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Ficha técnica

Título: Un viaje nada sentimental | Autor: Albert Drach | Traducción: Adan Kovacsics | Editorial: Minúscula | Colección: Alexanderplatz |Páginas: 416 | ISBN: 978-84-95587-96-1 | Precio: 24 euros

Un viaje nada sentimental

EDITORIAL MINÚSCULA

Por Un viaje nada sentimental desfilan personas, algunas de ellas célebres, y se describen situaciones y paisajes que Drach conoció en sus difíciles años en el sur de Francia, durante la Segunda Guerra Mundial. No conviene, sin embargo, empecinarse en el carácter autobiográfico de esta obra. Quien escribe en primera persona y en presente esta «crónica» es un cadáver. El narrador insiste en más de una ocasión en que ha muerto. Más que un escrito autobiográfico, es la interpretación de una vida marcada por la experiencia del exterminio de la población judía europea, algo que solo puede realizarse desde la muerte. Al mismo tiempo, sin embargo, toda la obra refleja el esfuerzo duro, a veces hasta cruel, por sobrevivir. De ahí la enorme tensión y furia inherente a cada una de las páginas de esta novela, una de las más grandes de la posguerra austríaca.

 

Primera parte

 

Las cortinas están bien cerradas. Tras una brusca sacudida, me pongo en marcha sin moverme. Me llevan mecánicamente. Avanzo a toda velocidad. No sé adónde me dirijo. No pretendo llegar a ningún sitio; además, voy tumbado. Nadie me ha preguntado por el destino de mi viaje. Ni recuerdo haber comprado un billete.

Viajo con cierto confort. El coche tiene los asientos acolchados. Estoy bastante cómodo, estirado en tres de ellos. Los compañeros de viaje charlan en tono enérgico. No están precisamente de buen humor. No levanto la cabeza. En algún lugar nos separaremos de todos modos. Yo no los he elegido.

Sea como fuere, el hombre sentado frente a mi cabeza no puede calificarse de viejo. Delgado y bien vestido, podría tener unos dieciocho años. Su barba parece de fecha reciente. Tal vez solo la lleva porque no le queda más remedio. Su vecino, al que distingo con menos esfuerzo, no es mucho mayor, pero sí más corpulento. Se diría que su grasa es de tipo esponjoso. Parece mejor afeitado, quizá porque apenas le crece barba. No debe de gustar a las mujeres, aunque lleva un anillo de casado en la mano derecha, o sea, que es centroeuropeo. No conozco a ninguno de los dos.

En cambio, creo haberme encontrado ya con el tercer caballero, el del rincón junto a la puerta. No recuerdo en qué ocasión. Tendrá unos sesenta años o incluso más. Sin embargo, se mece juvenilmente en su asiento. Me mira como si yo le perteneciera. No es así, desde luego.

No parece correcto preguntar dónde estoy. En realidad, solo sé una cosa: me encuentro en un tren. A lo sumo podría preguntar adónde se dirige. Sin embargo, me da vergüenza preguntárselo a alguien. El hecho de estar tumbado sobre tres asientos apunta desde luego a un privilegio que me he tomado o que me ha sido concedido. A buen seguro que he dormido hasta ahora. Pero ¿a partir de dónde? Tampoco conservo en la memoria el momento en que subí al convoy.

Entretanto adopto una postura expectante. Podría ser útil seguir las conversaciones de los demás. Lo mejor sería, probablemente, volver a cerrar los ojos y hacer como si no existiera. Así quizá podría uno enterarse de algo relacionado con su propia persona.

El joven que está frente a mi cabeza es el primero cuyas palabras registro. Habla un alemán sin acento y cuenta que ha estado en la guerra. No se vanagloria de ello. Considera, sin embargo, que su pasado militar podría ser un as en la manga. Ojalá lo tengan en cuenta, dice, ojalá se olviden de él. Parece dirigirse a un lugar al que no quiere ir.

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