
Ficha técnica
Título: Un hombre en el Zoo | Autor: David Garnett | Traducción: Ángeles de los Santos | Editorial: Periférica | Colección: Largo Recorrido | Páginas: 120 | ISBN: 978-84-16291-43-4 | Fecha: febrero 2017 | Precio: 14,75 euros
Un hombre en el Zoo
David Garnett
1924. John Cromartie y Josephine Lackett pasean por los Jardines de la Sociedad Zoológica de Londres. Es un día de finales de febrero con cierto aroma primaveral ya. Pasean delante de las jaulas de numerosos animales mientras discuten sobre el amor y su propio futuro. Y allí mismo, justo en ese momento, fruto del ardor de la discusión, John tiene una idea «peregrina» que en un primer instante sólo pretende responder, de algún modo, a las palabras de Josephine: hacerse exhibir en el propio zoo como si fuera un animal más. Sí, como si fuera parte de la colección de fieras. «En aquel momento se dijo a sí mismo que lo haría para humillar a Josephine. Si lo amaba, aquello haría que ella sufriera, y si no lo amaba, a él le daría igual estar en un sitio que en otro.»
Al empezar a leer Un hombre en el zoo quizá pensemos que se trata de una novela ligera, de una historia sencilla que se lee con facilidad. Y sin duda es así, pero en cuanto avanzamos un poco y nos vamos adentrando en sus detalles, descubrimos que, sin perder en absoluto su amenidad, la historia es mucho más compleja, filosófica y metafórica de lo que a simple vista parece. Bajo un estilo narrativo sencillo, claro y discreto, hay en estas páginas muchas e interesantes connotaciones históricas, sociales y psicológicas.
PÁGINAS DEL LIBRO
John Cromartie y Josephine Lackett entregaron los pases verdes en el torno de acceso y entraron en los Jardines de la Sociedad Zoológica por la puerta sur.
Era un cálido día de finales de febrero, y domingo por la mañana. Había en el aire un aroma de primavera, fundido con los olores de diferentes animales -yaks, lobos y bueyes almizcleros-, pero los dos visitantes no lo notaron. Eran novios y estaban discutiendo.
Llegaron enseguida a los lobos y los zorros, y se detuvieron delante de una jaula en la que había un animal muy parecido a un perro.
-¡Otras personas, otras personas! Siempre estás pensando en los sentimientos de otras personas -dijo el señor Cromartie. Su acompañante no le respondió, así que añadió-: Dices que una persona siente esto o que otra puede sentir lo otro.
Nunca me hablas de nada que no sea lo que sienten o puede que vayan a sentir otras personas. Me gustaría que pudieras olvidarte de los demás y hablar de ti misma; pero supongo que tienes que hablar de los sentimientos de otras personas porque tú no tienes sentimientos propios.
El animal que había frente a ellos estaba aburrido. Los miró durante un momento y los olvidó enseguida. Vivía en un espacio pequeño y no recordaba el mundo exterior, en el que criaturas muy parecidas a él corrían en círculos.
-Si ésa es la razón -dijo Cromartie-, no veo por qué no habrías de decirlo. Lo honrado sería que me dijeras que no sientes nada por mí. Lo que no es honrado es decir primero que me amas y después que eres cristiana y amas a todo el mundo por igual.