Si intento comprenderlo, acabo por encontrar como mucho algún recuerdo, que no coincide necesariamente con una causa. Es difícil explicar un instinto, una vocación. Pese a todo, sí puedo contar una historia.

El latín me ha ayudado a emanciparme de la familia, a encontrar la senda de la poesía y de la escritura literaria, a avanzar en los estudios, a enamorarme de la traducción, a dar a mis diversos intereses una dirección común y, por último, a ganarme la vida. He dado clases de latín en la New School de Nueva York, en el liceo Verri de Lodi y en el liceo Manzoni de Milán, y aún hoy, en Oxford, donde imparto clases de literatura del Renacimiento, lo practico cotidianamente, porque el Renacimiento no puede pensarse sin el latín. En mi juventud hallé en él un amuleto y un escudo mágico, un poco como Julien Sorel, el protagonista de Rojo y negro. En las casas de mis amigos ricos no quedaba mal precisamente porque se sabía que era bueno en latín. Cuando, recién licenciado en letras clásicas, empecé el doctorado en literatura comparada en la New York University, lo que más apreciaron de mí los profesores americanos fue el conocimiento del latín. Solo entonces, en aquel mundo americano, en el que presentarse a sí mismo contaba más que decir el nombre de la propia familia, comprendí verdaderamente lo afortunado que era. Gracias al latín no he estado solo. Mi vida se ha ampliado siglos y ha abrazado más continentes. Si he hecho algo bueno por los demás, ha sido gracias al latín. Lo bueno que me he dado a mí mismo, sin lugar a dudas, lo he obtenido del latín

 

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